El mal y el pecado son realidades, no ficciones de la imaginación o hipótesis de trabajo. Los palpamos, los sufrimos y los cometemos a su vez.
La iniquidad campa por sus anchas. Y frente al misterio de la iniquidad, brillará el Misterio de la piedad, de la condescendencia de Dios. Pero para conocer la iniquidad, no hace falta que vayamos ni muy lejos ni muy alto... únicamente hace falta entrar en lo interior.
En el corazón del hombre, en mayor o menor medida, la concupiscencia existe y arrastra; la tentación hace caer. Cometemos el mal y dejamos el bien.
"Es
absolutamente cierto, hermanos, que o matas la iniquidad o la iniquidad
te mata a ti. Pero no pretendas matar la iniquidad como a algo que está
fuera de ti. Mírate a ti mismo y ve que lucha contigo en tu interior y
evita el ser vencido por la iniquidad, que es tu enemigo si no le diste
muerte en ti. De ti procede, y tu alma, no otra cosa, guerrea contra ti"
(San Agustín, Enar. in Ps. 63,9).
Pero mayor es el misterio, ya que frente a nuestra maldad y pecados, reina de manera sobreabundante la misericordia y la Gracia misma de Dios. Así Él pretende vencer en nosotros la maldad.
Piensa,
¡oh alma mía!, en todas las dádivas de Dios, pensando en tus malos
hechos. Cuantas han sido tus malas acciones, tantas han sido sus buenas
dádivas. ¿Y qué regalos le has ofrecido, qué dones, qué sacrificios?
(San Agustín, Enar. in Ps., 102,4).
A Dios, incomparable e insuperable Maestro, de fina pedagogía y dulzura constante, habremos de orar en invocar para que siga enseñando y educando a nuestra alma:
Enséñame la dulzura inspirándome la caridad; enséñame la disciplina
dándome paciencia; enséñame la ciencia iluminándome el entendimiento
(San Agustín, Enar. in Ps., 118,17,4).
¿Qué podemos dar? ¿Cuáles son los tipos de limosna? Para san Agustín hay dos tipos, y son complementarios:
En
la Iglesia hay dos clases de misericordia: una es tal que no conlleva
gasto de dinero ni tampoco fatiga; otra que requiere de nosotros o bien
el servicio de la acción o bien gasto de dinero. La que no nos exige ni
dinero ni fatiga radica en el alma, y consiste en perdonar a quien te
ofendió. Para dar esta limosna tienes el tesoro en tu corazón: allí te
entiendes directamente con Dios (San Agustín, Serm. 259,4).
Dios, Autor de toda belleza y la Belleza misma, hace partícipe de su Hermosura al alma creada. Va transformándonos, embelleciéndonos y agraciándonos. Cuanto más cerca de Él y más dóciles, mayor belleza adquiriremos; cuanto más alejados de Él y más rebeldes, mayor será la deformidad, la repulsión que provocará nuestra alma.
Sea
alabada en el Señor el alma buena; si él la posee, se hace buena; si él
le infunde su espíritu, adquiere vigor; si él la ilumina, resplandece;
si él le da forma, se vuelve hermosa; si él la llena, se torna fecunda
(San Agustín, Serm. 312,2).
ESTOS SON LOS PELDAÑOS QUE NOS AYUDAN A CONSTRUIR NUESTRA ESCALERA PARA QUE EL ALMA LOGRE ALGUN DIA LLEGAR AL CORAZON DE JESUS .
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