Terminamos un recorrido de catequesis sobre los efectos sacramentales del sacrificio eucarístico, basándonos exclusivamente en lo que los mismos textos litúrgicos rezan.
Las oraciones sobre las ofrendas, con su brevedad, tan característica del rito romano, orientan a los fieles para vivir el Misterio eucarístico en su plenitud.
5. Vida cristiana plena
Entre
los efectos por los que ruegan las distintas oraciones sobre las ofrendas,
podríamos reseñar el de obtener una vida cristiana plena.
El
organismo sobrenatural de la gracia en nosotros, que se nos dio en el Bautismo
y se selló y perfeccionó en la
Confirmación, debe desplegarse por completo en nosotros,
renovándonos en Cristo, haciendo crecer el Hombre nuevo, creciendo a la medida
de Cristo en su plenitud (cf. Ef 4,13).
Es
la participación en la Santa Misa
la que nos da cuanto necesitamos, las gracias necesarias, para que se
desarrolle en nosotros ese organismo sobrenatural, la vida divina en nosotros.
Participando
de esta vida divina, la oración sobre las ofrendas pide alegría para las almas,
es decir, el fruto del Espíritu que es alegría y paz. La vida cristiana posee
la nota de una alegría profunda, interior, pacífica, y así se pide al Señor.
“Concédenos, Señor, que la celebración de estos misterios pascuales nos llene siempre de alegría y que la actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante”[1].
Humildemente,
se suplica el gran Don del Espíritu Santo, porque Él, únicamente Él, es capaz
de conducirnos a un mejor y mayor conocimiento del Misterio. Él nos hace
comprender, actualiza la Verdad,
nos la recuerda haciéndola pasar otra vez por el corazón.
El
Espíritu Santo nos conduce a la
Verdad plena, Maestro interior; por ello, celebrando la Eucaristía, suplica una
oración sobre las ofrendas:
“Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga comprender la realidad misteriosa de este sacrificio y nos lleve al conocimiento pleno de toda la verdad revelada”[2].
Gran
don y gracia de la
Eucaristía es la comunicación del Espíritu Santo. Se pide
–“epíclesis”- al Padre que descienda sobre la ofrenda de pan y vino así como
también sobre los comulgantes. Entonces, el Espíritu nos transforma en el mismo
Cristo, nos espiritualiza:
“Por este sacrificio de salvación que te ofrecemos, enciende, Señor, nuestros corazones en el fuego del Espíritu Santo”[3].
Adelantando,
o preanunciando, contenidos y expresiones que son propios de la plegaria
eucarística, la oración sobre las ofrendas suplica a Dios algo serio y exigente,
como es que los participantes vivan como oblación perenne:
“Por la invocación de tu santo nombre, santifica, Señor, estos dones que te presentamos, y transfórmanos por ellos en ofrenda perenne a tu gloria”[4].
La
petición es importante y de largo alcance: supone poner la existencia cristiana
entera en las manos de Dios, en plena disponibilidad, para vivir expropiados.
Se pasa así a ser propiedad absoluta del Señor, acogiendo su voluntad y
realizándola prontamente.
En
la vida y en la muerte somos del Señor, y le pertenecemos a Él, por eso nuestra
vida se deja conducir por su inspiración. Suplicamos vivir como Cristo cuyo
alimento es hacer la voluntad del Padre, superando las naturales resistencias
de nuestra naturaleza, su egoísmo y orgullo.
Para
vivir así ofrecemos la
Eucaristía, y nos ofrecemos nosotros mismos con Cristo:
“Te rogamos, Señor, que la ofrenda que te presentamos nos transforme a nosotros, por tu gracia, en oblación viva y perenne”[5].
La
celebración de la Santa Misa
–como vemos por la oración sobre las ofrendas- tiene enormes consecuencias y
repercusión en la vida cristiana.
La
liturgia, una vez más, se nos muestra como maestra de vida espiritual y escuela
del espíritu cristiano. Atendamos bien siempre a los textos litúrgicos, recitémoslos
con claridad y pausadamente en la
Misa para que todos puedan interiorizarlos y responder,
conscientes, el rotundo y afirmativo: “Amén”.
La entrada, que es bellísima, ha reconfortado mi alma.
ResponderEliminarAtiende, Señor, los deseos de tu pueblo (de las preces de Vísperas)