miércoles, 2 de abril de 2025

Ritos peculiares en el año litúrgico (Ritos y gestos - XVIII), y 2ª parte




            -Las campanas en el Gloria. Un rito propio y peculiar se desarrolla en la Vigilia pascual; terminadas las lecturas del Antiguo Testamento y marcando el paso al Nuevo Testamento, se entona el Gloria repicando las campanas.




            Este repicar las campanas aquí tiene un alto valor pedagógico. Desde el Gloria de la Misa en la Cena del Señor las campanas han guardado silencio porque la Iglesia iba a vivir la austeridad del Triduo pascual y la muerte de su Señor. No podían repicar las alegres campanas con sus sonidos. Tres días en silencio: ahora, que resucita el Señor, por fin vuelven a sonar anunciando la Gloria del Resucitado. Terminó el tiempo de duelo y tristeza. Comienza la alegría pascual.

            Dicen las rúbricas: “Terminada la última lectura del Antiguo Testamento, con su responsorio y su oración correspondiente, se encienden las velas del altar y entona solemnemente el himno “Gloria a Dios en el cielo”, que todos continúan, mientras se hacen sonar las campanas, según las costumbres de cada lugar” (CE 349).


            Buscando una simetría, se ha ido extendiendo como un abuso realizar este rito en el Gloria de la Misa de medianoche de Navidad. Pero carece de sentido. Las campanas no han enmudecido en Adviento, incluso han sonado para convocar la Misa de medianoche… ¡y vuelven a sonar a los diez minutos con el canto del Gloria!

            Las campanas no están acompañando el himno del Gloria para que sea más festivo. Más bien es el himno Gloria a Dios el que hace que las campanas puedan volver a sonar tras haber estado en silencio los tres días del Triduo pascual. Diferente la perspectiva y diferente el uso, que debe reservarse para este rito propio de la Vigilia pascual.

            Por supuesto, ninguna rúbrica hay que indique esto para la noche de Navidad. Mejor reservemos este rito para su lugar original, la santa Vigilia pascual, donde resuenan alegres, después de tres días de silencio, anunciando que el Señor ha resucitado.


            -El anuncio del Aleluya. Otro rito propio de la santa Vigilia pascual es el anuncio del Aleluya. Durante la Cuaresma no se cantó ningún día ni en ninguna solemnidad. La Iglesia hacía penitencia.

            Pero en esta Noche santísima por fin se va a entonar como el grito, exclamación jubilosa, de la Pascua de nuestro Señor.

            El rito es muy breve; dice el Ceremonial:

           “Terminada la Epístola, si se cree conveniente, y según la costumbre del lugar, uno de los diáconos o el lector se acerca al Obispo y le dice: “Reverendísimo Padre: os anuncio un gran gozo: el Aleluya”.

           Después de este anuncio o, si éste no tiene lugar, inmediatamente después de la Epístola, todos se levantan.

           El Obispo, de pie y sin mitra, entona solemnemente el Aleluya…” (CE 352).


            -Las secuencias. Son himnos para ser cantados que enriquecen la celebración de algunas solemnidades y fiestas de la Iglesia. Se cantan antes del Aleluya en la actualidad y son obligatorias en la Misa del día de Pascua (“Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza”) y la Misa del día de Pentecostés (“Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo”). Son opcionales en la octava de Pascua, en la solemnidad del Corpus Christi y en la memoria de la Virgen de los Dolores (el Stabat Mater).

            Parece que su origen lo hemos de situar en Francia y en Inglaterra, desde el siglo VII. Los melismas del “Aleluya” en su última sílaba provocaron que se desarrollase una letra, un himno, aprovechando tales notas, que se agrupaban en varias frases melódicas llamadas “sequentias”.

            Más adelante, en el siglo XI, la secuencia se separa totalmente del canto del Aleluya, y abandonando las formas irregulares, adopta la forma de poesía rítmica. Las estrofas son más iguales, se usa la rima y la asonancia.

            El siglo XII llevó al esplendor de la secuencia, verdaderas joyas con estilo de himno latino y estructura regular en las estrofas. Entre ellas, las que aún se siguen usando: el “Lauda Sion” de Sto. Tomás de Aquino (1264), el “VeniSancteSpiritus”, atribuido a Inocencio III, o el “Stabat Mater” del franciscano Jacopone de Todi (1306).

            En toda Europa las secuencias tuvieron mucho éxito hasta el siglo XVI, y había más de 5.000. El pueblo las cantaba con gusto porque eran sencillas, ágiles, y se prestaban para ser cantadas en la iglesia y fuera de ella.

            El Misal de san Pío V, considerando que las secuencias eran de origen reciente, las eliminó casi todas, dejando cinco solamente.

            La secuencia –hay que valorarlo- desde el punto de vista literario, ocupará siempre un puesto de honor en la literatura medieval. Litúrgicamente fue una expresión de la vitalidad religiosa del pueblo cristiano (cf. Righetti, I, 612-615).

            Ahora, “la secuencia, que sólo es obligatoria los días de Pascua y de Pentecostés, se canta antes del Aleluya” (IGMR 64).


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