martes, 24 de septiembre de 2013

La vía del mal gusto

Cuando tanto hablamos de belleza y de la "via pulchritudinis", debemos darnos cuenta de que la realidad que hoy se impone es el feísmo, las cosas utilitarias, o "la vía del mal gusto". Es una estética reinante fea, que va unida al rechazo a la Verdad y al Bien. Lo que es Bello en sí mismo sí va unido a la Verdad y al Bien.

Sociedad y cultura actuales han privilegiado ese "mal gusto"; la Iglesia, hija de su tiempo, con hombres que son hijos de su tiempo, ha asumido demasiado ese camino de fealdad en su música, en sus cantos, en sus "obras artísticas" (si pueden llamarse así) y en sus edificios. Aun cuando a veces esa banalidad en las formas y en los contenidos se justifiquen por la palabra talismán "pastoral", la pastoral auténtica sabe privilegiar los caminos de la belleza como vía de acceso y de comunicación del Misterio.

La Iglesia siempre se ha mostrado amiga del arte verdadero, pero no se identifica con estilo artístico ninguno, no reconoce ninguno como propio y exclusivo. Se adapta a la cultura de cada época, de regiones distintas, a condición de que sea belleza verdadera. Sería una contradicción construir hoy y celebrar hoy con el paradigma del "barroco" como único estilo bello y eclesial o la reproducción de lo bizantino como único arte y expresión evangelizadora; y tampoco sería verdadero y bello asumir acríticamente la música actual y la arquitectura actual, secularizando la belleza y el sentido del Misterio de Dios dándose.

Recordemos qué dice el Concilio Vaticano II.

Primero la "dignidad del arte sagrado" (obsérvese la palabra "dignidad" ):

"Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro.

Estas, por su naturaleza, están relacionadas con la infinita belleza de Dios, que intentan expresar de alguna manera por medio de obras humanas. Y tanto más pueden dedicarse a Dios y contribuir a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras para orientar santamente los hombres hacia Dios.
Por esta razón, la santa madre Iglesia fue siempre amiga de las bellas artes, buscó constantemente su noble servicio, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales. Más aún: la Iglesia se consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo entre las obras de los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado.
La Iglesia procuró con especial interés que los objetossagrados sirvieran al esplendor del culto con dignidad y belleza, aceptando los cambios de materia, forma y ornato que el progreso de la técnica introdujo con el correr del tiempo" (SC 122).

Segundo, el "libre ejercicio de estilo artístico":

"La Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo, y el de todos los pueblos y regiones, ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados" (SC 123).

Tercero, el concepto de arte auténticamente "sacro":

"Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada.
Procuren cuidadosamente los Obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte.
Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles" (SC 124).

Cuarto, "la formación de los artistas":

"Los Obispos, sea por sí mismos, sea por medio de sacerdotes competentes, dotados de conocimientos artísticos y aprecio por el arte, interésense por los artistas, a fin de imbuirlos del espíritu del arte sacro y de la sagrada Liturgia.
Se recomienda, además, que, en aquellas regiones donde parezca oportuno, se establezcan escuelas o academias de arte sagrado para la formación de artistas.
Los artistas que llevados por su ingenio desean glorificar a Dios en la santa Iglesia, recuerden siempre que su trabajo es una cierta imitación sagrada de Dios creador y que sus obras están destinadas al culto católico, a la edificación de los fieles y a su instrucción religiosa" (SC 127).

Éstos son los principios, desconocidos, que ofrece el Concilio Vaticano II. 

¿Y cuál es la realidad?

"Siendo la belleza uno de los transcendentales predicados de Dios, vemos al contrario la vía del mal gusto como una de las vías de la sociedad secularizada sin Dios. Se producen edificios utilitarios que o buscan maximizar la utilidad económica o son declaraciones artísticas arbitrarias. La planificación urbana deja de estar al servicio del hombre porque está al servicio de una ideología antihumana o es inexistente y deja actuar la fuerza ciega del mercado. Este sentido de aislamiento se ve en particular en muchos de los suburbios de las ciudades europeas contemporáneas de donde la belleza y la elegancia han sido exiladas y en las extensísimas zonas suburbanas de muchas ciudades de Estados Unidos. En las ciudades modernas el hombre se siente o aplastado por enormes edificios o por espacios abiertos que son una declaración del poder de la sociedad política o de las fuerzas económicas. Este nuevo contexto urbano en vez de establecer lugares de encuentro entre las personas produce un sentido de aislamiento y de alienación.

Como consecuencia de la entrada en la Iglesia del espíritu del mundo secularizado... se han construido tantas nuevas iglesias casi totalmente desprovistas de un tradicional simbolismo católico. Muchas de estas nuevas iglesias se caracterizan por una fuerte reducción del valor expresivo y significativo del edificio de culto, olvidándose que la Iglesia como edificio debe ser un lugar que manifieste la presencia de Cristo que conduzca a la oración y a la contemplación. Muchas de estas nuevas iglesias no llevan a una relación de verticalidad y trascendencia. Estos nuevos edificios de culto le dan el ambiente arquitectónico y escenográfico a la auto clausura circular que se manifiesta en tantas liturgias contemporáneas" (Ignacio Barreiro Carámbula, "Revolución contra Dios y sociedad del hombre": Verbo 493-494 (2011), p. 256).

Ojalá que la vía del mal gusto desaparezca pronto, urgente, de nuestra Iglesia y crezca la vía de la belleza. Así corresponderemos a la Belleza que tiene su fuente en Dios, tal como rezamos: "Oh Dios, de quien dimana la bondad y hermosura de todo lo creado" (Orac. Laudes, Martes III Salterio).

