sábado, 13 de julio de 2013

La fe es adhesión personal a Cristo y a su Iglesia

Entre las catequesis sobre la fe que vamos recibiendo para formarnos, revisarnos, crecer y avanzar, llegamos hoy a una enseñanza que muy bien se podría calificar de deliciosa, del papa Pablo VI, sobre la adhesión personal a Cristo, que libera a la persona y la orienta a la Verdad, y como consecuencia real la adhesión personal, renovada, gozosa, a la Iglesia.


No son sólo los contenidos, es incluso la expresión oral y literaria de Pablo VI la que podría hoy seducir nuestros corazones y crecer en las dimensiones reales de la fe: su centralidad cristológica, su incorporación eclesial.

La fe recobra así su totalidad, permitiendo la unidad de la persona: seguimos a Cristo, le amamos, le confiamos la vida y nos ponemos a su disposición; hallamos en Él la Verdad porque es Él quien ha salido a nuestro encuentro. Pero sin arbitrariedad, ni subjetivismo que haga un Cristo o un Evangelio a nuestra medida personal, somos introducidos en una Compañía, en un Cuerpo, en un torrente de vida: ¡la Iglesia!

"Cristo llama a los jóvenes de hoy

Detengamos ahora nuestra atención sobre este acontecimiento: Jesús, reconocido y aclamado como Mesías, como el Cristo por su pueblo, y de una manera especial por las voces y los vítores de los jóvenes. El acontecimiento se repite hoy en la celebración litúrgica. Vosotros, jóvenes, sois en este momento, junto con la comunidad de los fieles, los heraldos de Cristo. Perpetuáis en nuestro tiempo, en nuestro ambiente, el momento de gloria de la realeza mesiánica del Señor Jesús. Renováis el acto de fe en su persona y en su misión. Lo reconocéis como Maestro de la humanidad, lo proclamáis Profeta de los destinos del mundo, lo declaráis Rey Divino, en el cual se centra la suerte de todo hombre y en torno al cual se forma el designio total de la historia. Jesús es la verdad de la existencia humana, más aún, Él mismo es la Vida, el principio de nuestra salvación, presente y futura.

¿Nos escucháis, queridos hijos? 
¿Nos comprendéis? 
¿Os parece lejana nuestra voz? 
¿Os suena a extraña e incomprensible? 

En este momento tenemos una preocupación, albergamos un temor en el corazón: El de que nuestra voz sea la nuestra, es decir, la voz de un mínimo y viejo compañero vuestro en el viaje de la vida, una voz que repite cosas pasadas y que ahora se consideran inútiles; voz privada de aquel aliento profético en el que no se oiga nuestra voz, sino el eco fiel de la voz viva y perenne de Cristo.

Os invitamos a aclamar a Jesús y a proclamarlo el Cristo, el Señor de la humanidad, el Salvador del mundo. Al escuchar nuestra invitación, ¿tenéis miedo a perder vuestra libertad que hoy defendéis con un celo vigilante? 
¿Teméis que, si el mensaje de Cristo sorprende vuestra disponibilidad, imponga, como por sorpresa, sobre vuestras espaldas una cruz incomprensible e intolerable? 
¿Teméis que, si la voz encantadora de Jesús penetra en el interior de vuestras conciencias, apague de un soplo la llama del amor y os deje solos y perdidos en la búsqueda del diálogo perdido con la amistad y con la sociedad?
La verdadera libertad

Prestad atención, hijos carísimos, y daos cuenta que lo que os pedimos, la aclamación a Cristo, en el mismo momento que proclama su gloria se convierte en vuestra riqueza, en vuestra felicidad. ¿Por qué vais a proclamar vosotros a Jesucristo? Porque Él es nuestro Salvador; nuestro liberador, el que nos guía hacia la grandeza del  heroísmo y a la plenitud de nuestra humanidad; nuestro maestro de la más verdadera, de la más pura, de la más agradable simpatía humana, es decir, de la caridad. 

