lunes, 18 de diciembre de 2023

Una obra de la gracia (Palabras sobre la santidad - CXVI)



            Algo más hay en los santos que cualidades naturales o rasgos de temperamento: la gracia potenció y elevó lo que en ellos había por naturaleza, y así los puso al servicio de Dios. Realmente un santo no es un superhombre o alguien muy especial y distinto porque hayan nacido así, sino porque Dios obró en ellos, la gracia actuó y los fue transformando. Si la santidad fuera sólo una naturaleza humana genial, diferente, ni los santos habrían sido santos y nosotros tendríamos que renunciar ya a completar nuestra vocación a la santidad. No podríamos ser santos.


            Es Dios quien hace santos, a cada uno de un modo distinto y confiriéndoles gracias distintas, diversas. Reza por ejemplo la liturgia: “Oh Dios, que diste a san Raimundo de Peñafort una entrañable misericordia para con los cautivos y los pecadores” (OC, 7 de enero). Este santo, tal vez por nacimiento, pudiera ser sensible al dolor y al sufrimiento ajeno, teniendo empatía, pero “la entrañable misericordia” que lo llevó a la santidad fue Dios quien se la dio.

            La oración colecta del gran san Eulogio de Córdoba prosigue en esa misma línea: “Señor y Dios nuestro: tú que, en la difícil situación de la Iglesia mozárabe, suscitaste en san Eulogio de Córdoba un espíritu heroico para la confesión de la fe” (OC, 9 de enero). Hay caracteres más apocados y otros más atrevidos y lanzados; caracteres más cohibidos y los hay más arriesgados… pero la defensa de la fe en la Iglesia mozárabe hasta el martirio no le vino a san Eulogio por su natural carácter, sino por una actuación de Dios que suscitó en él “un espíritu heroico”. La santidad es obra de Dios. Al ver lo que obró en los santos, le pedimos que actúe igualmente en nosotros ahora: “Te rogamos, Señor, nos concedas el espíritu de fortaleza…” (OC, 20 de enero, san Sebastián).


            Todo lo que vemos en los santos es obra preciosa de Dios, no construcción humana. En ellos se transparenta la acción divina: “Oh Dios que hiciste brillar con virtudes apostólicas a los santos Timoteo y Tito” (OC, 26 de enero). Es Dios con su poder quien crea a los santos y los dota de una personalidad propia, sobrenatural, completa y acabada: “Oh Dios, que hiciste de santo Tomás de Aquino un varón preclaro por su anhelo de santidad y por su dedicación a las ciencias sagradas” (OC, 28 de enero). Incluso su propia vocación y misión, su carisma y apostolado concreto, no fue una simple opción humana entre otras, sino don de Dios que los predestinó y eligió, confiándoles una parcela concreta para trabajar: “Señor, Dios de las misericordias, que hiciste a san Jerónimo Emiliani padre y protector de los huérfanos” (OC, 8 de febrero); “oh Dios, que iluminaste a los pueblos eslavos mediante los trabajos apostólicos de los santos hermanos Cirilo y Metodio” (OC, 14 de febrero); “oh Dios que elegiste a tu obispo san Patricio para que anunciara tu gloria a los pueblos de Irlanda” (OC, 17 de marzo); “Señor, tú que has elegido a san Juan Bautista de la Salle para educar a los jóvenes en la vida cristiana” (OC, 7 de abril).

            Los grandes rasgos de los santos, aquello que caracteriza o define su perfil espiritual, es Dios quien se lo otorgó, enriqueciendo la Iglesia: “Señor, tú que infundiste en san Juan de Dios espíritu de misericordia” (OC, 8 de marzo); “oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana un modelo singular de vida matrimonial y monástica” (OC, 9 de marzo); “Señor, Dios todopoderoso, tú elegiste a san Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, para que fuese testimonio y fuente del humano saber” (OC, 26 de abril).

            Con el testimonio de la liturgia, en cuyos textos hallamos sin vacilación la ley de la fe (lex credendi), la santidad se presenta como acción de Dios, una obra de Dios, que suscita y elige, que otorga y confiere, que sitúa en la Iglesia y en el mundo, y que encomienda tareas concretas, misiones específicas, apostolados personalísimos.

            El santo es siempre obra sobrenatural de Dios.


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