jueves, 18 de enero de 2024

Silencio en la Liturgia de las Horas (Silencio - XXXIV)



Lo que cualifica a la Liturgia de las Horas es ser la gran oración de la Iglesia, el Oficio divino de alabanza y súplica; por ser una liturgia eminentemente orante, el silencio deberá resplandecer aún más con su intensidad.

            Entre los momentos de silencio previstos para el Oficio divino, estaría el silencio después de la lectura o de la homilía (si la hubiere) en la celebración con el pueblo: “Igualmente, si se juzga oportuno, puede dejarse también un espacio de silencio a continuación de la lectura o de la homilía” (IGLH 48).



            Recuperando una antigua tradición, en el Oficio se pueden emplear oraciones sálmicas que interpretan cristológicamente el salmo que antes se ha cantado; si se emplean, se recitan después de un momento de silencio orante:

            “Las oraciones sálmicas, que sirven de ayuda para una interpretación específicamente cristiana de los salmos… pueden ser utilizadas libremente según la norma de la antigua tradición: concluido el salmo y observado un momento de silencio, se concluye con una oración que sintetiza los sentimientos de los participantes” (IGLH 112).

            Las preces, en Laudes y en Vísperas, pueden ser respondidas con un silencio orante por parte de todos, no es necesario contestar con una frase de respuesta:


            “Se pueden seguir diversos modos en la recitación de las intenciones, de forma que el sacerdote o el ministro digan ambas partes y la asamblea interponga una respuesta uniforme o una pausa de silencio, o que el sacerdote o el ministro digan tan sólo la primera parte y la asamblea la segunda” (IGLH 193).

            Sumamente interesante es el apartado dedicado al “silencio sagrado” en la IGLH; muestra el valor pneumatológico que posee, ya que logra la plena resonancia del Espíritu en los corazones, así como su necesidad en el Oficio divino y su función como medio para una participación activa. Extrapolando estos principios, sin duda ilumina más en general el silencio en toda la santa liturgia:

201. Como se ha de procurar de un modo general que en las acciones litúrgicas se guarde asimismo, a su debido tiempo- un silencio sagrado"" también se ha de dar cabida al silencio en la Liturgia de las Horas.

202. Por lo tanto, según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio o después de cada salmo, una vez repetida su antífona, según la costumbre tradicional, sobre todo si después del silencio se añade la oración sálmica (c£ n. 112); o después de las lectura tanto breves, como más largas, indiferentemente antes o después del responsorio.
Se ha de evitar, sin embargo, que el silencio introducido sea tal que deforme la estructura del Oficio o resulte molesto o fatigoso para los participantes.

203. Cuando la recitación haya de ser hecha por uno solo, se concede una mayor libertad para hacer una pausa en la meditación de alguna fórmula que suscite sentimientos espirituales, sin que por eso el Oficio pierda su carácter público.


            ¿Qué favorece este silencio al Oficio divino? “De forma análoga a lo que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón” (Benedicto XVI, Aloc. en el Rosario, Pompeya, 19-octubre-2008).


No hay comentarios:

Publicar un comentario