domingo, 6 de junio de 2021

Virtudes cristianas (III)



5. Que nos oriente la misma Escritura y sirva de estímulo: “Todo lo que es noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (Flp 4,8). 



La tradición espiritual enseña y aconseja las virtudes, pues vienen así a reorientar el corazón, fruto del trato íntimo con el Señor. La misma oración nunca será un refugio donde huir, sino lugar de transformación y el criterio serán las obras, los frutos, las virtudes, ya que la oración incide en la vida. “Yo no desearía otra oración –escribe Santa Teresa- sino la que me hiciese crecer en virtudes” (Ep 148,8). Es que “la virtud siempre convida a ser amada” (C 4,10) y exhorta a que “amemos las virtudes y lo bueno interior” (C 4,7).

Como el hombre es peregrino, siempre está en camino, siempre tendiendo y buscando su plenitud y su desarrollo, el proceso del crecimiento dura siempre; es el espíritu pronto y ágil que va desarrollándose, en espirituales ejercicios, para ser según Cristo. 

 
Este desarrollo hay que hacerlo por momentos, concretando una virtud y trabajándola hasta adquirirla con los medios adecuados; luego el Señor nos sugerirá otro campo de trabajo interior, y a Él acudiremos y con su gracia iremos adquiriendo otra virtud. Siempre paso a paso, sin descansar, en la vida interior, con perseverancia.

Las virtudes se relacionan unas con otras; cuando una virtud crece, crecen un poco las demás, y no hay virtud verdadera que vaya sola. Puede que una persona sea muy generosa, pero está llena de soberbia e impaciencia; esa generosidad no es virtud, es un rasgo de su carácter. Si esa generosidad fuera verdadera tendría algo más de paciencia y sobre todo verdadera humildad. A  lo mejor crece una virtud y las otras virtudes adelantan algo, pero es normal, aunque hay que vencer, que existan muchas debilidades e imperfecciones: “puede haber muchas virtudes con hartas imperfecciones” (S. JUAN DE LA CRUZ, S3, 22, 2). Lo importante será seguir trabajándose interiormente, fortalecer las virtudes, arrancar las imperfecciones.

Las virtudes, la capacitación del alma para vivir en unidad, en Verdad, Bondad y Belleza, satisfacen legítimamente a la persona, pues el corazón goza con una alegría interior nueva, espiritual. 


“Un acto de virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza... Todas las virtudes crecen en el ejercicio de una” (S. JUAN DE LA CRUZ, S1, 12, 5). 


Cristo crucificado es el modelo de todas las virtudes, y cuando el Señor nos une a su cruz y la aceptamos en fe, somos configurados a Cristo, quedando robustecidos, matando a nuestro hombre viejo, carnal, naciendo el hombre nuevo en nosotros. “En el padecer se van ejercitando y ganando las virtudes” (S. JUAN DE LA CRUZ, N2, 16, 9).  El sufrimiento aquilata el alma, la purifica, la engrandece, convirtiéndose en sufrimiento redentor, en Cruz salvadora.

Las virtudes se ven apetecibles a nuestra alma si vivimos en el amor de Dios y el amor de Dios impulsa y motiva nuestro vivir moralmente, conforme a la vocación recibida: “Estas virtudes están en el alma como tendidas en amor de Dios... En el amor se asientan y conservan las virtudes” (S. JUAN DE LA CRUZ, C 24, 7). En este amor uno desea adquirir y conquistar las virtudes, ¡y qué recompensa es tenerlas después de tanto ejercitarse! “Las virtudes y dones del alma... también le sirven de corona y premio de su trabajo en haberlas ganado... Son las virtudes corona y defensa” (Íd., C 24, 9).

Todo trabajo interior exige esfuerzo, lucha, ¿a qué esperar? Si esperamos a tener ganas, movidos sólo por el sentimiento, jamás haremos un acto de humildad, o de paciencia, o seremos justos... ¡Sólo con el sentimiento es imposible! San Juan de la Cruz da avisos para que empecemos este trabajo interior: “para obrar virtud no esperes al gusto, que bástate la razón y el entendimiento” (A 1,34). Esta razón es una facultad del hombre creada por Dios que nos convierte en inteligentes, en racionales; para trabajarse interiormente el gusto, el sentimiento, es mal consejero. Teniendo entendimiento es suficiente para ver qué virtudes necesitamos, e ir adquiriéndola, por mucho que sea el esfuerzo. El camino lo traza, muy agudamente, el mismo S. Juan de la Cruz: “No mirar imperfecciones ajenas, guardar silencio y continuo trato con Dios desarraigarán grandes imperfecciones del alma y la harán señora de grandes virtudes” (A 2,39).

6. Es preciso formar la conciencia moral de los católicos capacitándolos para vivir rectamente según el Evangelio, según las enseñanzas de la Iglesia. Este año vamos a dirigir la formación hacia la moral, en concreto, hacia las virtudes, saber cómo son, cómo practicarlas, cuál el camino para alcanzarla. Cuando se tienen los conceptos claros y las ideas ordenadas resulta mucho más fácil luego el actuar, el vivir, en rectitud, en santidad y en justicia.
  

“Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de Él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. Él es el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia y en el mundo... Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral” (VS, 8). 

¿Adónde queremos llegar? A la meta moral tan hermosa, fruto de la comunión de vida con Jesucristo, que señala San Pablo en el capítulo 12 de la carta a los romanos (5-16):

            Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado, y se han de ejercer así: si es la predicación, teniendo en cuenta a los creyentes; si es el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a enseñar; el que exhorta, a exhortar; el que se encarga de la distribución, hágalo con sencillez; el que preside, con empeño; el que reparte la limosna, con agrado.
            Que vuestra caridad no sea una farsa;
aborreced lo malo y apegaos a lo bueno.
Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros,
estimando a los demás más que a uno mismo.
En la actividad, no seáis descuidados;
en el espíritu, manteneos ardientes.
Servid constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres:
estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración.
Contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios;
practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen;
bendecid, sí, no maldigáis.
Con los que ríen, estad alegres;
con los que lloran, llorad.
Tened igualdad de trato unos con otros:
no tengáis grandes pretensiones,
sino poneos al nivel de la gente humilde.

            ¡Vayamos realizando esta Palabra, que el Señor la haga carne en nosotros!

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