lunes, 13 de enero de 2014

Pensamientos de San Agustín (XXIII)

Tal vez los grandes discursos doctrinales, que no son especialmente sistemáticos y organizados, puedan ser difíciles de asumir, leer e interiorizar. Muchos escritos de los Padres de la Iglesia son profundísimos, contemplativos más que escolásticos, y requieren un gran ejercicio intelectual para captarlos. Pero no cabe duda de que su estilo en frases y sentencias facilitan enormemente la penetración en el alma de principios doctrinales y espirituales para la vida cristiana.


San Agustín es un maestro. Sabe exponer al pueblo fiel algunas ideas con frases ágiles, y su brevedad y concisión no significan menor intensidad sino mayor concentración. Por eso nos acercamos tantas veces a san Agustín con sus pensamientos, gracias al trabajo de Miserere, para ir adquiriendo una mentalidad cristiana mediante estos rayos fugaces.

Su lectura pide luego nuestro trabajo interior: pensarlos despacio y, tal vez, memorizar algunas frases que sean siempre una ayuda.


¿Qué es alabar y qué es confesar? Es un mismo momento: el reconocimiento de la grandeza y bondad y misericordia de Dios. Se confiesa a Dios reconociendo cuanto hace y nos viene de Él, y al reconocerlo se le alaba. Una mirada de fe descubre todo aquello por lo que cotidianamente hemos de confesar a Dios y alabarlo:
Luego cuando alabas a Dios, confiesas a Dios; y cuando acusas tus pecados ante Dios, confiesas a Dios. Y todo esto corresponde a la alabanza del Creador, ya que le ponderas, ya que te acusas (San Agustín, Sermón 68,2).
El amor a Dios purifica y eleva sobrenaturalmente todo amor, desde el amor al prójimo, que queda iluminado y purificado, hasta el amor a uno mismo, legítimo, natural y santo, necesario incluso, siempre que brote de la fuente del Amor a Dios.
No es posible en quien ama a Dios que no se ame a sí mismo; y más diré: que sólo se sabe amar a sí mismo quien ama a Dios (San Agustín, Costumbres de la Iglesia y los Maniqueos 1,26,48).
Tanto en la vida presente, que transcurre en el mundo con dificultades, como en la vida futura, Dios nos concede sus premios. Pero éstos deben ser adecuados al tan gran Dador de todo bien. ¿Qué premios podemos esperar? Cada uno soñará con distintos premios, con distintas medidas, según los deseos del corazón. Sin embargo, el gran y mejor premio no es otro que Dios mismo. Sí, Él es el premio y el pago mejor de nuestros trabajos, y sólo a Él hemos de esperar, desear y buscar.
Luego entonces, ¿Ningún premio hemos de recibir de Dios? Ninguno fuera de El mismo. El premio que da Dios es el mismo Dios. Esto es lo que ama, esto es lo que aprecia; si amase otra cosa, no sería amor puro (San Agustín, Enar. in ps. 72,32).
El amor verdadero, al cual hemos de llamar caridad, no es un sentimiento externo a nosotros, ni epidérmico, sino que si es tal caridad brota desde lo más íntimo de nuestro ser, transformándonos, para difundirse luego.
Dentro tendré la caridad; no estará en la superficie; en lo más íntimo del corazón estará lo que amo. Nada hay más interior que nuestra médula (ser) (San Agustín, Enar. in ps. 65,20).
Muchos, según describe Jesús en el Evangelio, buscaban la alabanza aparentando ser buenos, piadosos y religiosos. Son los que hacen sus acciones para que los vea la gente, quienes aman  ser alabados por todos y que les cedan el sitio; rezar de modo que los demás lo vean y así ser tenidos por justos. Sin embargo nos basta con ser buenos; y a quien alaba, le beneficia a él su sencillez al reconocer el bien del otro sin envidiarlo.
Cuando son alabados los buenos, la alabanza aprovecha a quien la da, no a quien la recibe. Por lo que toca al que la recibe, tiene bastante con ser bueno (San Agustín, Ep. 231,4).
El tiempo que en esta vida Dios nos ha concedido, es tiempo de continua conversión y de reparación del mal que hayamos hecho. Después de la muerte, ya nada podremos convertir ni reparar sino sólo ser juzgados; por ello, obremos ahora santamente, convirtamos nuestros pasos, reparamos el mal cometido y nunca temeremos al Juez porque será, ante todo, un abogado para los que hayan obrado bien y rectamente.
