lunes, 24 de febrero de 2020

Buscar la voluntad de Dios



No debo mirar como voluntad de Dios sobre mí, cualquier ideal que atisbo o que alguien me propone. La excelencia del objeto puede ser engañosa: todos esos ideales que aparecen en la conciencia cristiana sucesivamente. 

Es preciso que llegue a querer ese objeto sin buscarme a mí mismo; con paz y serena confianza solamente en la gracia, de tal manera que me desposea de mí mismo y reciba, como don de Dios, la perfección a la que aspiro.



Dos criterios deben tenerse en cuenta sucesivamente, uno que se refiere a la materia, y otro que se refiera a la manera. 

De una parte, me ofrezco sin restricciones a lo que se me presenta como mejor. Me inquieto si de desear lo mejor, vengo a desear algo menos bueno. La repugnancia que esto me produce no es signo de que no sea llamado a ello. Deseo vencerla mediante la oración y el ofrecimiento. 

Pero, por otro lado, si después de orar larga y sinceramente, y sobre todo, después de pasar largo tiempo no consigo considerar este objeto con paz, es signo claro de que soy yo mismo quien me construyo este ideal, o que, al menos, de momento, no puedo considerarlo como mío.

 
La conciencia y el gusto interior (: sabiduría) guiados por el Espíritu decidirán en última instancia hacia aquello que es voluntad de Dios regalando la paz, aunque no coincida con mi gusto sensible o inclinación espontánea de la voluntad.


                Encuentras la sabiduría cuando distingues el sabor de cada cosa: rechazas lo primero porque es amargo, desprecias lo otro como efímero y pasajero, y consideras que lo más digno y perfecto es anhelar aquellos otros bienes. En este juicio y discernimiento te guía un gusto secreto del espíritu (S. Bernardo, Serm. 15, 4).

                Los vicios son negros, las virtudes son blancas. Para discernir entre éstas y aquéllos debe consultarse a la conciencia (S. Bernardo, Cant., Serm. 71,1).

                Mas existen diversas clases de espíritus y debemos discernir entre ellos; tanto más que el Apóstol nos recomienda no creer a cualquier espíritu. Los menos instruidos y quienes tienen una sensibilidad poco entrenada, pueden creer que los pensamientos proceden de su propio espíritu y no de otro. Lo cual no es así, como nos lo prueba la verdad cierta de la fe y el testimonio de las santas Escrituras (S. Bernardo, Serm. 23,2).


2 comentarios:

  1. ¡Pónganos al corriente de alguna manera, por favor!

    ¡¡¡Suerte, mucha suerte!!!

    En mis oraciones.

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  2. Espero que se encuentre bien, Don Javier. Le encomiendo.

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