sábado, 24 de febrero de 2024

Santos en el mundo, santos en lo cotidiano (Palabras sobre la santidad - CXIX)



            Cuando se acostumbra uno a orar pausadamente los textos litúrgicos, meditándolos en oración personal, se adquiere una profunda sabiduría espiritual, vivida en el seno de la Tradición. Se impregna uno de eclesialidad, de fe eclesial profesada en los textos litúrgicos. Entonces se avanza en la comprensión del Misterio.



            El común de santos y santas del Misal romano presenta en sus textos eucológicos aquello que la Iglesia cree de la santidad en el mundo, la santidad de lo cotidiano, aquellos santos que, en el estado laical, vivieron en el mundo, santificándose en lo cotidiano, en las obligaciones y trabajos de cada día, sin destellos de lo extraordinario ni misiones especiales, deslumbrantes, que podrían ser recordadas en las páginas de la historia de la Iglesia. Santos de lo común, santos de lo ordinario… santos en lo concreto de cada día.

            En estos santos, Dios nos revela su amor: “Dios todopoderoso y eterno, tú has querido darnos una prueba suprema de tu amor en la glorificación de tus santos” (OC, Misa I). Dios mismo nos “protege con la intercesión de sus santos” (cf. OF, Misa I), y nos regala a los santos para que “su ejemplo nos mueva a imitar fielmente a tu Hijo” (ibíd.).


            La Iglesia confiesa que Santo es Dios y que la santidad viene de Él, como don y participación. Dios hace a sus santos y muchos de ellos, la inmensa mayoría, vivirán esa santidad en el mundo sin ser del mundo: “Proclamamos, Señor, que sólo tú eres santo, sólo tú eres bueno y nadie puede serlo sin tu gracia; por eso te pedimos que, mediante la intercesión de san N., nos ayudes a vivir de tal forma en el mundo, que nunca nos veamos privados de tu gloria” (OC, Misa II). ¡Nadie es santo sin su gracia!, y viven la santidad en el mundo, a la intemperie, sin muros que los protejan, expuestos en medio de la sociedad.

            Con los santos, Dios nos regala intercesores pero también modelos, ejemplos muy accesibles de vida cristiana. Sus ejemplos son válidos para nosotros, son orientadores para las circunstancias de cada cual, para hallar modelos de respuestas a los distintos desafíos: “Oh Dios, que en nuestra fragilidad nos has puesto a los santos como ejemplo y defensa para allanarnos el camino de la salvación, concédenos, te rogamos, que al celebrar la fiesta de san N. sigamos de tal modo sus ejemplos que podamos llegar al reino de tu amor” (OC, Misa III). Es muy importante, al leer la vida de los santos, no solamente admirarnos de ellos, sino confrontar sus ejemplos con nuestras vidas: “Señor, tú ves que somos débiles y que desfallecemos; por medio del ejemplo de tus santos, afiánzanos misericordiosamente en tu amor” (OC, Misa IV). Sus ejemplos nos confirman en la lucha, nos afianzan. Los ejemplos de los santos despiertan nuestra alma, la inflaman en deseos santos para vivir más cristianamente, consagrados por completo a Dios pero en medio del mundo, de la ciudad secular: “Concédenos, Dios todopoderoso, que el ejemplo de los santos nos estimule a una vida más perfecta, para que al celebrar la memoria de san N. le sepamos imitar en las obras” (OC, Misa VI).

            Para nosotros, es reconfortante y consolador saber que contamos con la oración de los santos, con su intercesión en nuestra debilidad: “Señor, que la oración de tus santos alcance a tus fieles el auxilio oportuno y nos haga partícipes de la suerte de los bienaventurados en el cielo” (OC, Misa V).

            Estas son las dimensiones de la santidad que nos ofrecen las Misas del común de santos y santas: son una ayuda y defensa, oran por nosotros, sus ejemplos nos estimulan para una vida más perfecta en el seguimiento de Cristo, una entrega generosa y fiel a Dios sirviéndole en el mundo. Éste es el camino cristiano. Éste es el destino. La santidad no es opcional, sino vocación. Y sí, es posible, realmente factible, vivirla en la ciudad secular, en el mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario