jueves, 23 de junio de 2011

Una teología del "cántico nuevo"

En las Escrituras santas se repite constantemente una invitación a modo de imperativo para que el pueblo que ha sido ya creado –la Iglesia- alabe a su Señor. Este imperativo está expresado de manera clara en los salmos: “Cantad al Señor un cántico nuevo” (Sal 95; Sal 97; Sal 149). No sirven los cánticos viejos de la esclavitud o del pecado; no sirven los cánticos de la ley antigua; no sirven los cánticos que antaño combinábamos con nuestras tendencias de pecado; ¿qué sirve? Aquello que brota de los labios de un pueblo redimido, “un cántico nuevo” porque nueva es la redención, nueva la gracia, nuevo el orden creado por Cristo en su Pascua, nuevo el hombre, nueva y eterna la alianza, nuevas las promesas: ¡“He aquí que todo lo hago nuevo” clama el Eterno Viviente en el Apocalipsis!

    Junto a la exhortación al “cántico nuevo”, el salterio tiene otras hermosas exhortaciones para elevar el alma de la Iglesia al canto, a la alabanza: “para ti es mi música, Señor” (Sal 100), y desde esa convicción y ofrenda, se repetirá: “Alabad al Señor que la música es buena, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa” (Sal 146), y la vida misma de la Iglesia peregrina será un unirse a la Iglesia celestial para cantar: “delante de los ángeles tañeré para ti” (Sal 137), y la cláusula final del prefacio siempre unirá al cielo y a la tierra, en una sola voz, “con los ángeles y arcángeles y con todos los santos, cantamos sin cesar el himno de tu gloria”.

    La Iglesia –cada alma fiel en la Iglesia- eleva su cántico, entona sus cantos en dimensión cósmica y universal, en síntesis preciosa de recapitulación de todo lo creado (“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor” o como reza la cláusula final del Prefacio de la plegaria eucarística IV: “innumerables ángeles te sirven en tu presencia y te adoran sin cesar; y también nosotros, llenos de alegría, y por nuestra voz las demás criaturas, alabamos tu nombre cantando”), en nombre de todo hombre: (“Todo ser que alienta alabe al Señor”), adorando así a su muy Amado Señor y Salvador. 
 
Tocad la cítara para el Señor” y grita jubilosa: “alabad al Señor todas las naciones” (Sal 116), invita a todos los santos: “aclamad, justos al Señor, que merece la alabanza de los buenos” (Sal 32), y en la mañana, al mirar la santa Resurrección de Cristo, exclama: “Despertad, cítara y arpa, despertaré a la aurora” (Sal 56). La Iglesia está así ofreciendo el culto verdadero, culto en Espíritu y en Verdad, en el Espíritu Santo y en la Verdad, que es Cristo, culto de adoración y alabanza, del pueblo nuevo, el pueblo redimido.

    Esta línea musical en la Iglesia, entendida en su sentido doxológico –no meramente el placer estético, que en sí es sano por lo evocativo y trascendente de toda plasmación artística que remite a la Belleza- se aplica también a cada fiel, a cada miembro del Cuerpo místico. San Pablo invitará a los creyentes a “cantad a Dios, dadle gracias de corazón [otra traducción dice en vuestros corazones] con salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16), y en la carta a los Efesios se recomienda: “recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (5,19). Es un modo bello de explicitar el contenido de la liturgia espiritual que el bautizado, cada alma consagrada por el santo crisma, está obligada a dar, pues “ofreceos como hostia viva, santa, racional... este es vuestro culto” (Rm 12,1). La liturgia de la vida como alabanza es la liturgia del cántico nuevo.

Saquemos algunas deducciones:

-Cantar implica la vida misma, para no decir al Señor una alabanza mientras que la propia vida es desagradable al Señor.

-Cantar es propio de la liturgia. Unos cantos serán de un solista-salmista, otros del coro y otros muchos son de todos los fieles.

-Cantar no estorba el recogimiento, sino que ya de por sí es oración y medio de participación. No se puede interpretar restrictivamente la adoración y la devoción con el mutismo absoluto durante la Eucaristía.

-Cantar aquí en la liturgia terrena es preludio y degustación de la liturgia eterna, donde cantaremos, alabaremos y amaremos al que está sentado en el Trono y al Cordero.

14 comentarios:

  1. Don Javier, con alegría, leo su post y encuentro la 'coincidencia' con la catequesis de ayer del Santo Padre. Estas palabras son de ella:
    ...en la oración de los Salmos, la súplica y la alabanza se entrelazan y se funden en un único canto que celebra la gracia eterna del Señor que se inclina hacia nuestra fragilidad...
    Precisamente para permitir al pueblo de los creyentes que se unan en este canto, se entregó el libro del Salterio a Israel y a la Iglesia. Los Salmos, de hecho, enseñan a rezar. En ellos, la Palabra de Dios se convierte en palabra de oración...
    ...el título que la tradición judía ha dado al Salterio. Este es tehillîm, un término judío que quiere decir “alabanza”, de esta raíz verbal viene la expresión “Halleluyah”, es decir, literalmente “alabad al Señor”. Este libro de oraciones, por tanto, aunque es multiforme y complejo, con sus diferentes géneros literarios y con sus articulaciones entre alabanza y súplica, es un libro de alabanza, que nos enseña a dar gracias, a celebrar la grandeza del don de Dios, a reconocer la belleza de sus obras y a glorificar su Nombre Santo...

