jueves, 1 de noviembre de 2012

Valor estimulante de la Solemnidad de Todos los Santos

¡Día de gozo!
¡Día de fiesta!
¡Día de alabanza!
¡Día de exultación!

La Iglesia, que es Madre, se alegra de sus "mejores hijos" (cf. Prefacio de la Misa), aquellos que vivieron con Cristo, padecieron con Cristo y ahora son glorificados con Cristo.


Es una inmensa multitud, incontable, de personas de toda edad y época de la historia, conocidos o anónimos, sacerdotes, consagrados o seglares, mayores y pequeños. Y son santos porque reflejaron a Cristo en un aspecto u otro, porque en ellos se verificó el Evangelio como una regla de vida absoluta y vivieron según el Evangelio; porque en ellos las Bienaventuranzas fueron una forma y estilo de vida.

Ellos ahora nos estimulan y ayudan con su ejemplo e intercesión -decía también el Prefacio-. Nos recuerdan que nos toca ahora a nosotros correr en la carrera, como decía san Pablo. 
¿Qué carrera? -La del cielo. 
¿Qué meta? -La de la santidad.

Pero, ¿acaso la santidad no está reservada para unos pocos genios del espíritu? "Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad" (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 31)

¿No es la santidad para gente de otra pasta, de otra masa, muy diferente a nosotros? 

¿Acaso la santidad no consiste en fenómenos místicos, en visiones sobrenaturales, en milagros?

¡No! La santidad es la vocación común que proviene del bautismo. Por éste, todos estamos llamados a la santidad: 

"Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre" (LG 11).

Los santos fueron tales como vivieron de Dios, fueron hombres y mujeres completamente de Dios. ¡Dios era lo primero, lo más amado en sus vidas!

Cuando la más joven doctora de la Iglesia, santa Teresa de Lisieux, después de la larga enfermedad de la tuberculosis y una agonía interminable, exclama: "No me arrepiento de haberme entregado al Amor" (UC 30.9), está expresando la esencia misma de la santidad: entregarse al Amor.

¡Eso es lo nuestro!: entregarnos al Amor. Y entonces dejar que el Amor de Dios lo sea todo para nosotros.

Y así transcurre nuestra vocación a la santidad -como la de todos los santos-: entregarnos cotidianamente al Amor sin reservarnos nada.



4 comentarios:

  1. No se puede hablar de la santidad como cosa nuestra, como cosa humana. Es pura GRACIA de DIOS. CRISTO dijo que se quedaría con nosotros, que nos llegaría el Espíritu Santo. Alabado sea DIOS.

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    1. Por supuesto, la santidad viene de Él y nos es participada si hay una correspondencia clara por nuestra parte.

      "Todo es gracia".

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  2. Se nos ha dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios"

    Dichosos, porque sois limpios
    y ricos en la pobreza,
    y es vuestro el reino que sólo
    se gana con la violencia. Amén. (Laudes)

    En oración ¡qué Dios les bendiga!


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    1. Sí, fueron bienaventurados; son felices, están llenos de gozo. La Alegría de Dios hoy los envuelve... y cantan: "Amén. Aleluya".

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