lunes, 12 de febrero de 2024

La delicadeza como virtud (y IV)

3. Consigo mismo

            a) De cuerpo

            -La primera delicadeza consigo mismo brota de una convicción: “soy templo del Espíritu Santo” y este templo no debe estar descuidado o desaliñado, sino limpio, pulcramente vestido, con cuidado hacia la propia salud (higiene, alimentación, descanso). Hay que dominar las pasiones mediante la mortificación pero sin caer en el peligro opuesto de castigar la corporalidad de tal forma que el sujeto pueda corromperse o debilitarse. Es necesario una buena alimentación y el descanso necesario sin forzar.


            b) De alma

            -La delicadeza de la propia alma permite ser sensible hacia los propios pecados. El examen de conciencia induce a conocimiento propio y es medio de estar vigilante. Sin esta sensibilidad, el corazón se vuelve de piedra, apenas si siente las faltas y los pecados veniales, y puede llegar a justificar cualquier pecado. La delicadeza es estar atento a todo aquello que sea frialdad o desamor al Señor; delicadeza es no acostumbrarnos a cargar siempre con los mismos defectos, pasiones y pecados, sino rechazarlos y dolernos de ellos. Esta sensibilidad de alma la da el Amor de Dios y el trato con el Señor.

            -La delicadeza, la finura espiritual, impulsa al alma a caminar tras el Señor, de modo que hay un deseo de avanzar en mayor perfección, plenitud y amor. Nunca se siente satisfecha con lo ya alcanzado, desea más porque allí halla la realización y vocación perfecta del hombre a la libertad y a la entrega.

 
            -Una finura de alma que engendra humildad y sencillez pues atenta a la propia realidad de nada tiene que gloriarse ya que todo le ha sido dado y entregado por el Señor, excepto el propio pecado. Esta humildad lleva al reconocimiento de los dones que Dios ha entregado ejercitándolos para bien de la Iglesia. No se gloría en los talentos, con sencillez los negocia, y sabe bien sus defectos, limitaciones e infidelidades.

            -Una sensibilidad atenta del alma es capaz de discernir entre lo que Dios pide y las propias exigencias, pues ocurre que a veces nos exigimos a nosotros mismos mucho más de lo que Dios quiere y desea y espera. Este nivel de exigencia no es de Dios, y va destruyendo la capacidad de respuesta ya que se debilitan las facultades del alma. Atentos a lo que Dios nos pida sí, pero no exigirnos nosotros y poner metas que puedan “corromper el sujeto” (S. Ignacio) y pueden ser inspirados por el orgullo, por un afán de destacar o un perfeccionismo estéril.


            c) De los actos y obras

            -Por respeto a uno mismo y a los demás, “en la actividad no seáis descuidados” (Rm 12); es un modo de ser, un talante que, si no se posee, se puede ir adquiriendo. Se puede ser descuidado cuando se hacen las cosas a la ligera, o con prisas, o pensando que da igual y saliendo al paso; se es descuidado cuando se es desordenado, de modo que sensibilidad del alma es también el ser ordenado, poniendo cada cosa en su sitio si es de uso común, no olvidándose de cerrar una ventana o una puerta o un cajón... El descuido, la dejadez, el modo de hacer pensando y autojustificándose en que “da igual”, “es lo mismo”, revela el desorden interno.


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