domingo, 10 de diciembre de 2023

Te Deum - y II (Respuestas - LV)



3. El lenguaje y los términos que emplea el Te Deum lo sitúan en el siglo IV o, como muy tarde, siglo V. Veamos algunos indicios que apuntan en esa dirección.

            Los títulos cristológicos más antiguos no se encuentran ya en el Te Deum como sí se encuentran en el “Gloria in excelsis” (que es más antiguo), títulos tales como Cordero de Dios, Señor, Padre todopoderoso. Se seguirán usando, pero no con tanta frecuencia porque hay una nueva sensibilidad cristológica y nuevas controversias con el dogma cristológico que requieren expresiones más precisas aún.



            Destacan las afirmaciones sobre la naturaleza divina de Jesucristo en plena polémica antiarriana: “Tú eres el Hijo único del Padre” o la expresión “Tú aceptaste la condición humana”. Cristo no es una criatura, ni un ser intermedio entre Dios y el hombre, sino el Hijo único y eterno del Padre.

            Otras expresiones nos ubican en el siglo IV: “el coro de los apóstoles… los profetas… el blanco ejército de los mártires”, señalando cómo la Iglesia ya daba culto a los apóstoles, a los profetas y a los mártires, celebrando el “dies natalis” de éstos, el día de su nacimiento al cielo por el martirio. San Cipriano tiene una expresión semejante a ésta del Te Deum. Escribe: “Allí el coro glorioso de los apóstoles, allí el gozoso grupo de los profetas, la multitud innumerable de los mártires”[1]. Con la suma de todos estos elementos, habrá que situar al anónimo autor del Te Deum en el siglo IV, y no faltan autores que indican a Nicetas de Remesiana como su autor, como lo parecen señalar la coincidencia de distintos manuscritos antiguos.


            4. Literariamente, el Te Deum está muy elaborado. Explica Cabrol:

            “En latín, la lengua original del Himno, las repeticiones (Te, Tu, Tibi) dan una gran fuerza a cada afirmación. Sus sentencias breves, condensadas, acumuladas, su tono directo, su manera de hacer que el alma se dirija directamente a Dios, su enumeración rápida de las grandezas de Dios, de sus favores, de la obra de Cristo, percuten vivamente el espíritu y alcanzan a dar plenamente la expresión del alma humana inclinada, empequeñecida ante la majestad de Dios, transportada de admiración, pero al mismo tiempo ennoblecida y confiada en la humilde condición del Hijo y en la obra de la redención. Una vez más nos encontramos ante el verdadero y puro sentimiento cristiano, configurado por la admiración y el temor que señala el rey-profeta [David] ante la grandeza de Dios, pero al mismo tiempo por la confianza que Cristo da al creyente”[2].

            El Te Deum es una variación orante del Credo, pronunciando con sencillez, en clima de oración, hablando con Dios, las afirmaciones doctrinales del Credo.

            Se dirige a Dios y se le confiesa Padre eterno, creador de todo, cuya gloria llena el cielo y la tierra; se confiesa a Cristo, Hijo único y eterno de Dios, con el Espíritu Santo, Defensor, Consolador, Paráclito; el Hijo se ha hecho hombre, ha redimido al hombre venciendo la muerte, ha abierto las puertas del cielo, ha sido glorificado junto al Padre y volverá glorioso para juzgar a los hombres y conceder la corona de gloria a los que hayan permanecido fieles.

            De paso, vale destacar cómo el lenguaje litúrgico para la oración pública y común debe educar nuestro propio lenguaje personal para la plegaria, asumiendo su estilo. Este lenguaje litúrgico es cuidado, solemne, con afirmaciones claras y confesión de fe, muy ajeno al sentimentalismo, a la emotividad, como en ocasiones, de manera forzada, algunos introducen textos en la liturgia de nulo valor.

            Alabando así la Iglesia a Dios, con este tono, esta majestad, esta confesión de fe, nos enseña cómo habremos de orar, y cómo hemos de cultivar ese estilo litúrgico en himnos, cantos, preces, etc.



[1] De mortalitate, 26; BAC 717,311.
[2] F. CABROL, “El “Te Deum”” en AA.VV., El “Gloria” y el “Te Deum”, CPh 96, Barcelona 1999, 26-27.

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