    Muchas gracias. Feliz día para todos.

    ResponderEliminar
  2. Esta entrada es todo un canto de alabanza al Señor que une, mientras la leemos, la tierra con el cielo elevando nuestro espíritu para el resto del día. ¡Gracias, D. Javier!.

    Feliz día para todos.

    ResponderEliminar
  3. Desde Sevilla , a mi me ha pasado lo mismo , al leer el post de hoy he recordado la catequesis de Benedicto XVI de ayer .
    Los Salmos nos enseñan a rezar
    "...el cristiano rezando ( cantando) los Salmos reza al Padre en Cristo y con Cristo asumiendo esos cantos en una nueva perspectiva, cuya clave final es el misterio pascual"...

    Un abrazo a todos

    María M.

    ResponderEliminar
  4. Buenos días don Javier. Tengo que animarme a cantar más cada día aunque los del banco no canten y me quede solo torturando los tímpanos celestiales.Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. ¡Grandioso post que me invita a alabar al Señor, no solo con mi música, con mis labios, con mi corazón,si no también, con mi vida.
    ¡Quiero cantarte Dios mio un cántico nuevo, ese
    cántico que cantan tus santos!¡Alabado seas!
    ¡Muchas gracias Don Javier.
    Unidos en oración.

    ResponderEliminar
  6. Amigos:

    ¡¡Qué hermosa es la teología del canto!! Une belleza, espiritualidad, liturgia y santidad de vida.

    Ha sido una coincidencia la catequesis del Santo Padre con esta catequesis programada hace ya muchísimo.

    ResponderEliminar
  7. En algún sitio lei que quien canta salmos ora doblemente, y esto es asi, a mi me encanta cantarlos, por eso le puse asi a mi blog. gracias de todo corazon.

    ResponderEliminar
  8. Ni Pepe, ni yo somos salmistas en nuestra comunidad.Pero los domingos rezamos laudes con los niños y ponemos el altar en casa con un crucififo que tenemos con un Niño Jesús, su cirio, sus velas... Y cantamos los salmos, aunque no tengamos buenas voces y nos vallamos un poco. lo importante es que los niños rezan con alegria y les incita más a los laudes dominicales. Y a mi por supuesto tambien me gusta, me acuerdo de eso de que quien ora cantando ora por dos.
    Abrazos para todos.

    ResponderEliminar
  9. ¡¡Qué hermosa es la teología del canto!!

    Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor. Ef. 5,19.

    Y san Agustín:
    “Cuando recen con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz” (Regla II, 12).

    Así la presencia del Señor nos llena de gozo el corazón.
    Gracias por vuestros comentarios y a usted, don Javier, por regalarnos estos post tan estupendos.

    ResponderEliminar
  10. ...¿qué sirve? Aquello que brota de los labios de un pueblo redimido...

    Quizás ésto se nos olvida con frecuencia: cantamos, alabamos y damos gracias porque somos un pueblo redimido. Quizás si lo tuviéramos más en cuenta cantaríamos con otra alegría, con otra "chispa".

    ResponderEliminar
  11. Llego tarde, pero llego. Me encanta cantar durante la liturgia, la Misa, las vísperas, en cualquier acción litúrgica de la iglesia. Cantarle a Dios y a la Virgen es un gozo para el alma y el corazón y un consuelo, por la acción del Espíritu Santo en nosotros todos.
    ¡Cantad y alabad al Señor, tocando las cítaras y las arpas! ¡Demos Gloria al Señor porque eterna es su Misericordia! Con Santa Teresa seguiremos cantando allá arriba, ¡espero!
    Un saludo a todos.
    :O)

    ResponderEliminar
  12. Mento: ¡¡genial!!

    No se trata de hacer una obra sinfónica perfecta, sino de cantar alabando al Señor, también con la vida.

    LAH:

    Hay un dicho latino que dice: "Quien canta reza dos veces"; y la frase de san Agustín: "Cantar es propio de los que aman".

    Si nos acostumbramos a cantar los salmos, a buenos cantos en la liturgia llenos de unción, piedad y amor... ¡cómo gozaremos del Misterio de Dios!

    ResponderEliminar
  13. Desde Sevilla:

    Es que la teología del canto es hermosa. No cualquier canto se ajusta a estas verdades, pero un buen canto en la liturgia es, desde luego, una teología, una manifestación de belleza y de fe.

    ResponderEliminar
  14. Aprendiz:

    ¡qué cierto! ¡Nos hace falta esa "chispa", ese entusiasmo! Recuerdo que "entusiasmo" viene del griego "en Dios", metido en Dios o lo que conduce a entrar en Dios. ¡¡Eso nos falta al cantar, al vibrar con el canto, a rezar cantando!!

    Felicitas:

    Una doble perspectiva. Lo que cantamos aquí se prolongará eternamente en una alabanza al Dios Uno y Trino, al Cordero que está sentado en el trono. O... las alabanzas que ahora mismo ya se cantan en el cielo, penetran en la tierra cuando nosotros cantamos uniéndonos a los ángeles y a los santos.

    A todos, un abrazo.

    ResponderEliminar