martes, 18 de mayo de 2010

Mistagogia de la Confirmación - III (Oración e imposición de manos)

Tras la renuncia y profesión de fe, la plegaria, la oración que el obispo reza en nombre de toda la Iglesia, pidiendo al Padre que derrame su Espíritu Santo sobre los que se van a confirmar. Lo hace con un gesto: la imposición de manos sobre todos los que se van a confirmar mientras recita una plegaria litúrgica.

El obispo nos invita a la oración con una monición:

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pidámosle que derrame el Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción que renacieron ya a la vida eterna en el Bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su unción espiritual, y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo.

1. Sobre los hijos de adopción...

Nosotros somos hijos de adopción. El Padre sólo tiene un Hijo: Jesucristo, Engendrado antes de todos los siglos. Pero Dios nos amó y nos adoptó como hijos en el Sacramento del Bautismo. El Señor nos ha dado “un Espíritu de hijos que nos hace exclamar: ¡Abba! Padre” (Rm 8,15b). ¡SOMOS HIJOS DE DIOS! (cf. Gal 4,7).

Sobre nosotros se va a derramar el Espíritu Santo para que nos fortalezca con la abundancia de sus dones. “El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26), para que no caigamos en el pecado sino que tengamos fuerza en el combate contra el Maligno y seamos fieles a Dios.

En este combate nosotros tenemos que saber que vamos a ser consagrados, es decir, que por la Confirmación somos de Dios, le pertenecemos: “en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8). Esta pertenencia a Dios, plena, absoluta, irrevocable, nos la otorgan los sacramentos que nos marcan para siempre en la Iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación imprimen “carácter”, es decir, sellan y graban nuestra alma: somos de Dios y para Dios. En este sentido, también el Sacramento del Orden imprime carácter (y de modo parecido, el Sacramento del Matrimonio imprime “carácter” con la unión con el otro cónyuge, mientras el otro cónyuge viva: es la indisolubilidad). El Catecismo explica así qué quiere decir que un Sacramento “imprime carácter”:

            "Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina y como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser reiterados" (n. 1121).

A NOSOTROS, HOY, SE NOS REGALA EL ESPÍRITU SANTO.

El obispo pronuncia entonces la oración:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, 
que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, 
a estos siervos tuyos, y los libraste del pecado, 
escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Defensor;
llénalos de espíritu de sabiduría e inteligencia,
de espíritu de consejo y fortaleza,
de espíritu de ciencia y de piedad,
y cólmalos del espíritu de tu santo temor.
Por Jesucristo nuestro Señor.


La petición es clara: el Espíritu se nos va a dar para llenarnos de sus siete dones. Detengámonos, pues, a ver cuáles son estos dones. Para eso tenemos que acudir a un texto clave de las Escrituras que revela cuáles son los dones del Espíritu según la Tradición de la Iglesia, y en el cual la oración de consagración se ha inspirado:

Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y piedad. (Lo inspirará el temor del Señor) (Is 11,1-3a).

Este texto se refiere fundamentalmente al Mesías Salvador que ha de nacer de una Virgen (cf. Is 7,10-14), que será de la raíz de Jesé, padre del rey David. Este Mesías tiene el espíritu del Señor, para realizar plenamente en su humanidad la Redención del hombre, y este Espíritu fue prometido a todos los hombres, para hacer un pueblo sacerdotal, profético, real, consagrado a Dios. En la economía de la salvación, el Espíritu Santo se otorgaba a personas concretas para una misión especial; ahora, en los tiempos mesiánicos, el tiempo de salvación de Jesucristo, se derrama sobre su Iglesia entera.

Poseemos el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, por nuestra inserción en la vida trinitaria y, en la medida en que vivimos en el seno de la Iglesia, recibimos el Espíritu, porque “donde está la Iglesia florece el Espíritu y toda gracia” (S. Ireneo); por el bautismo tú y yo también poseemos el Espíritu en nuestro interior: “vosotros no vivís según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo” (Rm 8,9).

