lunes, 28 de septiembre de 2020

Eucaristía, banquete sagrado



Este concepto  de "banquete" se ha prestado a determinadas ambigüedades, fruto de la teología protestante del XVI, hasta determinadas posturas de la teología occidental-liberal, donde el banquete sagrado se convierte  en simple “comida de fraternidad”, en compromiso por la solidaridad que más que Reino de Dios es un simple proyecto humano, secularista, algo más político que trascendente. 



Es un falso concepto de banquete, pues todos los signos litúrgicos se transforman en símbolos o se suprimen y se inventan otros para tomar conciencia de que el banquete eucarístico es la entrega de Jesús por los “pobres”, económicamente entendido este concepto. 

Se pierde lo sagrado del banquete pascual, banquete sagrado y santo, (con signos propios, cáliz y no cualquier vaso, manteles, flores, velas, incienso) por “algo sencillo”  que sea “comida” totalmente –o casi- privada de sentido trascendente. Es la reducción secularizante de la liturgia.

La encíclica Ecclesia de Eucharistia puntualiza muy bien el sentido de la Eucaristía como banquete pascual, sagrado, trascendente y señala y explica –en consonancia con toda la Tradición- qué es lo que recibimos:

            La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico  se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, derramada por muchos para perdón de los pecados (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6,57).Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento... (nº 16).


            Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe S. Efrén: “Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego  y Espíritu [...] Tomad y comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo  y el que lo come vivirá eternamente”. La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones... Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: “Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”. Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu...

            Por tanto,

-          es un banquete sagrado
-          el banquete pascual: Cristo muerto y resucitado
-          lo que comemos y bebemos es al mismo Cristo
-          al mismo tiempo acrecentamos su Espíritu Santo en nuestras almas
-       los signos del banquete han de ser expresivos (pan que se parta realmente en diversos trozos, cáliz digno, manteles, flores, candelabros, alfombras...) pues no es una simple comida.
-          El altar, bien preparado, es Mesa del Banquete y Calvario.

El Catecismo desarrolla todo un epígrafe sobre la Eucaristía titulado “El banquete pascual” (CAT 1382-1395).

            La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros (CAT 1382).

            Bastaría recordar el inicio de la antífona de las II Vísperas de la Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor: “Oh Sagrado banquete, en que el manjar es Cristo...”

            El domingo mismo, el día grande, es el día de la asamblea eucarística que come la carne del Hijo del hombre:

            Este aspecto comunitario se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía, en la cual Cristo mismo se hace alimento. En efecto, Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de él tanto espiritualmente por la fe y la caridad como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros. Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan de la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacrificio de la reconciliación, según el espíritu de lo que san Pablo recordaba a la comunidad de Corinto. La invitación a la comunión eucarística, como es obvio, es particularmente insistente con ocasión de la Misa del domingo y de los otros días festivos (Dies Domini, 44).

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