Bendiciones en la Misa
Además de la bendición a los fieles
(antes de la comunión en el rito hispano, al final de todo en el rito romano),
hallamos al menos dos bendiciones más en la Misa. Muchas se han suprimido en el
actual Misal, como la bendición del agua que se echa en el cáliz así como
multitud de signos de la cruz sobre la oblata.
En la Misa, una bendición
significativa es la del diácono antes de
proclamar el Evangelio. Manifiesta que recibe la delegación del obispo para
ese oficio litúrgico, y se implora al Señor la adecuada purificación interior
del diácono para esta lectura evangélica.
El ceremonial romano más antiguo
decía únicamente que el diácono besase los pies (costumbre de origen bizantino)
o la mano del Papa, como pidiendo permiso. El rito de la bendición es una
importación galicana del siglo IX: después de coger el Evangeliario del altar,
el diácono se ponía de rodillas delante del celebrante pidiendo y recibiendo la
bendición; entonces le besa la mano, se levanta y se dirige al ambón (Righetti,
II, p. 230-231).
Así se realiza el rito según la
liturgia vigente. Mientras se canta el Aleluya –o el versículo correspondiente
si es Cuaresma- el diácono pide la bendición: “Padre, dame tu bendición”, y la
recibe “profundamente inclinado” (IGMR 175), mientras se le dice: “El Señor
esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio;
en el nombre del Padre…” Hecho esto, junto con los acólitos con cirios y el
incensario, va al altar, hacen todos inclinación, y toma reverentemente el
Evangelio del altar. Omitida la reverencia al altar, lleva al ambón el libro,
de modo solemne y un poco elevado, precedido por el turiferario y los acólitos
con cirios (cf. IGMR 120-122; 132; 175; CE 140).