Tú eres reo, El es juez; repara la culpa y te alegrarás ante el juez. Hoy te exhorta para no juzgarte. El que ha de ser juez mañana, es hoy tu abogado (San Agustín Enar. in ps. 51,13).
La acción de Dios y su Gracia preceden siempre a cuanto somos y cuanto podamos hacer. La iniciativa siempre es de Él, la salvación es de Él, el amor primero viene de Él para que podamos amarle con su propio amor.
Fuimos vistos para que pudiésemos ver; para que amáramos, fuimos amados El es mi Dios y su misericordia irá delante de mí (San Agustín, Serm. 174,4).
¿Cómo avanzamos en nuestras vidas? Es indudable que hemos de caminar, sin estancarnos, ni pararnos, ni sentirnos derrotados. Siempre adelante. Pero, ¿en qué dirección? En la del afecto que es el motor de todo. Purificado el afecto, bien orientado, nuestros pasos no tropezarán sino que nos llevarán por caminos que se van aproximando a Dios.
En este camino, nuestros pies son nuestros afectos. Según sea el afecto que tenga cada uno, conforme sea su amor, así se acerca o aleja de Dios (San Agustín, Enar. in ps.  94,2).
Preciosa la forma en que san Agustín presenta esta carrera de la vida, en el estadio y la competición -siguiendo el lenguaje paulino- hasta llegar a la meta y ser coronados. Aquí la envidia no cabe: nos alegramos de cómo llegan otros y van siendo coronados y nos preocupamos de los que quedan rezagados.
Cuantos corren, corren con perseverancia, pues todos recibirán el premio. El que llegó el primero esperará a ser coronado con el último. Este certamen no lo emprende la codicia, sino la caridad. Todos los que corren se aman, y este mismo amor es la carrera (San Agustín, Enar. in ps. 39,11).
¿De qué modo habremos de interpretar la bienaventuranza "dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios? ¿Cuál es esta limpieza de la que habla Cristo? ¿Por qué verán a Dios?
"Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". Este ese fin de nuestro amor: fin con que llegamos a la perfección, no fin con el que nos acabamos. Se acaba el alimento, se acaba el vestido; el alimento porque se consume al ser comido; el vestido porque se concluye tejiéndolo (San Agustín, Serm. 53,6).
Los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como los santos en la ya larga historia de la Iglesia, son indicadores claros de cómo vivir y obrar; imitemos sus acciones, miremos a su corazón. Entonces sabremos cómo vivir y qué es la santidad.
Debemos imitar (a los profetas) en aquellos pasajes que escribieron con útil y saludable oscuridad con el fin de ejercitar y, en cierto modo, aguzar las mentes de los lectores y al mismo tiempo quebrantar el fastidio y avivar el deseo de los que quieren aprender (San Agustín, De doc. chr. 4,8,22).
San Pablo en la carta a los Romanos y en la carta a los Gálatas habla de cómo la Ley tiene un carácter pedagógico, pero que es incapaz de salvarnos. La explicación, aparentemente complicada, es más fácil de lo que pudiera parecer a primera vista. La Ley, como un espejo, nos muestra la verdad de nuestros pecados y la incapacidad para cumplirla. Será la Gracia de Jesucristo la que actúe como un resorte interior que posibilite en nosotros vivir la santidad que, por nuestras propias fuerzas, jamás conseguiríamos.
Se dio la ley a los hombres, no para salvarlos, sino para que conociesen por ella en qué enfermedad se encontraban (S. Agustín, Enar. in ps. 83,10).
El alma disfruta de la Belleza, incluso tiende a ella. Pero antes que un placer estético, en el que nos podamos recrear y detener, todo nos va llevando al autor de la Belleza, amándolo, y a convertirnos nosotros en Bellos por la participación en su Bien y en su Verdad.
Mi alma está unida a Ti, llega a ser feliz, descubriendo interiormente también al Creador y Señor de todas las cosas visibles sin buscar exteriormente las cosas visibles, aunque sean celestes; las cuales o no se conocen o se conocen inútilmente con gran esfuerzo, a no ser que por la belleza de las cosas que están fuera sea conocido el artífice interior, que realiza primero en el alma las bellezas superiores, y después las inferiores del cuerpo.(San Agustín, Ochenta y tres cuestiones 45,1).


