-Las campanas en el Gloria. Un rito propio y peculiar se desarrolla
en la Vigilia pascual; terminadas las lecturas del Antiguo Testamento y
marcando el paso al Nuevo Testamento, se entona el Gloria repicando las
campanas.
Este repicar las campanas aquí tiene
un alto valor pedagógico. Desde el Gloria de la Misa en la Cena del Señor las
campanas han guardado silencio porque la Iglesia iba a vivir la austeridad del
Triduo pascual y la muerte de su Señor. No podían repicar las alegres campanas
con sus sonidos. Tres días en silencio: ahora, que resucita el Señor, por fin
vuelven a sonar anunciando la Gloria del Resucitado. Terminó el tiempo de duelo
y tristeza. Comienza la alegría pascual.
Dicen las rúbricas: “Terminada la
última lectura del Antiguo Testamento, con su responsorio y su oración
correspondiente, se encienden las velas del altar y entona solemnemente el
himno “Gloria a Dios en el cielo”, que todos continúan, mientras se hacen sonar
las campanas, según las costumbres de cada lugar” (CE 349).
Buscando una simetría, se ha ido
extendiendo como un abuso realizar este rito en el Gloria de la Misa de
medianoche de Navidad. Pero carece de sentido. Las campanas no han enmudecido
en Adviento, incluso han sonado para convocar la Misa de medianoche… ¡y vuelven
a sonar a los diez minutos con el canto del Gloria!
Las campanas no están acompañando el
himno del Gloria para que sea más festivo. Más bien es el himno Gloria a Dios
el que hace que las campanas puedan volver a sonar tras haber estado en
silencio los tres días del Triduo pascual. Diferente la perspectiva y diferente
el uso, que debe reservarse para este rito propio de la Vigilia pascual.
Por supuesto, ninguna rúbrica hay
que indique esto para la noche de Navidad. Mejor reservemos este rito para su
lugar original, la santa Vigilia pascual, donde resuenan alegres, después de
tres días de silencio, anunciando que el Señor ha resucitado.
-El anuncio del Aleluya. Otro rito propio de la santa Vigilia
pascual es el anuncio del Aleluya. Durante la Cuaresma no se cantó ningún día
ni en ninguna solemnidad. La Iglesia hacía penitencia.
Pero en esta Noche santísima por fin
se va a entonar como el grito, exclamación jubilosa, de la Pascua de nuestro
Señor.
El rito es muy breve; dice el
Ceremonial:
“Terminada la Epístola, si se cree
conveniente, y según la costumbre del lugar, uno de los diáconos o el lector se
acerca al Obispo y le dice: “Reverendísimo Padre: os anuncio un gran gozo: el
Aleluya”.
Después de este anuncio o, si éste no
tiene lugar, inmediatamente después de la Epístola, todos se levantan.
El Obispo, de pie y sin mitra, entona
solemnemente el Aleluya…” (CE 352).
-Las secuencias. Son himnos para ser cantados que enriquecen la
celebración de algunas solemnidades y fiestas de la Iglesia. Se cantan antes
del Aleluya en la actualidad y son obligatorias en la Misa del día de Pascua
(“Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza”) y la Misa del día de
Pentecostés (“Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo”). Son
opcionales en la octava de Pascua, en la solemnidad del Corpus Christi y en la
memoria de la Virgen de los Dolores (el Stabat Mater).
Parece que su origen lo hemos de situar
en Francia y en Inglaterra, desde el siglo VII. Los melismas del “Aleluya” en
su última sílaba provocaron que se desarrollase una letra, un himno,
aprovechando tales notas, que se agrupaban en varias frases melódicas llamadas
“sequentias”.
Más adelante, en el siglo XI, la
secuencia se separa totalmente del canto del Aleluya, y abandonando las formas
irregulares, adopta la forma de poesía rítmica. Las estrofas son más iguales,
se usa la rima y la asonancia.
El siglo XII llevó al esplendor de
la secuencia, verdaderas joyas con estilo de himno latino y estructura regular
en las estrofas. Entre ellas, las que aún se siguen usando: el “Lauda Sion” de
Sto. Tomás de Aquino (1264), el “VeniSancteSpiritus”, atribuido a Inocencio
III, o el “Stabat Mater” del franciscano Jacopone de Todi (1306).
En toda Europa las secuencias
tuvieron mucho éxito hasta el siglo XVI, y había más de 5.000. El pueblo las
cantaba con gusto porque eran sencillas, ágiles, y se prestaban para ser
cantadas en la iglesia y fuera de ella.
El Misal de san Pío V, considerando
que las secuencias eran de origen reciente, las eliminó casi todas, dejando
cinco solamente.
La secuencia –hay que valorarlo-
desde el punto de vista literario, ocupará siempre un puesto de honor en la
literatura medieval. Litúrgicamente fue una expresión de la vitalidad religiosa
del pueblo cristiano (cf. Righetti, I, 612-615).
Ahora, “la secuencia, que sólo es
obligatoria los días de Pascua y de Pentecostés, se canta antes del Aleluya”
(IGMR 64).
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