6 comentarios:

  1. Padre, trabajando donde trabajo, esta cuestión me ha dado mucho que reflexionar. Y es que me da por pensar que la belleza se escabulle de un arte ególatra, egocéntrico y egoista; de un arte que lo que expresa es la nada, el vacío, el concepto ideológico, o bien la trasmisión de la aridez, el desasosiego, la nausea de una sociedad sin DIOS, donde el hombre es algo prescindible, secundario e irrelevante. Por fuerza, la belleza ha de huir de todo eso. Muchas gracias, Padre, por tocar este tema. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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  2. La primera de las fotos ha puesto fin a un período de reflexión mediante un fortísimo e incontenible ataque de risa.

    Cierto, la Iglesia no ha adoptado ningún estilo como propio, pero el templo católico no es “un edificio más” ya que está destinado e inspirado en el culto a Dios, liturgia, y oración, inmerso en la Doctrina y Tradición de la Iglesia, alimento espiritual, catecismo de piedra. Un templo católico debe parecer lo que es. Ni lo moderno, ni lo original, ni la imaginación, son valores en sí mismos.

    Es más, en la liturgia de la Santa Misa se unen la liturgia celeste y la liturgia terrestre y, en la medida de lo posible, exterior e interior del templo deben llevar a esta unión. Si en otras épocas, esta necesidad podía estar atenuada porque la sociedad era cristiana, ahora resulta absolutamente esencial porque la ignorancia de la fe es abismal.

    Notas esenciales: el arquitecto ha de ser un hombre de profunda fe porque nadie da lo que no tiene. El énfasis no debe ponerse en lo “congregacional”. Este mito, como tanto otros, procede de la visión que considera la asamblea como símbolo primario de la iglesia; la contraposición domus Dei o casa de Dios y domus ecclesia o casa del pueblo de Dios es una visión antinómica derivada de la Ilustración, que no es cierta. Desde el principio de los tiempos Dios ha elegido encontrarse con su pueblo en lugares sagrados: el “suelo sagrado” del Monte Sinaí, la tienda en el desierto, el Templo de Jerusalén. “Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo” nos dice el Catecismo (1180). Como un lugar aparte para la recepción de los sacramentos, el propio templo se vuelve sacramental teniendo como centro el sagrario y el altar.

    La arquitectura tiene la capacidad de dar sentido. Un templo es un “portador de sentido”, debe portar el significado de las verdades eternas que se transmiten a través de su exterior e interior. Todo el edificio debe generar una elevación a la verdadera patria que lleva al hombre a adorar a Dios, a humillarse frente a su Creador, a tomar parte de los misterios sagrados y enfocarse en lo eterno.

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  3. Y la segunda foto… La planta en abanico es perfecta para teatros, salas de conferencias, parlamentos, pero no para la liturgia, la adoración y la oración. Irónicamente, el argumento empleado para usar estas plantas es para “animar” a la participación pues la planta semicircular se basa en las salas de entretenimiento, no proviene de los escritos del Concilio Vaticano II sino del teatro griego o romano y hasta tiempos recientes nunca fue usada como modelo para templos católicos, de hecho, las primeros “templos-teatro” fueron auditorios protestantes del siglo XIX.

    Casa de Dios y casa de los convocados por Dios que mira al pasado, sirve al presente e informa el futuro debe responder a tres leyes naturales: verticalidad, permanencia e iconografía.

    Verticalidad que domina sobre la horizontalidad y señala a lo celestial y eterno; nos habla de elevarnos hacia el Cielo, de la trascendencia, de la Jerusalén celeste que desciende hacia nosotros. No es coincidencia que el texto litúrgico para la dedicación de una iglesia nos recuerde al Apocalipsis: “Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres…”

    Permanencia porque Cristo Jesús permanece hoy como ayer y por la eternidad (Heb. 13) y la Iglesia está construida con “toda dureza” sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, siendo Jesucristo mismo la piedra angular. La característica de ser iglesias macizas ha sido un aspecto del lenguaje arquitectónico católico en continuidad en la historia y la tradición pues el crecimiento de este lenguaje fue orgánico. Ningún arquitecto católico que quiera cumplir bien su misión debe ignorar el patrimonio arquitectónico de la Iglesia.

    Iconografía exterior e interior, que produce la atmósfera apropiada para el culto a Dios, una atmósfera de trascendencia. El edificio tiene valor como “signo”; debe ser un ícono a través de su forma y su relación con el entorno. Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola se dieron cuenta que la mente del hombre se eleva a la contemplación a través de los objetos materiales.

    ¡Un templo católico bajo estos principios es caro! Los fieles deberíamos estar dispuestos a gastar más en la casa de Dios que en nuestras propias casas y construir con una calidad y belleza que exceda la de otros edificios.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!


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  4. Belleza=bien+verdad. Todo lo que sale de eso, no es arte y menos arte sacro. Ya no solo es el feísmo que apunta el artículo, sino una tomadura de pelo universal como el cuento alemán sobre el traje(invisible) del emperador. Nos intentan vender que es arte moderno cuando no lo es.

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    1. Me gusta muchísimo su definición de la belleza; definición que va más allá de la estética. Lo dijeron ya los filósofos griegos: "kalos kai agathos", "lo bello, el bien y la verdad"; este era su ideal y nosotros en el siglo XXI nos hemos vuelto incapaces para ello.

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  5. Buenos días:

    ¡Cuánta razón tiene don Javier!

    Coincido especialmente con Pepe.


    Un abrazo.

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