San Agustín acude a la doctrina paulina, subrayada especialmente en la carta a los romanos y a los gálatas, pero que se halla presente en todo el corpus paulino.
Todo lo que tenemos es porque lo hemos recibido y esto en virtud de una elección de amor y misericordia por parte de Dios mismo, pero que no corresponde ni a una obligación divina ni mucho menos a lo que nosotros podemos reclamar por nuestros "méritos".
La gracia desencadena una vida nueva y divinizada en nosotros, justificándonos, librándonos, salvándonos, pero nada se debe al hombre por su constitución natural, sino que todo proviene de un designio libre y amoroso de Dios. Así la gracia siempre conserva su carácter gratuito, tal como nosotros conservamos nuestra propia constitución humana caída, herida, indigente.
Todo viene de Dios pero porque es Él quien lo quiere. Al coronar nuestros méritos, realmente corona su propia obra en nosotros.
"38.
Hemos de ver, pues, la intención del Apóstol. Para encarecer la gracia, no quiere que se gloríe sino en el Señor,
aquel de quien se dijo: “amé a Jacob”.
Dios ama al uno y odia al otro, si bien ambos tienen un solo padre, una misma
madre, han sido engendrados a la vez, y no han hecho nada bueno ni malo.
Entienda Jacob que no pudo ser separado sino por la gracia de aquella masa de
iniquidad original, en la que su hermano mereció ser condenado por justicia, si
bien la causa de ambos era común. “Aunque
aún no habían nacido ni hecho nada, ni bueno ni malo, para que permaneciese el
propósito divino según la elección, no mirando a las obras, sino a quien llama,
se le dijo: “El mayor servirá al menor””.
“Porque a
Moisés dice: Me apiadaré de quien me compadeciere y haré misericordia a aquel
de quien me apiadare”. Luego “no es
obra de quien quiere o del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia”.
Y para que en esos vasos, terminados para la perdición que la masa condenada
tiene merecida, comprueben los vasos de misericordia el beneficio que les ha
otorgado la misericordia divina, continúa:
“Porque dice la Escritura al Faraón: Te he suscitado para mostrar en ti mi
poder y para que sea glorificado mi nombre sobre toda la tierra”. Y luego
concluye sobre ambos puntos: “Luego se
apiada de quien quiere y endurece a quien quiere”.
Y esto lo hace aquel en
quien no hay ninguna iniquidad. Se
apiada por un don gratuito y endurece por un mérito justo" (Carta 194).
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