lunes, 25 de octubre de 2021

La fe que todo lo ilumina


Para ver el alcance pleno y la potencia de la luz de la fe hay que remontarse a su origen, a su Fuente.

¿Nos damos luz a nosotros mismos?
¿Nos hemos inventado una luz inexistente?
La fe misma, ¿de dónde nos viene, cómo brota?


La fe nos viene del encuentro con Dios, un encuentro gratuito donde Dios ha tomado la iniciativa, y que ha transformado el horizonte de nuestra existencia (encuentro del que se ha valido de mil cauces distintos, de personas diferentes, etc.). 

No es un sentimiento –siempre pasajero- sino un encuentro, un Acontecimiento decisivo; entonces todo cambia; nosotros mismos cambiamos:

            “La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo” (Lumen fidei, 4).


 

            Éstos son los pasos, entonces, de la fe:

1)      La fe nace del encuentro con Dios, por tanto, es don, algo recibido, gratuito y precioso.

2)      En este encuentro, el Amor de Dios que se da es nuestro apoyo para estar seguros y construir la vida. Él es Roca, Amparo y seguridad. La tarea de construir la vida no es un esfuerzo del hombre solo: nos sustenta el amor de Dios.

3)      Esta experiencia tan fuerte del amor de Dios y su luz abre nuestra mirada al futuro: ¡la esperanza es real y posible! El corazón se ensancha. La luz de la fe va orientando cada día nuestros pasos y orienta nuestro camino para que no nos perdamos ni desorientemos. Porque “como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro ‘yo’ aislado, hacia la más amplia comunión” (Lumen fidei, 4).


Tal vez se pueda vivir sin fe, pero sería terriblemente empobrecedor para el hombre verse privado de la luz de la fe, del sentido de las cosas que nos revela, de la planificación de la razón y de lo humano. ¿Cómo vivir? ¿Adónde encaminarse?

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