4 comentarios:

  1. Concluído el Ciclo de Navidad, queda agradecer a D. Javier las pistas facilitadas en las catequesis sobre las Preces de las Laudes.

    Como sugiere hoy con los pensamientos de San Agustín, algunas frases de los comentarios han sido muy provechosas para irlas repitiendo a lo largo del día y estar "ambientados".

    Que Dios se lo pague.

    Seguimos unidos en oración.

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  2. La capacidad de decir mucho en dos o tres líneas hace de San Agustín un teórico aventajado en la época de los mensajes de 140 caracteres y minimalismo comunicativo. Pero...

    Es verdad lo que dice. Hoy en día resulta complicado que alguien lea una obra completa de San Agustín, pero si las personas del siglo IV eran capaces de entender y aprender de San Agustín... la gran pregunta es ¿Cómo es posible que en una sociedad "mejor formada" encontremos tan poca disposición a leerle?

    Quizás las razón es que la formación que recibimos se asimilan a herramientas que no llegamos nunca a utilizar. Las almacenamos y más que ayudarnos, nos obstaculizan el entendimiento.

    Quizás otro problema que encontramos es la corrupción del lenguaje en el que nos comunicamos. Hace unos días me encontré con una reacción de una lectora de una frase agustiniana de las que comparto diariamente en Facebook. Se escandalizaba de la palabra limosna empleada para indicar que lo que damos a los demás es también un don de Dios. Hoy en día se entiende la limosna como un desprecio a quien recibe nuestra ayuda y caridad. La misma palabra caridad está muy mal vista. Se prefiere hablar de solidaridad y comportamientos solidarios. Solidaridad, que una ayuda desafectada, que no nos compromete ni nos vincula con el hermano que ayudamos.

    ¿Cómo entender a San Agustín y el mismo mensaje de Cristo si no tenemos palabras que comuniquen la Verdad? Creo que este es uno de los problemas que tenemos a la hora de evangelizar en pleno siglo XXI.

    Perdón por extenderme tanto. Que Dios le bendiga D. Javier :D

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  3. Concisión y precisión, todo un don del Espíritu Santo. Todo muy actual. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  4. Como “san Agustín es un maestro”, no transmite únicamente conocimientos sino amor a la Sabiduría, capacidad de plantearse preguntas y alegría en la búsqueda de la Verdad. Por ello, leer sus pensamientos conduce a querer una mejor comprensión acudiendo a la lectura de sus obras en una verdadera amistad dialogal con el santo. En otro caso sucede lo que indica Néstor: se rellenan sus pensamientos de nuestras ideas, de nuestras convicciones.

    No en vano los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han advertido que nuestra época ha sustituido la verdad por la propia convicción, la subjetividad, la espontaneidad (falsa autenticidad) y la obstinación en el propio criterio, que se han erigido como las “nuevas leyes” convirtiendo en casi imposible una conversación razonada más allá de trivialidades o lugares comunes. Al hombre actual “le está comiendo vivo” la pereza, es consumidor pasivo de los medios de comunicación y de la publicidad que corrompen intencionadamente el lenguaje.

    Es habitual que los pensamientos de nuestro santo amigo sean malinterpretados. Me quedo con la raíz de Agustín: “El premio que da Dios es el mismo Dios”; lo dijo Cristo respecto a los jornaleros ajustados en un denario. Los que nos ponen burdas trampas en relación a la misericordia divina no han entendido nada. El único premio aquí y más allá de la muerte es Dios y el único “castigo” auto infringido es su ausencia: “el que me rechaza y no acepta mi Palabra ya tiene quien lo juzgue (Su Palabra)”.

    ¡Qué nuestras almas estén unidas a Ti!

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