lunes, 27 de enero de 2020

Estética y liturgia (II)

Como la estética no es un mero añadido, sino la cualidad de la misma belleza, y ésta es propia de la liturgia, habremos de ver una "Teología estética" que sea auténtica.

La liturgia, por su naturaleza, por su objeto, por su fin incluso, es bella en sí misma, posee belleza. 



2. Teología estética


            La belleza es algo constitutivo de Dios. Dios es la belleza perfecta, hermosura increada, que es reflejada en sus obras, en la creación, en la persona humana, en la Redención, en Jesucristo (eres el más bello de los hombres), en la Iglesia (sin mancha ni arruga).

            Dios derrama su belleza en sus criaturas. Dios mismo, como Belleza y Hermosura, nos introduce en su estética divina, el amor, el orden, la unidad, la gracia; es definido como Belleza en uno de los textos más bellos de la literatura cristiana:


            “¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando. Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo… Pero Tú me llamaste, y más tarde me gritaste, hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste, y con tu tacto, me encendiste en tu paz” (S. Agustín, Confes., lib. X).

            Belleza que se traduce por unidad; la dispersión es la antiestética, porque introduce la asimetría, el desorden. Ciertamente, el orden interior es preferible a cualquier belleza externa. Esta belleza está en el orden del universo, en la proporción y armonía, y es buscada ansiosamente por el alma. Toda persona humana busca la belleza, como algo sustancial a su ser más profundo. El alma se encuentra a sí misma en la belleza, y descubre ahí a su Señor.



Sánchez Martínez, Javier, “Lo bello y lo “inútil” de la liturgia”: Pastoral litúrgica 236 (1997), 51-57.


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