lunes, 14 de agosto de 2023

Silencio en la liturgia de la Palabra (Silencio - XXVI)



La liturgia de la Palabra necesita silencio para adquirir su tono meditativo y acoger las Escrituras con espíritu de fe y disponibilidad de corazón.

            Las normas de la Iglesia aconsejan el silencio en la liturgia de la Palabra para que sea fructífera su proclamación:



            “La liturgia de la palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación y, por esto, hay que evitar cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. El diálogo entre Dios y los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, requiere unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea presente, para que en ellos la palabra de Dios sea acogida interiormente y se prepare la respuesta por medio de la oración.

            Pueden guardarse estos momentos de silencio, por ejemplo, antes de empezar dicha liturgia de la palabra, después de la primera y segunda lectura y, por último, al terminar la homilía” (OLM 28).


            Y más detalladamente aún, las normas de la IGMR:

    "La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente, una vez terminada la homilía" (IGMR 56).

    "Al final el lector dice: Palabra de Dios, y todos responden: Te alabamos, Señor.

    Entonces, según las circunstancias, se pueden guardar unos momentos de silencio, para que todos mediten brevemente lo que escucharon" (IGMR 128).

 "Es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la homilía" (IGMR 66).

 "El sacerdote, de pie en la sede o en el ambón mismo, o según las circunstancias, en otro lugar idóneo pronuncia la homilía; terminada ésta se puede guardar unos momentos de silencio" (IGMR 136).

El silencio durante la liturgia de la Palabra, y sus pausas concretas, favorecen la acogida de la revelación divina y ayuda a su asimilación meditativa. Este silencio es un modo concreto y real de participar: "El pueblo hace suya esta palabra divina por el silencio y por los cantos" (IGMR 55).

            Benedicto XVI lo recomendaba, explicando su sentido y valor:

            “Se trata de un punto particularmente difícil para nosotros en nuestro tiempo. En efecto, en nuestra época no se favorece el recogimiento; es más, a veces da la impresión de que se siente miedo a apartarse, incluso por un instante, del río de palabras y de imágenes que marcan y llenan las jornadas… Este principio –que sin silencio no se oye, no se escucha, no se recibe una palabra- es válido sobre todo para la oración personal, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, las liturgias deben tener también momentos de silencio y acogida no verbal. Nunca pierde valor la observación de S. Agustín: Verbo crescente, verba deficiunt – “Cuando el Verbo de Dios crece, las palabras del hombre disminuyen” (cf. Serm. 288,5)” (Aud. General, 7-marzo-2012).

Un silencio de meditación, naturalmente breve para no desfigurar la naturaleza comunitaria de la liturgia y el ritmo mismo de la celebración es el silencio después de la lectura o después de la homilía. Aquí se medita lo escuchado, pasándolo al corazón y a la memoria, de manera que asimilemos cuanto la Palabra de Dios ha proclamado y se convierta en algo nuestro, se encarne en nuestro existir. En silencio ha de ser escuchada esta divina Palabra que desde los cielos sigue proclamando el Padre por su Hijo.

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