Procesiones
en las celebraciones sacramentales
La
liturgia ni mucho menos es estática, todos sentados y clavados en sus sitios,
sino que implica también movimiento. Y esto lo vemos también en las
celebraciones sacramentales de la Iglesia cuando no se reduce su expresividad
ni se simplifica su desarrollo litúrgico.
-La
Iniciación cristiana de adultos
conlleva dos procesiones, de ida y de vuelta del baptisterio que para
desarrollar allí la acción sacramental, y, una vez concluida, volver al altar,
uniéndose a los fieles.
En
la Vigilia pascual, tras la homilía, se organiza la procesión al baptisterio:
primero un acólito llevando el cirio pascual, luego los catecúmenos con sus
padrinos, después los diáconos, los concelebrantes y el Obispo, mientras se
canta la letanía de los santos (CE 358-359).
Terminados
los sacramentos, regresan igualmente en procesión, los neófitos vestidos de
blanco con los cirios encendidos (o los padrinos de los niños con los cirios,
en el caso de párvulos) mientras se entona un cántico bautismal (CE 366).
Sobre
esta procesión alegre del baptisterio al altar, con vestiduras blancas y cirios
encendidos, ya explicaba su belleza san Ambrosio:
“Purificada la Iglesia y enriquecida por estas señales, se
dirige al altar de Cristo diciendo: “Me acercaré al altar de Dios, al Dios que
alegra mi juventud”. Pues, habiéndose despojado de las prendas del error inveterado,
renovada la juventud como la del águila, sea presura a acudir al banquete del
cielo. Llega, y, viendo el altar sacrosanto preparado, exclama diciendo: “El
Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas del reposo me conduce”” (S. Ambrosio, De myst., 8,43).
-El
actual ritual del sacramento del bautismo
de niños se puede decir que enmarca la misma liturgia en varias
procesiones.
El
rito (idealmente) introduce varias procesiones según los lugares litúrgicos,
marcando la vida cristiana como una peregrinación que terminará en Cristo (el
altar mismo).
El
rito de acogida intenta lograr que los fieles reunidos constituyan una
comunidad; se expresa la voluntad de padres y padrinos y la intención de la
Iglesia de celebrar el Bautismo, y se realiza la signación de los niños (cf.
RBN 67-68).
Este
rito, normalmente, se tendrá en la puerta de la iglesia o en el atrio:
“Mientras los fieles cantan un salmo o himno apropiado para este momento, el
sacerdote o el diácono celebrante, vestido con alaba y estola, o incluso con
capa pluvial de color festivo, se dirigirá con los ministros a la puerta de la
iglesia o al lugar donde se encuentran los padres y padrinos con los
bautizandos” (RBN 109).
Terminados
estos ritos iniciales, van en procesión al ambón para la liturgia de la
Palabra: “El celebrante invita a los padres, padrinos y demás asistentes a
participar en la celebración de la Palabra de Dios. Si las circunstancias lo
permiten, hágase una procesión con cantos, v. gr., Sal 84, hasta el lugar
previsto” (RBN 115).
Tras
la liturgia de la Palabra, el exorcismo y la unción prebautismal con el óleo de
los catecúmenos, se va en procesión hasta el baptisterio, donde se halla la
fuente bautismal:
“Seguidamente, si el bautisterio está situado fuera de la
iglesia, o alejado de la vista de lo fieles, se va procesionalmente a él… Entre
tanto, si puede hacerse dignamente, se canta un canto apropiado, v. gr., Sal
22” (RBN 121).
La
última procesión, tras el Bautismo, unción y entregas de la vestidura blanca y
del cirio encendido, termina en el altar para los ritos finales: “Después, a no
ser que el Bautismo haya tenido lugar en el mismo presbiterio, se va
procesionalmente al altar llevando encendidos los cirios de los bautizados. Es
de desear que mientras tanto se cante un cántico bautismal” (RBN 133). Entonces
“el celebrante de pie ante el altar” (RBN 134) introduce el Padrenuestro e
imparte la bendición final.
-También
el sacramento del Matrimonio presenta
una procesión, la procesión de entrada.
La
entrada de los novios, según el Ritual, es una verdadera procesión:
“A la hora convenida, el sacerdote, revestido de alba,
estola y casulla del color de la Misa que se celebra, se dirige, junto con los
ayudantes, a la puerta de la iglesia, recibe a los novios y los saluda
afablemente, haciéndoles saber que la Iglesia comparte su alegría.
Luego se hace la procesión hacia el altar: preceden los
ayudantes, sigue el sacerdote, después los novios, a los que, según las
costumbres locales, pueden acompañar honoríficamente, por lo menos los padres y
dos testigos, hasta el lugar que tienen preparado. Mientras, se entona el canto
de entrada o se toca festivamente el órgano u otro instrumento” (RM 48).
Procesiones
en otras acciones litúrgicas
-El
rito exequial incluye la procesión,
o estación. Se prevén tres formas:
1)
Tres estaciones: en la casa del difunto, en la
iglesia y en el cementerio
2)
Sólo dos estaciones: en la capilla del cementerio y
junto al sepulcro
3)
Una sola estación, en casa del difunto (cf. RE 4).
La
primera forma, con tres estaciones (y dos procesiones por tanto) es el tipo de
exequias “más tradicional y expresivo” que “se celebrará siempre que sea
factible” (RE 33).
