jueves, 26 de agosto de 2021

Orando por los enfermos (Plegaria de bendición del Óleo de enfermos)

Continuando con el lenguaje litúrgico con el que la Iglesia ora pidiendo por los enfermos, avanzamos ahora considerando los textos litúrgicos.

La salvación de cuerpo y alma, la curación del cuerpo y el alivio y consuelo del alma, son peticiones recurrentes en otras bendiciones del Óleo de enfermos, en la antigüedad cristiana así como en otros ritos y familias litúrgicas.



Pero, junto a la Tradición, esa plegaria "global" que incluye cuerpo y alma, se halla también en formularios de Misas y peticiones en la Liturgia de las Horas.

Recordemos cómo es esa plegaria de bendición del Óleo de los enfermos:




Señor Dios, Padre de todo consuelo,
                       que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.





La Iglesia ora por sus enfermos al celebrar la Eucaristía, ora por ellos en la Liturgia de las Horas y ora, cómo no, en el mismo rito de la Unción sacramental.

            En estas oraciones eclesiales se refleja cómo concibe la fe la unidad personal (cuerpo y alma) y cómo la salvación engloba todo el ser del cristiano y su participación en el misterio pascual del Redentor, confirmando además que este sacramento es “para los Enfermos” con la esperanza de recobrar la salud, y no exclusivamente “Extremaunción”.


            1. La Iglesia pide explícitamente la salud corporal para el enfermo, la mitigación de sus dolores y el alivio de sus padecimientos físicos. 

En el rito de la santa Unción, y en las oraciones ad libitum según los casos, encontramos que se reza: “alivia el dolor de estos enfermos” (RU 136); “da nueva fuerza a su cuerpo” (RU 138); “da vida y salud a este enfermo” (RU 136, 138) y la imposición de manos y la Unción “va a servir de alivio en la enfermedad de tu hijo” (RU 141). Con la oración de fe de los presbíteros se suplica: “Mitiga, Señor, los dolores de este hijo tuyo... haz que se sienta confortado en su enfermedad y aliviado en sus sufrimientos” (RU 142); “Te rogamos que... cures el dolor de este enfermo, sanes sus heridas... ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal” (RU 144). En la bendición final del rito de la Unción de enfermos, se pide la curación también del cuerpo como colofón de la celebración y fruto de la santa Unción: “Que el Hijo te devuelva la salud. Amén. Que el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma” (RU 151).

En el formulario de la Misa por los enfermos del Misal romano se suplica, en general, la salud y, por tanto, verlos recuperados y reintegrados a su vida normal y a la participación en la vida de la Iglesia, aunque no incluya ninguna petición expresa para que Dios mitigue el dolor del enfermo; la vuelta a la Iglesia será señal inequívoca de su completo restablecimiento: “para que recuperada la salud, puedan darte gracias en tu Iglesia” (OC en RU 249); “para que superado todo peligro, nos alegremos de verles recobrar la salud” (OF en RU 250); “aliviados por tu misericordia vuelvan sanos y salvos a tu santa Iglesia” (OP en RU 252).


2. Igual, e incluso más extenso, sería el conjunto de peticiones que la Iglesia eleva a Dios en su plegaria atendiendo al beneficio espiritual del enfermo. Las subdividimos en tres grupos:

-          fortaleza del alma ante la tentación,
-          alivio del sufrimiento espiritual
-          e incorporación a Cristo en su pasión.

a) Las tentaciones son muchas en la enfermedad o en la vejez ya avanzada; especialmente la desesperación, la falta de confianza en el Señor. Ante la tentación siempre rondando, la Iglesia ora: “Libra a este enfermo de pecado y de toda tentación” (RU 136); “obtenga el perdón de sus pecados y sienta la fortaleza de tu amor” (RU 149) y se le desea que “Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para defenderte” (RU 152). También en la Liturgia de las Horas hacemos memoria de los enfermos pidiendo fortaleza: “A los enfermos y a todos los que has asociado a los sufrimientos de tu pasión, concédeles fortaleza y paciencia”[1].

