viernes, 9 de marzo de 2012

Desde allí ha de venir... (III)

Por una parte consoladora afirmación, por otra parte tremendamente seria y exigente: Cristo vendrá y aparecerá como Juez de vivos y muertos, Aquel que realiza el verdadero y último discernimiento. Entonces cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.


Tal vez el buenismo reinante, que ignora la realidad del pecado y cree en una salvación automática e inmediata siempre y para todos, le ha restado fuerza y valor a esta venida de Cristo y su juicio, y, sin embargo, eso es lo que aguardamos tal como el mismo Señor nos enseñó.

Nuestra vida ni es indiferente ante Dios ni es irresponsable: lo que hacemos tiene peso delante de Dios y hemos de asumir la responsabilidad de lo que hacemos y de lo que omitimos. Vivamos rectamente y no temeremos al Juez; amémoslo en esta vida y con amor lo recibiremos cuando llegue. Por eso confesamos:

Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.



"n. 6. ¿Qué más? De allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Confesémosle como salvador para no temerle como juez. Quien ahora cree en él, cumple sus preceptos y le ama, no temerá cuando venga a juzgar a vivos y muertos; no sólo no temerá, sino que deseará que venga. ¿Hay cosa que nos haga más feliz que la llegada de aquel que deseamos y a quien amamos?

Pero temamos, puesto que será nuestro juez; será entonces nuestro juez quien ahora es nuestro abogado.

Escucha a Juan: Si dijéramos que no tenemos pecados, nosotros mismos nos engañamos y la verdad no habita en nosotros; si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda iniquidad. Esto os he escrito para que no pequéis; mas, si alguien pecare, tenemos a Jesucristo, el justo, como abogado ante el Padre, y él es quien suplica insistentemente por el perdón de nuestros pecados

Si tuvieses que sostener algún pleito ante un juez y te proveyeses de un abogado, serías recibido por él, que trataría de ventilar la causa en cuanto pudiera; pero, si no la hubiese llevado a término y escuchases que iba a ser él el juez, ¿cuál no sería tu alegría, porque pudo ser tu juez quien poco antes fue tu abogado?

También ahora ruega e intercede él por nosotros; le tenemos como abogado, ¿y le tememos como juez?

Más aún, puesto que le enviamos delante como abogado, esperemos con confianza su venida como juez".

(S. Agustín, Serm. 213,6).

6 comentarios:

  1. El juez es Cristo, y no sólo juez sino también el camino, la verdad y la vida; el juicio se opera ya por la actitud que cada cual adopte para con Él: quien no cree ya está juzgado por haber rechazado la luz, nos dice san Juan. Al final del tiempo se manifestará que Jesucristo es el fundamento y centro que otorga sentido a toda la realidad y a la historia, y a su luz quedarán juzgadas las obras de los hombres. El juicio, más que una sentencia divina conforme a nuestro concepto de sentencia, es una revelación del interior de los corazones humanos.

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Me gusta lo que nos ofrece hoy. La frase final es cierta, certera. El juicio ya está realizado, según creamos o no en Él. Al final, será una revelación del interior de los corazones, y no un juicio forense exterior a nosotros mismos, donde recibamos, con gran sorpresa, una sentencia absolutoria o condenatoria.

      Repitamos la frase de san Juan: "Quien no cree, ya está juzgado".

      Un abrazo

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  2. Buenos días don Javier. Mañana en la iglesia de Javier, deslomado, sudoroso y reventado este Melón se acordará del buen y fiel amigo del justo Juez. Un abrazo.

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    1. Pida e interceda por mí y por todos los miembros del blog.

      Por cierto, ¡nunca he ido a Javier! Algún año habrá que solucionarlo.

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  3. - Acógeme y abrázame, aunque soy cobarde.
    Cada día repito las palabras del "salmo de la confianza" (el 50), el que en muchos momentos me libra de la desesperanza y del temor: "Padre mío, por tu gran bondad y misericordia".

    - Reconozco mis culpas, tienes razón; he pecado y cometido maldad. Por eso, lávame y quedaré limpio. Más aún: hazme oir el gozo y la alegría.

    - Padre, purifícame y renuévame cada día, por favor, dame firmeza y generosidad, y abre mis labios, mis manos, mi corazón para proclamar tu alabanza.

    - De nuevo acudo a tu bondad para que por tu acogida y tu abrazo puedas reconstruirme; para que tu mirada sostenga mi alma quebrantada y me salves en el día del encuentro definitivo, glorioso, con tu Hijo resucitado, triunfante del dolor y de la muerte.

    - ¡Ven, Señor Jesús!: oración de adviento, oración antes de comulgar, oración escatológica por excelencia. Oración final de una vida, pues nuestro descanso es contemplarte.

    - ¡Bendice, alma mía, al Señor! (cfr. Salmo 102... ¡y cántese!)

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    1. Es una alegría que nuestro Abogado sea a la vez nuestro Juez. Nadie como Él conoce los secretos de nuestro corazón y la verdad interior de lo que somos.

      Así, con razón, diremos: purifícame... pero también diremos: "Ven, Señor Jesús".

      Saludos.

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