La
Iglesia le tiene un particular cariño a la solemnidad del Corazón de Jesús;
particular cariño que el Santo Padre está intentando renovar y potenciar como
un eje vertebrador en la vida y en la espiritualidad católicas, porque celebrar
el Corazón de Jesús es celebrar el Amor de Dios. El catolicismo se define como
el Amor que Dios nos tiene, y por la
respuesta de amor que la Iglesia, y cada uno de nosotros como miembros y parte
de la Iglesia, va dando a Cristo Jesús. Es la parte más humana, más sensible y
más cercana del Misterio: la humanidad
de Cristo, el Amor de Cristo.
En
ese contexto aparece el salmo de hoy, solemnidad del Corazón de Cristo, que va a ser el
punto de referencia para nuestra contemplación y para nuestra formación.
Los
salmos suelen corresponder a la primera lectura como un eco de lo que la
primera lectura de la Liturgia de la Palabra ha proclamado, pero otras veces el
salmo tiene sentido en sí mismo y va independiente de las otras lecturas,
normalmente en las grandes solemnidades. Es el caso del salmo de hoy, el salmo
102. Lo ofrece la Iglesia en la liturgia de la Palabra de hoy con una interpretación
sencilla: es la voz de la Iglesia la que ora a Cristo Jesús descubriendo cómo
es su Corazón, encontrando en este salmo además, una profecía, un anuncio
velado, de lo que va a ser el Misterio y la Persona del Redentor.
Canta el salmo, muy conocido por la piedad:
Bendice, alma mía, al Señor,El Señor hace justicia
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
el rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
el sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila
se renueva tu juventud.
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen
nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre
duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor
dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Por
eso la Iglesia en este día “bendice alma
mía al Señor”, y lo bendecimos en la adoración eucarística que hemos tenido antes, adorando
al Señor en la custodia, como es propio de los católicos, y lo bendecimos
celebrando la Eucaristía y lo bendecimos en nuestra oración personal. La
Iglesia bendice con su alma al Señor y todo su ser bendice su santo nombre.
Bendice al Señor y la Iglesia no olvida los beneficios que ha recibido de
Cristo, porque Cristo ha amado a la Iglesia hasta el punto de entregar su vida
por ella, y de un pueblo de pecadores, como dice la carta a los Efesios, “la presentó ante sí, sin mancha ni arruga”
para desposarse con Ella, la Iglesia santa, la Iglesia embellecida por el Amor
de Cristo.
El Corazón de Cristo “perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades”.
El Señor en su infinito Corazón es todo Misericordia para nosotros.
Misericordia que es, en el sentido latino de la palabra, el pasar por el propio
corazón las miserias de los demás, sentirlas como suyas, por eso puede
compadecerse de nosotros y entender nuestras debilidades, nuestros sufrimientos
incluso nuestras caídas. “Él perdona
todas tu culpas y cura todas tus enfermedades”. Cristo con su amor redime
al hombre. El Corazón de Cristo redime al hombre porque lo acoge tal cual es,
cura sus heridas, cicatriza sus pecados, le hace crecer y madurar, le hace ser
persona, abierta a Dios, viviendo de la fe.
“Él rescata tu vida de la fosa y te colma de
gracia y de ternura”. Eso es lo que canta la Iglesia del Corazón de Cristo:
que rescata nuestra vida de la fosa, que la muerte no es lo último, que no nos
quedamos en el sepulcro, que el Señor rescata nuestra vida de la fosa, que
permite que nuestra alma goce de Dios y que nos ha prometido que igual que Él
resucitó de entre los muertos, nuestros cuerpos no se quedarán en la fosa, en
el sepulcro, que resucitaremos; que nuestro cuerpo, nuestra materia, nuestra
carne, serán transformados. “Él rescata
tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. El Señor es todo ternura hacia nosotros si
sabemos mirar con ojos de fe la actuación de Dios en nuestra vida y en nuestra
historia. Por eso la Iglesia se goza al poder decir y anunciar y cantar a
Cristo que Cristo “es compasivo y
misericordioso”, que Cristo es “lento
a la ira y rico en clemencia”, no es un Juez tremendo al que tenerle miedo:
¡es el hermano compasivo, el Señor, el Redentor!
“No nos trata como merecen nuestros
pecados”. Y nuestros pecados son graves, aunque no lo creamos ni lo
reconozcamos y sin embargo el Señor no nos trata como merecemos, sino con
infinita bondad. “No nos trata como
merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”, porque Dios es
Amor, y nos lo ha manifestado en Cristo y en Él nos ha otorgado toda misericordia,
toda ternura, toda gracia, todo amor.
Acerquémonos confiadamente
a las fuentes de la salvación, al costado de Cristo traspasado, que nos da el
agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía. Acerquémonos al Corazón de
Cristo todos los que estemos cansados y agobiados y en Él hallaremos nuestro
descanso y nuestro alivio. Renovemos nuestro amor al Señor; frente a tanto
amor, pongamos nuestro pequeño amor. Y que la celebración de la Eucaristía,
donde se proclama la infinita misericordia de Cristo para nosotros, sea ocasión
de que nosotros, miembros de la Iglesia, podamos entregarle y renovarle nuestro
amor.
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