Una transformación puede producirse en vosotros cuando os entreguéis a la exaltación de Cristo: ¿no lo veis vosotros, jóvenes de hoy? ¿Os ha invadido tal vez un conformismo que puede llegar a ser habitual, un conformismo que somete inconscientemente vuestra libertad al dominio autoritario de corrientes externas de pensamiento, de opinión, de sentimiento, de acción, de moda; y así, presa de un gregarismo que os da la impresión de ser fuertes, alguna vez os convertís en rebeldes en grupo, en masa, sin saber frecuentemente por qué? Extraña psicología la de buena parte de la juventud de hoy, que merecería un análisis más paciente y profundo del que ahora Nos podemos hacer, pero creemos sustancialmente exacto este juicio somero. 

Pero si vosotros tomáis conciencia de quién es Cristo y decidís seguirle, como sabéis hacerlo vosotros, con energía total, ¿qué es lo que os sucede? Sucede que interiormente conseguís la libertad. "La verdad -ha dicho Jesús- os hará libres" (Jn 8,32). Seréis personas. Seréis conscientes. Sabréis para qué y por quién vivís. Tendréis en vosotros mismos las razones supremas de la existencia humana. Os sentiréis liberados de la sugestión de la masa, que hoy fácilmente consigue la alienación de las conciencias e impone a los individuos el automatismo colectivo. Y, al mismo tiempo, cosa maravillosa, sentiréis nacer en vosotros la ciencia de la amistad, de la sociabilidad, del amor. No seréis seres aislados. Sin apagar vuestra inviolable personalidad, la adhesión a Cristo os enseñará la adhesión a los hermanos, os dará la inteligencia de los méritos y de las necesidades, por los cuales ellos deben ser buscados, amados, servidos. Una sociabilidad superior, la de la caridad, nacerá en vosotros; y no sólo como ideología, o como tentativa diletante del diálogo con los otros, sino como imperativo interior de bondad, de entrega, de unión, de auténtico amor.

La paz de Cristo

Queridos hijos que habéis acudido hoy a este acto religioso, pensad un momento dónde se desarrolla: en la Iglesia. Para encontrar verdadera y plenamente a Jesús y reconocer en Él a Cristo, digno de ser proclamado como el realizador de las esperanzas de la humanidad, es necesario venir aquí; aquí, donde su presencia moral, mística y sacramental todavía se nos presenta en la humildad de sus formas evangélicas y al mismo tiempo en la inconfundible prestancia de su divina realeza.

Y aquí, vosotros fieles todos, y vosotros, especialmente los jóvenes, aclamando a Cristo Salvador, agitando ramos de palmas y de olivos, anunciáis la paz, su paz para la humanidad de nuestro tiempo, la paz que el mundo busca y no encuentra y no sabe conquistar para sí mismo y que sólo Jesucristo puede dar (Jn 14,27). Bienaventurados vosotros, portadores de paz, porque así seréis llamados hijos de Dios (Mt 5,9)".

(Pablo VI, Hom. en el Domingo de Ramos, 7-abril-1968).

3 comentarios:

  1. Padre Javier, es posible que CRISTO y su Iglesia sean de algún modo indistinguibles. Tan íntimamente unidos y con una relación CREADOR-CRIATURA, que a CRISTO se llega por su Iglesia, en Comunión y la única razón de la existencia de la Iglesia es CRISTO. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS le bendiga.

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  2. Maravillosa homilia esta. Me sirvió demasiado, de manera especial en este momento que reflexiono sobre este tema de la alinación de conciencas de las que habla Pablo VI. Pienso cómo muchas veces tambien a los Catolicos se nos tilda de sectarios (la secta del vaticano, he escuchado) o simplemente cómo podemos en ocaciones llegar a sentirmos "automatas colectivos"; sin duda alguna una vez mas se realza la importancia de tener a Cristo en el centro, camino, verdad y vida, el unico capaz de hacer verdaderamente libre al hombre. Orar y trabajar sin cesar para madurar en el conocimiento de la fe, a fin de vivir la verdadera experiencia del encuentro con el resucitado en la unica iglesia de Cristo, ha de ser tarea interminable de todos en este año de la fe y siempre. Paz y bien!

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  3. “… no se oiga nuestra voz, sino el eco fiel de la voz viva y perenne de Cristo”.

    Ese conformismo, que produce sordos a la evangelización, al que alude el Santo Padre no desaparecerá si no rebatimos la mentira en la que estamos envueltos.

    Me sumo al Papa: "Jesús es la verdad de la existencia humana… es necesario venir aquí… Sucede que interiormente conseguís la libertad".

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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