martes, 10 de agosto de 2021

Una breve plegaria en extensión, como es la de la bendición del Óleo de enfermos, es rica en tejido bíblico -como toda pieza litúrgica-, sugerente en sus ideas, canal de teología y de espiritualidad.

La mención tanto del cuerpo como del alma señala los efectos sacramentales, si convienen a la salvación, pidiendo el auxilio y la gracia del Espíritu Santo.




Orar pidiendo también por el cuerpo, y no sólo por el alma, es lenguaje tradicional de la Iglesia que confía en la salud corporal, en su plena recuperación, si conviene en el orden de la salvación. Así lo que vemos en la plegaria Emite, lo hallamos diseminado en multitud de textos litúrgicos que oran por los enfermos.



Señor Dios, Padre de todo consuelo,
                       que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.





            4.2. ¿Cuáles son las peticiones de la Iglesia por los enfermos?

La Iglesia siempre ora por los enfermos, sus miembros dolientes, y en su oración siempre hay una sindéresis para pedir tanto que recobren la salud y sean completamente curados como que el alma del enfermo sea confortada con la paz, la serenidad, y aprenda a unirse al sufrimiento del Redentor.

En las más antiguas bendiciones del Óleo de los Enfermos que conservamos encontramos súplicas por la salud del alma y del cuerpo, por su alivio y consuelo, de quienes sean ungidos con el Óleo; son textos semejantes en cuanto al contenido de la petición.


Una de las plegarias más antiguas que conservamos, la de la Traditio apostolica[1] del Pseudo-Hipólito (s. III), suplicará: “así como, santificando este aceite, das santidad a los que lo usan y perciben, por donde ungiste a los reyes, sacerdotes y profetas, así suministre confortación a los que lo gustan, y sanidad a los que lo usan”. Por tanto, dos efectos: fortaleza (de cuerpo y alma) y salud-sanidad. 

En las Constituciones egipcíacas, dependientes de la Traditio, aparece una fórmula de bendición que marca los siguientes efectos para la Unción: “este aceite suministre confortación a los que lo gusten, y salud a los que lo usen” (n. 43). 

La Didascalía de los apóstoles –igualmente del siglo III- al bendecir el aceite ora pidiendo: “Santifica este aceite, ¡oh Dios!; concede salud a los que usan y reciben esta unción con que ungiste a los sacerdotes y profetas, así también da fuerza a los que lo beben, y salud a los que lo usan”.

            En el siglo IV el eucologio de Serapión (obispo en Egipto) bendice el Óleo suplicando la salvación “total”, la salud tanto del cuerpo como del alma, en una prolífica y bella enumeración de peticiones[2]. De igual belleza y expresividad se puede calificar la extensa oración que el Liber Ordinum de nuestro rito hispano-mozárabe presenta para orar sobre el enfermo una vez que se ha hecho la única unción sobre la cabeza en forma de cruz y se han recitado tres antífonas. En este caso, aunque no sea la bendición del Óleo, esta plegaria del mismo rito de la Unción merece ser destacada por la enumeración de los efectos sacramentales. Con la forma literaria tan peculiar de la eucología hispana, va alternando los efectos corporales y espirituales en paralelismos y antítesis muy logrados[3].

Estos textos venerables muestran claramente cómo a la Iglesia le interesa el hombre completo, su cuerpo y su alma, y que ora igualmente por la salvación de su cuerpo y de su alma, y que ruega por la salud del cuerpo y del alma. No hay dualismos posibles, ni hay postergación u olvido de la dimensión corporal del cristiano enfermo atendiendo sólo a lo espiritual. La salvación afecta a todo el hombre en la unidad de su ser corpóreo-espiritual.


...De todas estas expresiones [del RU] podemos deducir que la Iglesia afirma hoy sin reparos el efecto corporal de la unción; que este efecto siempre aparece unido al aspecto espiritual; que la intención es pedir la curación plena, total, integral del hombre. Los mismos resultados de las ciencias humanas estarían apoyando  hoy esta dimensión, ya que si en algo insisten es en la interdependencia de dimensiones corporal, psíquica, espiritual... en la comprensión del hombre como totalidad indisociable, en la causalidad recíproca de estas dimensiones. El hombre es una unidad biológica y espiritual en la que los aspectos anatómico, fisiológico, psíquico y espiritual están en continua y mutua referencia e interinfluencia. Separar o aislar sus efectos, es negar la misma unidad integral del hombre”[4].


Teniendo esto presente, veamos cómo la Iglesia, movida por el Espíritu con caridad sobrenatural, ora por sus hijos y no olvida en su plegaria a los miembros dolientes del Cuerpo místico.

La Iglesia ora por sus enfermos al celebrar la Eucaristía, ora por ellos en la Liturgia de las Horas y ora, cómo no, en el mismo rito de la Unción sacramental.



[1] Tomamos el texto de la Traditio y el siguiente texto del Eucologio de Serapión de NICOLAU, M., La unción..., pp. 28-30.
[2] “El Euchologion de Serapión nos ofrece una de las más bellas fórmulas de bendición procedente de oriente (Bajo Egipto, ca. 326). Su valor radica en que pone de relieve el valor terapéutico de la unción, pidiendo al mismo tiempo la curación corporal y espiritual, en el horizonte de la salvación total” (Ibíd.).
[3] Oraciones “In tuo nomine”, “Domine Iesu Christe”, “Omnipotens Deus”: traducción en PRADO, Germán, Manual de liturgia hispano-visigótica o mozárabe, Ed. Voluntad, Madrid, 1927, pp. 139-142.
[4] BOROBIO, D., Unción de enfermos en BOROBIO, D. (dir.)., La celebración en la Iglesia, Vol. II, Sacramentos, Salamanca 1990 (2ª ed.), p. 707.




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