Hay
un tipo de exequias más reducido, por las circunstancias de la vida moderna,
que se desarrolla sólo en el templo, pero que también tiene su procesión. Se
realiza sólo en la iglesia:
“El tercer tipo de exequias conserva las tres estaciones,
pero de forma muy simplificada. La primera estación tiene lugar en el atrio o
puerta de la iglesia, y en ese lugar se hace un recibimiento simple, y, en cuanto
sea posible, afectuoso del cadáver y de sólo los allegados más íntimos del
difunto, mientras el resto de los fieles están ya en el interior de la iglesia.
La segunda estación se hace en el interior de la iglesia, y la tercera, parte
también en el interior de la iglesia (último adiós al difunto), parte en el
atrio o puerta de la iglesia (preces finales)… En este tipo de exequias, hay
que velar para que no se pierda el sentido y la debida expresividad de las dos
procesiones, la primera desde la puerta al interior de la iglesia, en la que se
significa la acogida del difunto por parte de la Iglesia (el celebrante recibe
el cadáver y a los familiares), y la segunda desde el interior de la iglesia al
atrio, en la que se significa el acompañamiento de la comunidad al lugar donde
el cuerpo del difunto esperará la resurrección futura” (RE 35).
El
mismo Ritual hace la mistagogia de estas procesiones con el cadáver:
“El gesto de introducir el cadáver del difunto en la
iglesia tiene un gran significado que conviene explicar a los fieles: recuerda
las sucesivas entradas del difunto en la asamblea cristiana y también su
acogida definitiva en la asamblea de los santos. Por ello, conviene dar siempre
a este gesto su debido realce.
Cuando las exequias se inician en la casa del difunto
(forma típica), la acogida se inicia en la casa del difunto (forma típica), la
acogida se inicia en la casa mortuoria y prosigue durante la procesión hacia la
iglesia; durante esta procesión, se canta el salmo 113, alusivo al tránsito de
Israel hacia la tierra de promisión o, si la celebración es sin canto, se
recita una letanía que alude también al paso de Israel de Egipto a la tierra de
su libertad. Cuando las exequias se celebran íntegramente en la iglesia, la
procesión se limita a la entrada del féretro, acompañado del celebrante y de
algunos familiares, gesto que en la celebración se acompaña con el canto del
salmo 113 –que tiene la función de canto de entrada de la misa-; si la
celebración es sin canto, antes del inicio de la liturgia de la palabra se
recita una letanía, inspirada en el salmo 113 y alusiva al tránsito pascual”
(RE 45).
En
la entrada, si no se puede cantar el salmo 113, se ofrece una letanía inspirada
en el salmo que se recita al llegar el cadáver al pie del altar:
Tú que libraste a tu
pueblo de la esclavitud de Egipto:
R/Recibe a tu siervo en
el paraíso.
Tú que abriste el mar
Rojo ante los israelitas que caminaban hacia la libertad prometida:
Tú que fuiste santuario
y dominio de Israel durante su peregrinación por el desierto:
Tú que transformaste
las peñas del desierto en manantiales de agua viva:
Tú que diste a tu
pueblo posesión de una tierra que manaba leche y miel: …
La
procesión y el salmo 113 dan la clave: culmina su peregrinación, se une
plenamente a la Pascua del Señor, viviendo su propio Pascua. La vida cristiana
es un peregrinar.
Al
terminar el rito exequial, la última procesión, despidiendo el cadáver, con el
canto del salmo 117.
“Tanto en la procesión al cementerio, en la forma típica,
como la conducción del cadáver desde el interior de la iglesia al atrio de la
misma, en los restantes tipos celebrativos, tienen por objeto expresar, con el
canto o proclamación del salmo 117, el deseo de que la muerte del cristiano sea
asociada al triunfo pascual de Jesucristo. Para ello, en la forma típica con
canto, durante la procesión al cementerio se canta el salmo 117.
En las exequias que se celebran sin canto, durante la
procesión al cementerio se recita una letanía de intercesión por el difundo, y
el salmo 117 se proclama al llegar al cementerio, antes de la bendición del
sepulcro. Cuando la asamblea no va al cementerio, después del rito del último
adiós, se canta (en el atrio de la iglesia) o se recita (antes de que el
féretro sea conducido al atrio) una parte del salmo 117, y, mientras se saca el
cuerpo del difunto de la iglesia, se canta –o uno de los ministros proclama-
una antífona que expresa el deseo de que el difunto sea recibido en el reino de
Dios” (RE 50).
-El
precioso y solemnísimo rito de
dedicación de iglesias también incluye ritos procesionales.
Normalmente,
y más expresivo, es el rito de entrada en la iglesia de toda la comunidad de
los fieles encabezada por el obispo.
El
ritual señala tres posibles formas:
a)
Procesión a la iglesia que se va a dedicar: Se hace
la reunión en una iglesia cercana, o en otro lugar apropiado, desde donde el
obispo, los ministros y los fieles se dirigen orando y cantando hacia la
iglesia que se va a dedicar.
b)
Entrada solemne: Si no hay la procesión, la
comunidad se reúne en la entrada de la iglesia.
c)
Entrada sencilla: Los fieles se reúnen en la misma
iglesia; el obispo, los concelebrantes y los ministros salen de la sacristía en
la forma acostumbrada” (RDIA 11).
Una
segunda procesión en este rito se produce al final, tras la oración de
postcomunión si se inaugura la capilla del Sagrario. Entonces, con cruz,
cirios, incienso, el obispo junto a los concelebrantes, lleva el Santísimo por
la nave de la iglesia hasta la capilla del Sagrario.
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