martes, 25 de mayo de 2021

Leer las Escrituras - I




"La Palabra de Cristo habite
en vosotros en toda su
riqueza" (Col 3,16)




I. NECESIDAD DE LAS ESCRITURAS.


                        La Palabra de Dios es fundamental para la vida de la Iglesia, porque en ella el mismo Cristo nos sigue hablando hoy a la comunidad eclesial y hay que escucharle. Y lo mismo que comulgamos con su Cuerpo y con su Sangre, como Alimento de Vida (Cfr. Jn 6), hay que comulgar también con su Palabra, principalmente en la celebración eucarística que, ciertamente, consta de dos mesas: la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía (SC 10). La necesidad de las Escrituras para la vida del creyente ha sido siempre fundamental: la voz de los Padres de la Iglesia lo atestigua:

                                                 Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras, es ignorar a Cristo                       (S. JERÓNIMO, Comentario al profeta Isaías, prólogo).



II. TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS.


                        La Sgda. Escritura da un testimonio de sí misma, y a ese testimonio vamos a acercarnos con la veneración que requiere siempre la Palabra del Señor.


                        "La Palabra del Señor es sincera" (Sal 32,4). Nunca en Ella hay error, sino que va alcanzando su pleno sentido y culmen en Jesús que viene a perfeccionar la ley, "no a abolirla" (Mt 5,17). No hay error en la teología que culmina en Jesús; no creamos que es cierto todo lo que dice desde un punto de vista histórico, puesto que hay muchas contradicciones, ya que el objetivo de la Palabra es la transmisión de una fe, elaborando una teología de la historia, y no un tratado histórico tal como lo entendemos hoy.



                        La Palabra es una semilla que se siembra en nuestros corazones para que fructifique (Mc 13): es la parábola del sembrador. Porque la Palabra de Dios es fecunda. Así dice Isaías:

                                              "Como la lluvia y la nieve caen del cielo y vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que siembra y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi encargo" (Is 55, 10-11).

                        Sabemos pues que esta Palabra tiene fuerza por sí misma, ya que el Espíritu es su fuerza, y siempre hace fructificar en el corazón del hombre.


                        Es una Palabra dura y fuerte porque "toda Escritura está hecha para corregir y exhortar" (2Tm 3,16) y además la Palabra penetra totalmente el corazón del hombre: "porque la Palabra de Dios es viva, es eficaz y más cortante que una espada de doble filo: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hb 2,12). Es una Palabra que brilla como lámpara en la oscuridad "hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2P 1,19).


                        Esta Palabra, que hoy está puesta por escrito, es una Palabra eterna: "Cielo y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán", ya que la Palabra es Jesucristo mismo que se encarna por obra del Espíritu en el seno virgen de María (Jn 1,1-18): "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios." Es una Palabra creadora, ya que Ella hizo todo el mundo y la creación, y nos sigue creando. Ella nos guía hacia la salvación: "las Sgdas. Escrituras que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo" (2Tm 3,15b).


                        Palabra que para la vida de la Iglesia no puede ser interpretada como cada uno quiera, sino que la única interpretación válida es la que hace la Iglesia por medio de los pastores. "Sabed que ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia, pues ninguna profecía procede de la voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, algunos hombres hablaron de parte de Dios" (2P 1,20-21).

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