sábado, 21 de agosto de 2021

El Espíritu Santo en las almas de los fieles



Asimismo, la reflexión sobre el Espíritu Santo conduce a ver su acción en las almas de los fieles, que lo han recibido en la Iglesia, y que lo poseen en la medida en que aman a la Iglesia y viven en Ella. Se comprende, entonces, la atrevida expresión de san Agustín: “Poseemos el Espíritu Santo, si amamos a la Iglesia” (In Io., 32, 8).




            “Él es el Santo y el santificador por excelencia; es el Paráclito, nuestro patrono y consolador; es el Vivificador; es el Liberador; es el Amor; Él es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, la gracia increada que habita en nosotros como manantial de la gracia creada y de la virtus de los sacramentos; es el Espíritu de la verdad, y la unidad, es decir, el principio de comunión y, por lo mismo, el fermento del ecumenismo, es el gozo de la posesión de Dios; es el dispensador de los siete dones y de los carismas, es el fecundador del apostolado, el sostén de los mártires, el inspirador interior de los maestros exteriores; es la voz primera del magisterio y la autoridad superior de la jerarquía; y es, finalmente, la fuente de nuestra espiritualidad: “fons vivus, ignis caritas et spiritualis unctio”” (PABLO VI, Audiencia general, 26-mayo-1971).

 
            El Espíritu Santo nos santifica, es decir, nos va haciendo santos participando de la santidad de Dios; nos va cristificando, porque va configurándonos a Cristo para que tengamos “la mente de Cristo” (1Co 2,16), los mismos “sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5). “El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios” (CAT 737). Y porque el Espíritu Santo es la Caridad de Dios, nos hace entrar en relación íntima de vida y comunión con Jesucristo, “es el principio de la vida nueva en Cristo” (CAT 735).

            El Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida nueva de Cristo dando muerte en nosotros al hombre viejo y resucitándonos para ser hombres nuevos. Él destruye en nosotros las obras de la carne y nos hace dar los frutos del Espíritu. “Vivir en Cristo” y “vivir según el Espíritu” se identifican. 


“El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 5,22-23). El Espíritu es nuestra Vida: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más obramos también según el Espíritu” (CAT 736).



            El Espíritu Santo, que clama en nosotros “Abba, Padre” (Rm 8,4), que nos permite confesar “Jesús es el Señor” (1Co 12,3), conduce siempre nuestra oración personal para que tengamos luz, consuelo e intimidad con el Señor. Habremos de invocar al Espíritu Santo siempre al inicio de nuestra oración sosegada, de nuestra adoración ante el Santísimo o de la oración ante el Sagrario, para que el Espíritu Santo conduzca nuestra oración. “El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración” (CAT 741). Además, sólo en la medida en que dejemos actuar al Espíritu Santo en la oración, ésta será cada vez más sincera y auténtica, de unión con el Señor, haciendo progresos en la vida interior, más contemplativa y recogida, y menos exterior. El Espíritu “será también quien la instruya [a la Iglesia] en la vida de oración” (CAT 2623), “en la Iglesia creyente y orante, enseña a orar a los hijos de Dios” (CAT 2650), “nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza” (CAT 2657).


            “El Espíritu Santo es el “agua viva” que, en el corazón orante, “brota para vida eterna” (Jn 4,14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo” (CAT 2652).
 
“El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos” (CAT 2672).
 


            El Espíritu Santo nos llevará a la “Verdad completa”, nos irá “recordando” (Jn 14,23) cuanto Jesús nos ha dicho: “cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os irá guiando a la verdad plena” (Jn 16,12); el Espíritu Santo nos va dando la plena comprensión y actualización de la Palabra de Cristo, para entenderla, ir descubriendo y adorando su insondable riqueza y, al actualizarla, convertirla en norma y canon de vida. Al leer la Sagrada Escritura, al participar en una reunión, conferencia o catequesis, en un retiro o en una plática espiritual, el Espíritu Santo es quien nos hará comprender para vivir, aprender de Cristo para que la Palabra se encarne en nosotros. Esa es la inteligencia espiritual que el Espíritu nos otorga.

            El Espíritu Santo impulsa a dar testimonio de Jesús allí donde nos encontremos y se desarrolle nuestra vida. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos” (Hch 1,8), y esto es así porque “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio” (2 Tm 1,7): dar testimonio de Cristo, de lo que hemos visto y oído, de lo que nuestra vida ha experimentado, y este testimonio de Jesús ofrecido en la familia, en los ámbitos profesionales, culturales, educativos, en la vida política y social, desechando la cobardía que pide recluirnos, e incluso lo justifica por el respeto y la tolerancia hacia los demás.

            El Espíritu Santo nos asiste para saber qué decir: “en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10,22). Las palabras que dan testimonio, el consejo oportuno, la corrección fraterna, el consuelo que podemos ofrecer, la clase o la catequesis que hemos de impartir... todo debe ser realizado en presencia de Dios, invocando el Espíritu Santo, para que ponga sus palabras en nuestra boca y abre el corazón de quien nos tiene que oír. Así hemos de suplicar el Espíritu Santo que toque el corazón del oyente y que ponga sus palabras en nuestros labios, y después pedir que el Espíritu fecunde lo que hayamos sembrado con buena fe, ya que el Espíritu es el alma del apostolado y de toda misión eclesial.

            Se impone como necesidad para el alma el trato asiduo, familiar, constante con el Espíritu Santo; orar al Espíritu Santo, invocarlo en la vida personal como la Iglesia lo invoca siempre en todos los sacramentos y en sus oficios litúrgicos. Esta oración constante y asidua al Espíritu, en forma de jaculatoria o de breve oración, permitirá al alma tener una connaturalidad con el Espíritu, una sintonía para percibir su acción y ser dóciles a Él.

            ¿Cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.   

La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu. Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: “Ven, Espíritu Santo” (cf. CAT 2670-2671).

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