lunes, 28 de junio de 2021

El Espíritu Santo en la plegaria Emitte

Centro de la gran plegaria de bendición del óleo de enfermos -la oración "Emitte"- es la epíclesis, la invocación del Espíritu Santo.

Al Espíritu se le califica de modo precioso como "Defensor", "Paráclito".





Señor Dios, Padre de todo consuelo,
                       que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

           


            3.2. Espíritu Santo Defensor

            La epíclesis suplica siempre el envío del Espíritu desde el Padre en nombre de Cristo para que transforme o santifique las personas o las realidades creadas. 

Este Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, que todo lo vivifica cristificando, es el Defensor, Aquél que protege de toda debilidad, endereza, robustece, da vigor. 


El Ritual de la Unción, en la oración ad libitum que ofrece si el presbítero ha de bendecir el Óleo, desarrolla el sintagma del Espíritu Santo Defensor con una oración de relativo dirigida al Espíritu: “que con tu poder fortaleces la debilidad de nuestro cuerpo” (RU 141).

El Espíritu, que fortalece toda debilidad, actuará en el enfermo que sea ungido para su recuperación, alivio del cuerpo, sostén y apoyo de su alma y comunión con los padecimientos de Cristo. Enlaza así la fórmula de bendición del Óleo con la fórmula sacramental de la Unción: “Por esta santa Unción y su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo...” (RU 143). 

El don de la Unción es el Don por excelencia, el Espíritu Santo que siempre fortalece. Así toda la vida cristiana se concibe como una participación en el Ungido; en el bautismo y confirmación es asimilado a la Pascua del Señor, muriendo y resucitando y siendo constituido sacerdote, profeta y rey, y en la enfermedad, es unido al Ungido para la comunión en sus padecimientos y experimentar la fuerza de su resurrección. Esta relación de diversas unciones marcando sacramentalmente la vida cristiana, la recoge el Catecismo al hablar del cuarto efecto de la Unción[1]

Es lógico que si el bautizado es llamado cristiano por participar del Cristo-Ungido, en su último paso, su Pascua existencial, esté unido por una unción al Señor crucificado y resucitado.

El aceite deviene en instrumento de Cristo.  


“Por esta bendición, el Espíritu desciende, se posesiona, transforma, fecunda el óleo, de manera que su aplicación implica ya una fuerza y un poder nuevo de presencia y santificación, de sanación y curación integral, de salvación plena y de perdón. La bendición aporta al óleo su verdadera virtud sacramental, lo libera de la magia y lo sitúa en el nivel de otras acciones sacramentales de la Iglesia (por ejemplo, el agua bendecida bautismal)”[2]


Esta epíclesis logra una transformación del aceite:  


“con una primera finalidad: transformar a éste no sólo en el orden operativo, sino en algún modo también en el orden del ser, es decir, convertirlo en “sacramento”. La finalidad última, lo que en definitiva pretende y espera alcanzar la oración de la Iglesia mediante el uso del óleo así transformado, lleno del Espíritu, es la aplicación del poder vivificador de Cristo resucitado sobre un miembro suyo”[3]


Como todos los elementos importantes del culto cristiano, y más aún, aquello que será utilizado como materia sacramental remota, el aceite recibe la efusión del Espíritu que lo transforma.




[1] Dice en efecto: “Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida" ("in exitu viae constituti"; Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también "sacramentum exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates” (CAT 1523).
[2] BOROBIO, D., Sacramentos y sanación..., p. 43.
[3] RAMOS, M., Notas para una historia..., p. 34.



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