viernes, 12 de marzo de 2021

La ira (s. Basilio - IV)

La ira no permite acceder al Reino de Dios, sólo la mansedumbre..

Nunca es justificación que el otro nos provoque o ver en el otro ira y cólera, y querer responder poniéndonos a su nivel, igualmente ciegos como él.

Realmente, nunca hay justificación que nos permita encendernos de ira.




            n. 4. ¿Qué más hay que decir? Al iracundo su maledicencia le cierra el reino de los cielos, pues los injuriosos no heredarán el reino de Dios; a ti, en cambio, el silencio te prepara el reino, pues el que persevere hasta el final, ese se salvará; pero si te vengas y te enfrentas de igual manera contra el injurioso ¿cómo te excusarás? ¿Qué él te provocó primero? Y eso ¿qué perdón merece? En verdad, ni aunque el libertino impute la culpa a su compañera, porque lo incitó al pecado, es por ello menos digno de condena.


            No hay coronas sin contrincantes, ni derrotas sin adversarios. Escucha a David, que dice: Mientras estuvo ante mí el impío, no me irrité ni me vengué, sino enmudecí, me humillé y guardé silencio por las cosas buenas. En cambio, tú te exasperas por la ofensa como por un mal, pero de nuevo le imitas como si fuera un bien; pues mira, haces lo que repruebas.



            ¿Examinas escrupulosamente el error ajeno y tienes en nada tu propia vergüenza? ¿La ira es un mal? Pues evita imitarla. En realidad, no es suficiente disculpa que el otro haya comenzado. Es más justo –pienso yo- distender el disgusto, porque aquél no tuvo como ejemplo el autocontrol, pero tú, viendo al colérico comportarse indecorosamente, no te guardaste de imitarlo, sino que te disgustaste, te irritaste y te enfureciste; y tu pasión se vuelve disculpara para el que comenzó. Con tus actos libras a aquél de culpa y te condenas a ti mismo, pues si la cólera es un mal, ¿por qué no evitaste el daño? Y si merece perdón, ¿por qué te irritas con el iracundo? De modo que, aunque tú no hayas comenzado el altercado, en nada te aprovecha, pues tampoco en las competiciones por una aureola es coronado el que comienza la lucha, sino el que vence.


            Por consiguiente, no sólo el que comenzó el mal es condenado, sino también el que sigue hacia el error a un guía malvado. Si te llama pobre, y dice verdad, acepta la verdad; y si miente, ¿qué te afecta lo que diga? No te envanezcas con elogios que rebasan la verdad, ni te enfades con insultos que no te atañen. Cómo es natural, ¿no ves que es natural que las flechas atraviesan lo sólido y rígido, mientras que contra lo suave y blando disminuye su ímpetu? Piensa que algo semejante pasa con la injuria. El que opone resistencia la recibe, mientras que el que cede y consiente, disipa el mal inflingido contra él gracias a la amabilidad de sus maneras.


            Y ¿por qué te turba la denominación de pobre? Recuerda tu propia naturaleza: “Desnudo llegaste al mundo y desnudo te marcharás”. ¿Quién hay más necesitado que un hombre desnudo? Nada grave escuchaste, si no haces tuyo lo dicho. ¿Quién fue metido en la cárcel por ser pobre? No es ignominioso el ser pobre, sino el no llevar noblemente  la pobreza. Recuerda al Señor, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Si te llama necio e ignorante, acuérdate de aquellas injurias de los judíos, con las que insultaron a la verdadera Sabiduría: Eres samaritano y tienes un demonio.


            Si te enfureces, entonces confirmas los ultrajes, pues ¿qué hay más irracional que la ira? Pero si permaneces sin enfadarte, avergüenzas al iracundo, mostrando de hecho tu prudencia. ¿Fuiste abofeteado? El Señor también lo fue. ¿Fuiste escupido? También nuestro Señor, pues no apartó su rostro de la deshonra de los salivazos. ¿Fuiste calumniado? También el Juez. ¿Rasgaron tu túnica? También desnudaron a mi Señor y repartieron entre sí sus vestidos. Todavía no has sido condenado, todavía no has sido crucificado; te falta mucho para que llegues a imitarlo".



(S. Basilio, Contra los iracundos, n. 4)

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