            b) El alivio del sufrimiento del alma es igualmente necesario y por tanto implorado a la bondadosa misericordia de Dios. El enfermo sufre al verse limitado, dependiente de los demás, con temor al porvenir, dudas e incluso escrúpulos, y más sufre aún si no acepta e integra la enfermedad sino que se rebela y la rechaza. Sólo la paz y la serenidad que vienen del Padre puedan confortarlo y aliviarlo. La Iglesia eleva a Dios su plegaria suplicando: “dígnate visitarlo con tu misericordia y confortarlo” (RU 136); “alivia sus angustias” (RU 138); se ora implorando que “sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma” (RU 144); “reconforta y consuela con tu poder... para que levante su ánimo” (RU 145); se le bendice, una vez ungido, deseándole “que él vele por ti, te sostenga y te bendiga” (RU 152). En la Misa por los enfermos se atiende a este sufrimiento espiritual pidiendo consuelo y serenidad: “alívialos con el auxilio de tu misericordia” (OC en RU 249). Sólo el Señor puede otorgar la serenidad y la paz a la persona enferma: “Tú que te compadeciste de los enfermos que acudían a ti, levanta la esperanza de nuestros  enfermos”[2]; “Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria, y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte”[3].

            c) Por el bautismo nos unimos a la muerte del Señor y a su resurrección; el misterio pascual ha de cumplirse existencialmente en nosotros. La enfermedad es momento especialmente privilegiado de unirse al Señor crucificado con mirada de fe compartiendo su redención y sabiendo ofrecerse como sacrificio espiritual, agradable a Dios, por la salvación del mundo, ejercitando de esta manera el sacerdocio bautismal tal como la Iglesia educa a sus hijos: “los exhorta a que uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyan al bien del Pueblo de Dios” (LG 11). A Cristo se le encomienda que “ya que has querido asociarlo a tu Pasión redentora, haz que confíe en la eficacia de su dolor para la salvación del mundo” (RU 145); y que vivan su enfermedad en comunión con Cristo que cargó con nuestras dolencias y enfermedades es una gracia que impetramos al Padre: “concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo” (OC en RU 249). Esta interpretación se refuerza por el hecho de cantar en la Misa por los enfermos, como antífona de comunión, el texto de Col 1,24: “Completo en mi carne los dolores de Cristo…” (RU 251), así como en la colecta de la misa por los moribundos: “para que, asociado a la pasión de Cristo y sellado con su sangre...” (RU 253). La oración de Vísperas pide esta gracia: “Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo, para que así tengan también parte en su consuelo”[4] y más en general, suplicamos que “nuestras tristezas y amarguras lleguen a tener ante tus ojos el valor de un sacrificio verdadero”[5].

Hemos de pensar que tanto la visita y la pastoral de enfermos, como un momento más delicado cual es la celebración de la Santa Unción, han de iluminar al enfermo para vivir esa situación personal de dolor, quiebra e impotencia asumiendo con la mayor paz esa limitación dolorosa. 

La aceptación serena de la enfermedad se logra con la confianza en la Providencia y su plan de salvación, con la mirada a Cristo en su Misterio pascual, sabiendo ofrecer su dolor en comunión con Cristo paciente y experimentando la Comunión de los santos que le sostiene y a la que él contribuye eficaz pero invisiblemente aportando su enfermedad. ¡Con razón la Iglesia pide, como recordábamos antes, “que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo”!



[1] Preces Laudes Viernes III Semana del Salterio.
[2] Preces Vísperas Lunes I Cuaresma.
[3] Preces Vísperas Martes III de Pascua.
[4] Preces I Vísperas Domingo II semana del Salterio.
[5] OF, formulario B, Misa “por cualquier necesidad”, Misal romano.



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