martes, 29 de enero de 2013

Ser apóstol (II)

El apostolado del cooperador parroquial es una dimensión inherente al mandato misionero que el Señor encargó a su Iglesia: "Id y haced discípulos..."

    Pero este mandato misionero, que origina el apostolado, es un servicio al hombre para que descubra en el Evangelio el camino de la vida, de su salvación, de su plenitud. "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1Cor 9,16): el grito de San Pablo bien podría ser el grito de cualquier cristiano que habiendo descubierto la perla escondida (Mt 13,45-46) quiere comunicarlo a los demás, la alegría de la mujer que encuentra el dracma perdido y avisa a sus vecinas (Lc 15,8). El mismo gozo de los enfermos que, curados por la potencia sanadora y curativa del Señor, anuncian y glorifican las obras de Dios. 


Para eso ha nacido la Iglesia, para ser testimonio y testigo; su vida es el apostolado, su felicidad la evangelización:

La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros" (Ef., 4,16).Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef., 4,16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo (Decreto Apostolicam Actuositatem, 2).

El que encuentra a Jesucristo en su vida, descubre el hontanar de su gozo, la fuente refrescante de una alegría serena.

   
El apostolado es algo serio, radical, nacido de la propia iniciación cristiana, que llena de gozo, que plenifica al cristiano; por eso ni es un juego ni un recreo ni un divertimento ni algo pasajero, esporádico u ocasional, sino que se podría afirmar que es casi una dimensión más del ser cristiano, en el que se ve comprometida toda la existencia del bautizado en sus facultades (intelectivas, volitivas, afectivas...). La vocación cristiana es apostólica, enraizada en la fe, el cristiano es llamado a ser testigo, profeta, apóstol.

Al igual que los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1), así los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en la cosas que esperamos (cf. Hb 11, 1) cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo (Lumen Gentium, 35).







    Este apostolado no está exento de dificultades internas y externas. Son auténticas trabas, tentaciones del Maligno que nos sugiere en nuestra imaginación palabras seductoras y engañosas, de uno u otro género para hacer que desistamos de nuestro trabajo apostólico o que nosotros mismos lo hagamos estéril e infecundo.

    Ya que son tentaciones, podemos resistirlas y abatirlas agarrados a la cruz de Jesucristo. Asidos al Señor, podemos hacernos invulnerables a los ataques del Maligno.

    Las tentaciones internas son aquellas que brotan en el corazón, a veces sin motivo real. Son peligrosas porque disponen mal el corazón para la empresa apostólica y con facilidad uno se puede echar para atrás.

Estas catequesis sobre el apostolado persiguen, pacientemente, un doble objeto: descubrir (o reanimar) la propia vocación al apostolado y examinarse pacientemente sobre las tentaciones y dificultades que ya abordaremos.

2 comentarios:

  1. “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios (cuando Dios reine). Convertíos y creed la Buena Noticia”. “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, le siguieron”.

    Jesús lanza una invitación urgente y exigente para colaborar con Él en el Reino: ir detrás de Jesús para llegar a ser pescadores de hombres, llamada a la conversión, metanoia, cambio radical en el modo de pensar, sentir y actuar, y llamada a la fe o aceptación personal de esta buena noticia, convertíos y creed, convertíos creyendo; un verdadero nuevo nacimiento y acompañarle en su caminar por las poblaciones de Galilea.

    “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará.”

    En griego, predicar, proclamar, la Buena Noticia significa anunciar, comunicación por medio de la palabra y obra (“en mi nombre echarán demonios…”) con la intención de mover a la fe en Cristo; no es una divulgación neutral. Y Jesús predicaba en las sinagogas, y en las calles, casas de amigos y no amigos, ricos y pobres (excepto en el palacio del superficial Herodes), en los montes, junto al mar…

    En palabras de un miembro del Pontificio Consejo de los Laicos: “Los que hacen la ‘revolución’ y se la quedan son los que están en la calle y con organizaciones de personas tangibles. Mala cosa lo que sólo sirve para engañar conciencias. La acción real requiere asociarse para actuar a pie de calle".

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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  2. Urge.
    Sigo rezando.
    Muchas gracias, Padre.

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