miércoles, 18 de junio de 2014

Participar en la liturgia es ver y oír


            La primera participación que reseñamos está relacionada con ver y oír la celebración litúrgica. Este es un primer modo de participación necesario para todos: ver el desarrollo de los ritos y poder oír las oraciones, lecturas, plegarias y cantos. Ver y oír ya es participar y nos introduce en el Misterio celebrado.


            El mismo Misal prescribe así el lugar de los fieles en la nave de la iglesia:

            “Dispónganse los lugares para los fieles con el conveniente cuidado, de tal forma que puedan participar debidamente, siguiendo con su mirada y de corazón, las sagradas celebraciones. Es conveniente que los fieles dispongan habitualmente de bancas o de sillas. Sin embargo, debe reprobarse la costumbre de reservar asientos a algunas personas particulares. En todo caso, dispónganse de tal manera las bancas o asientos, especialmente en las iglesias recientemente construidas, que los fieles puedan asumir con facilidad las posturas corporales exigidas por las diversas partes de la celebración y puedan acercarse expeditamente a recibir la Comunión.
            Procúrese que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote, al diácono y a los lectores, sino que también puedan oírlos cómodamente, empleando los instrumentos técnicos de hoy” (IGMR 311).

“Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles” (SC 124).



Referente al “oír”, hay un común acuerdo que ha llevado a la instalación de la megafonía en todos los templos que por su tamaño la requieran. Sólo es cuestión de atinar y calibrar en el volumen para que ni atrone por un volumen demasiado alto, que aturde a todos y hace que los micrófonos se acoplen, ni un volumen tan bajo que exija tal atención de todos que difícilmente se pueda seguir bien la celebración.

Respecto al “ver”, recordemos cómo los presbiterios se construyen elevados, con varios escalones, para permitir una mejor visibilidad y el ambón, como su nombre en griego significa, es un lugar elevado adonde sube el lector y el diácono para ser bien vistos y oídos por todos.

“El presbiterio es el lugar en el cual sobresale el altar, se proclama la Palabra de Dios, y el sacerdote, el diácono y los demás ministros ejercen su ministerio. Debe distinguirse adecuadamente de la nave de la iglesia, bien sea por estar más elevado o por su peculiar estructura y ornato. Sea, pues, de tal amplitud que pueda cómodamente realizarse y presenciarse la celebración de la Eucaristía” (IGMR 295).

El ambón mismo es un lugar elevado, solemne, reservado para la lectura de la Palabra divina, al cual suben los lectores y el diácono y se convierte en un espacio simbólico del anuncio evangélico. No cualquier atril resultará ser un ambón:

“Conviene que por lo general este sitio sea un ambón estable, no un simple atril portátil. El ambón, según la estructura de la iglesia, debe estar colocado de tal manera que los ministros ordenados y los lectores puedan ser vistos y escuchados convenientemente por los fieles” (IGMR 309).

Un falso concepto de cercanía, presunta sencillez y participación durante ciertas épocas recientes ha eliminado incluso los escalones del presbiterio para que el altar esté casi rozando las primeras filas de fieles –en una tarima o con un solo escalón-. Se dejaba el presbiterio sin uso, y en el crucero de la iglesia se instalaba un pequeño altar y un atril (en lugar de un ambón) con un solo escalón por altura.

Lo que se conseguía era obstaculizar la visión, de modo que los que estén más atrás en la nave de la iglesia puedan ver algo. La altura del presbiterio debe ir en consonancia con la longitud y tamaño de todo el templo para poder ver bien el desarrollo de la acción litúrgica y unirse así al Misterio que se celebra.

            Es el primer grado de participación: ver y oír, porque conducirá a una participación más interior, honda, espiritual.

3 comentarios:

  1. Déjeme añadir a ver y oír: ‘y vivir’. Aprendí de un discípulo del padre Pío cómo vivía él la Santa Misa en cada uno de sus momentos y le estoy profundamente agradecida. Si estás escuchando la primera lectura del Antiguo Testamento, tus pies están sobre el polvo de la tierra hebrea, escuchando al profeta…; escuchando la historia de la salvación; si la lectura es del Nuevo Testamento estás en la misma tierra o en Roma o en … escuchando al apóstol; si escuchas el Evangelio, estás escuchando a Jesús; en el ofertorio, ofreces lo mismo que ofreció Él, sencillos frutos de la tierra y del trabajo del hombre, pan y vino, que se convierten en la entrega de su vida (tu vida) en la acción de gracias precedente a la pronunciación de sus palabras, “Esto es mi cuerpo…”; en la consagración te implicas viviendo el sacrificio en el Calvario; en la comunión te unes tan íntimamente (lo comes) de modo que el Él te hace uno consigo si en verdad tú quieres hacerte uno con Él.

    Una pequeña maldad: ¿Cómo ver lo más importante, la consagración, cuando te toca delante alguien que, sin ningún impedimento físico, decide no arrodillarse mientras tú sí lo haces? ¿Por qué no se coloca en la última fila para no molestar?

    Guía a tu Iglesia por el camino de tus mandatos, y haz que el Espíritu Santo la conserve en la fidelidad (de las preces de Laudes)

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  2. Hay que acudir a misa como decía San Gregorio, cuando decía que en el momento en el que un sacerdote celebra la Santa Misa bajan del cielo innumerables legiones de Ángeles para asistir al Santo Sacrificio

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  3. Pues hoy si que se me ha hecho difícil participar en la Eucaristía, es tanto el calor que hay una infinidad de ventiladores que con su zumbido impedían escuchar al sacerdote. Con la ayuda de un pequeño misal pude seguir la celebración. Al asistir a una parroquia en el nuevo lugar donde me encuentro,lamentablemente los cantos o la melodía de las canciones no son conocidas para mí. Poco a poco iré aprendiendo.

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