miércoles, 30 de agosto de 2017

La fe, camino de oración

La vida cristiana está amasada por la oración y ahí adquiere textura, peso, medida y sabor. Es connatural al ser cristiano el hecho de ser orante.

Por eso, para avanzar en la vida cristiana, y para vivir la fe plenamente, desplegando sus riquezas en nosotros, la oración espiritual -llevada y guiada por el Espíritu Santo, culto en Espíritu y Verdad- robustece la fe, nos permite captarla, abrazarla, integrarla, afianzarla.


La fe es un camino de oración, porque la Verdad se contempla en diálogo con Cristo.

Para ser iniciado en la oración hay que descubrir bien qué es la oración y cómo se integra en el dinamismo de la fe y de la vida cristiana. La teología de la oración establece los sólidos fundamentos para vivir nuestra plegaria y comprender lo que en ella ocurre.


"Más allá de la sensibilidad, la oración es el encuentro de dos amores en la fe, 'aunque es de noche' para una infusión de amor, en lo secreto hasta la santidad.

Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe.
Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche (S. Juan de la Cruz).


...Lo que el Señor quiere son frutos (cf. Jn 15,8). ¿No habremos llegado a un período en que la poda es necesaria, ya que "todo sarmiento que da fruto" debe ser podado "para que dé más fruto" (Jn 15,2)? ¿Acaso no ha llegado el momento de ofrecer una enseñanza sólida y práctica, que permita a esta renovación de la oración ofrecer todos sus frutos según el deseo de Dios para nuestro tiempo? ¿Cómo podríamos plantear esta enseñanza sino con los grandes maestros de la espiritualidad? Entre ellos, consideraremos a dos que la Iglesia ha destacado en el transcurso del siglo XX declarándolos doctores de la Iglesia: santa Teresa de Jesús (de Ávila) y san Juan de la Cruz.

Más allá de la sensibilidad...

Estos dos santos destacan por describir la oración en su dinamismo esencial y por plantear sus fundamentos universales. 'Iluminado por una alta experiencia de Dios y una maravillosa penetración psicológica de las almas, apoyado en una doctrina teológica que disimula su potente estructura bajo fórmulas sencillas y a veces simbólicas, está orientado por completo en sus desarrollos hacia la ascensión de las almas que quiere conducir hasta las cumbres', su enseñanza parece estar hecha por entero para ofrecer a esta renovación de la oración todas las garantías que la harán alcanzar frutos de santidad, un fruto que "permanece" (Jn 15,16).

Hoy, santa Teresa de Jesús nos pondría quizás en guardia contra los impulsos de fervor sensible exagerados, incitándonos a "coger las riendas" para "reprimir las impetuosidades". "Que recojan este amor dentro, y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda; sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño" (V 29,9). Otros son los "grandes deseos" que quiere para nosotros la santa, otro el desbordamiento de la sensibilidad.

Santa Teresa concluye sobre este aspecto de la oración: " "Así que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar" (V 29,9).

No se tratar de minimizar la importancia de la atmósfera de fraternidad cálida y de fervor en las reuniones de oración; no hay que "extinguir el Espíritu" (1Ts 5,19). Sin embargo, Dios no habla ya como en el Sinaí, en medio de "truenos y relámpago", sino como en el Horeb en "el murmullo de una brisa suave" (1R 19,12). San Juan de la Cruz va más lejos al escribir: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma" (A 21).

Así se subraya brevemente en qué sentido nuestros dos doctores nos orientan: hacia un intercambio silencioso entre Dios y aquel que ora, en las profundidades del alma. Esta es, parece ser, la oración que quieren enseñar. Ahora hay que precisar más.

...La oración es el encuentro de dos amores

¿Qué es entonces esta plegaria silenciosa u oración? Un "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" responde santa Teresa (V 8,5). El "encuentro de dos amores", traduce a menudo el P. Marie-Eugène del Niño Jesús, para significar que la verdadera oración se hace esencialmente en la gracia bautismal. Por la gracia, en efecto, es posible la unión con Dios, porque nos hace "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Una pequeña gota de agua puede entrar en contacto con el océano, y perderse en él, porque la gota es de la misma naturaleza que el agua del océano. Una llama puede unirse a otra llama porque son de la misma naturaleza. Dios es increado e infinito, pero nuestra gracia personal, aunque creada y limitada, es de la misma naturaleza que Dios, tan misteriosa como él, y permite el contacto y la unión, la auténtica unión divina.

Esta unión es un fruto de la oración; será tanto más profunda cuanto la oración esté cerca de su perfección. Si esta unión se hace por la gracia que es la vida divina en nosotros, la oración es ante todo una relación viva. Importa mucho, en efecto, no confundir el pensamiento y la vida. La oración no podría reducirse a un ejercicio de la inteligencia, por ejemplo en la meditación, incluso si esta inteligencia es, en la oración, un medio necesario aunque "alejado". La oración, es la "vida", la vida eterna, ya comenzada en la tierra porque, en la oración, estamos en Dios, al ritmo de la Vida trinitaria.

¿Cómo esta realidad maravillosa hubiera podido "subir al corazón del hombre" (1Co 2,9), si Dios, en la persona de su Hijo Jesús, no nos hubiera revelado esta Buena Nueva? Más aún, si no nos lo hubiese revelado como el deseo de Dios: "Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17,21). El Hijo por naturaleza (el Verbo), ¿no se ha encarnado para darnos el "poder de ser hijos de Dios" (Jn 1,12)? Que seamos "hijos adoptivos" (Ef 1,5; Rm 8,15) no quiere decir que lo seamos sólo a título legal; "ahora somos hijos de Dios" (1Jn 3,2). "No sois extraños ni forasteros, sino miembros de la familia de Dios" (Ef 2,19), afirma san Pablo, por lo que la vida cristiana consiste, tal como la desarrolla a lo largo de la primera carta a los Tesalonicenses, en el ejercicio de la fe, de la esperanza y del amor, la tríada de virtudes teologales.

Ahora bien, estas virtudes, llamadas "teologales", forman parte del organismo sobrenatural de nuestra gracia bautismal, que es, repitámoslo, vida, vida de Dios en nosotros. Según la imagen del organismo, estas virtudes son a la vida de la gracia lo que los miembros o los órganos son a la vida física, o las facultades (inteligencia, voluntad...) a la vida del alma. Esta analogía puede iluminar la función de la fe en la oración, "intercambio de amor". Este intercambio de amor entre Dios y aquel que ora supone que haya contacto entre ellos, entre el hombre y Dios mismo. Jesús identifica precisamente este contacto con la fe. En efecto, cuando cura a la hemorroísa, Jesús interpreta el gesto de la mujer que lo ha tocado -"¿quién me ha tocado?"- como un gesto de fe: "tu fe te ha salvado" (cf. Mc 5,25-34). Hay, así pues, una identificación entre el contacto y el acto teologal de la fe".


(RETORÉ, F., La foi, chemin de l'oraison, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 93-97).

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