2. Los siete dones del Espíritu Santo.-
Fijémonos ahora en los dones que da el Espíritu por pura gracia e iniciativa suya.

¿Cuáles son y para qué se otorgan estos dones del Espíritu Santo?

    Los dones del Espíritu Santo son hábitos que capacitan al hombre para seguir rápida y fácilmente las inspiraciones divinas. Es verdad que el hombre puede resistirse a Dios; los dones del Espíritu Santo quebrantan esa resistencia a Dios fundada en el orgullo del hombre, creando una afinidad entre el corazón del hombre y Dios. Los siete dones del Espíritu conceden una fina sensibilidad para lo divino y percibir cuándo toca Dios el alma para cogernos y llevarnos. Quien está pertrechado de los dones del Espíritu es capaz de cumplir sin resistencia la acción divina: ya es impulsado por el Espíritu Santo y no por su voluntad soberana y egoísta. Los dones del Espíritu Santo van capacitando al alma para que deje a Dios actuar en ella de verdad.

    El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros mismos, no realizaríamos, y lo hace a través de sus siete dones. Son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesita la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos. Sabemos que el Espíritu santo es el “dulce huésped del alma” que está dentro de nosotros cuando vivimos en gracia, e igual que tratamos con el Padre y con el Hijo, hemos de acostumbrarnos a tratar y orar al Espíritu Santo. Sus dones nos son necesarios para vivir como cristianos.

    Es así por lo que la vida del cristiano es una existencia espiritual –guiada y llevada por el Espíritu Santo, una vida animada y guiada por Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios (cf. Gal 5,13-18; Rm 8,15-17). Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.

3. La imposición de manos: transmisión del Espíritu.-
Junto a la oración, el obispo hace un gesto muy común en la liturgia: imponer las manos; extiende los brazos hacia delante, con las palmas de las manos hacia abajo.
 

Es un gesto litúrgico que hemos heredado de la tradición bíblica y que tiene un sentido muy preciso y exacto: siempre que se imponen las manos se consagra algo, se transmite el Espíritu Santo. Así lo relatan los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro y Juan bajaron a Samaría y confirmaron allí a los que estaban bautizados, mediante la imposición de manos (Hch 8,14-17).

Esta Palabra se va a cumplir hoy en nosotros. El obispo, como sucesor de los Apóstoles va a venir a nosotros, bautizados en el nombre del Señor Jesús. Va a orar y a imponer sus manos para que recibamos el don del Espíritu Santo, “gesto que, desde el tiempo de los apóstoles, es el signo del don del Espíritu” (CAT 1299). La imposición de manos transmite siempre el Espíritu Santo. Es uno de los signos fundamentales del Sacramento. Pablo VI en la Constitución Apostólica con la que promulgó el Ritual de la Confirmación, afirma:

“Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo (cf. Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de la imposición de las manos (cf. Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la ha sido con toda razón considerada por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés” (Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").

Recoge así uno de los signos fundamentales en la Escritura, que la liturgia conserva, en la imposición de manos en todos los sacramentos.

Por ejemplo, durante la plegaria eucarística, el presbítero impone sus manos sobre el pan y el vino pidiendo:

Por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu ,

o también:

Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti .

Bien sabemos que después de esta imposición de manos, que se llama EPÍCLESIS, el pan y el vino se transforman verdadera, real y sustancialmente en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo .

Es el mismo gesto que se usa en todos los sacramentos; recordemos cómo en el de la Reconciliación el presbítero nos regala la absolución impone sus manos sobre nuestra cabeza para que el Señor nos dé el Espíritu Santo y nos perdonen los pecados.

Al imponer las manos el obispo mientras recita la oración, nosotros, al igual que en la bendición de la Misa, inclinamos nuestras cabezas, como signo de humildad, ya que es un don del Señor, no algo que nosotros merezcamos.

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