lunes, 4 de abril de 2011

El pecado de envidia (III)

La autora del artículo detalla las características de la persona envidiosa; a mi gusto, con una minuciosidad y exactitud sorprendentes.

"Se pueden señalar al menos seis características de la persona envidiosa:

1. Al envidioso le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás. Ve los bienes del otro, pero no las dificultades inherentes a su conducta, ni las privaciones y desventajas que, a veces durante casi toda la vida, ha tenido que superar para conseguirlos.


Su principal arma es la lengua. La verdad no tiene ante sus ojos valor alguno, ni la espiritualidad le infunde el más mínimo respeto. En todas las acciones y las palabras de las personas que le son superiores en algún aspecto buscan un motivo de crítica y de censura. Suelen ser maestros en el arte de la murmuración, y lo ejercen confiando en ella el éxito de sus perversos deseos. Ocultan con esmero el fin que se proponen, y hacen ver que sólo al bien y al interés general se dirigen sus palabras. Para no alertar y poner en su contra el ánimo de quienes les escuchan, comenzarán alabando al que desean derribar con sus palabras. Expresarán, de muchas y variadas maneras, la peculiar forma de apreciarles y el dolor que les causa ver disminuidas con defectos las apreciadas cualidades que tiene esa persona digna de elogio. Si oyen elogios que vayan dirigidos a la persona a la que envidian, se cuidan mucho de mostrar la más mínima señal de indignación, y hasta asentirán -el envidioso suele ser adulador- si no encuentran ningún medio para hacer daño. A pesar de ello, más tarde sembrarán las dudas, disminuirán el valor de su virtud y lanzarán insinuaciones maliciosas. A veces, con el silencio dirán más que con palabras y, en ocasiones, su gesto, la tensión de sus rasgos serán más elocuentes que un largo discurso de censura.

2. El envidioso es una persona próxima al envidiado: próxima en espacio y en fortuna, dando razón a santo Tomás. Yo no puedo envidiar a un Rockefeller, pero sí a don Achille, mi párroco, que es un gran filósofo. la gran desigualdad provoca admiración, mientras que la desigualdad mínima provoca envidia y ojeriza.



El estudiante que se dirige a pie desde su barrio a la Universidad, odia solo un poquito al compañero que va montado en un modesto automóvil; pero el dueño de ese automóvil se muere de envidia cuando es adelantado por un vehículo deslumbrante y de afamada marca.

3. Lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro, sus cosas, cuanto la persona misma poseedora de estos valores. Aunque siente el bien del otro como mal propio, dirige un odio mucho más profundo a la persona que tiene el bien: su mal propiamente dicho es aquella persona colmada, según él, de tantos bienes. Y por eso dirige contra el otro una parte de su carga agresiva, queriendo anularlo: no pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también. Su envidia es sádica; viene a decir: si yo no puedo tener eso, haré que tampoco tú puedas tenerlo.

4. Cuanto más favores, atenciones o regalos haga la persona envidiada al envidioso, más fuerte será en éste el deseo de eliminarla, pues la dádiva le recordará que él está en un grado inferior o de carencia, cuando simplemente el falta generosidad, aun cuando se lograra una perfecta justicia igualitaria, siempre quedaría la desigualdad de inteligencia y de carácter, de posición social, de formación intelectual la cual continuaría siendo siempre motivo de sentirse inferior, de hacer las típicas comparaciones que provoca la envidia.

5. Como la mayoría de las veces la persona envidiosa no puede destruir al otro [a no ser un superior, un formador, un educador, un profesor] y, además, no puede soportar la idea de que le sobrevivan las personas afortunadas, dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo; es autodestructivo, autodevorador, siendo su lema: "¡prefiero morirme antes que verte feliz!"

Puede incluso experimentar como una enorme desgracia la vida de la persona envidiada. Una religiosa me comentó una vez que una persona de su comunidad tuvo la desfachatez de decirle que su mayor desgracia era que estuviera viva.

El envidioso pasará con placer sobre los escombros de su ciudad o de su país, a cambio de ver abatido el objeto que le irrita y que alimenta su cruel ego. Escribir la historia de las guerras civiles y de las discordias sociales que han ensangrentado la tierra equivale a escribir la historia de la envidia. No por falta de voluntad, sino por falta de valor, muchos envidiosos no llegan a tan desmesurados excesos. Se alegrarán hasta lo sumo si ven a su competidor caído, pero, por temor a las consecuencias que les pueden sobrevenir, no se deciden a empujarle para que caiga. Si le hieren, es por la espalda y sobre seguro, no de frente y con riesgos, porque el envidioso suele ser muy cobarde.

6. El envidioso nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa de la fortuna del otro, en sentido igualitario, logra apagar su envidia.

Los envidiosos son, pues, astutos en despreciar lo que merece ser alabanza, echándolo a mala parte: imputan a la virtud lo que es propio del vicio contrario a ella; llaman temerario al valiente, necio al prudente, cruel al justo, falaz al sabio, prepotente al que sabe mantener sus opiniones, sin que ello presuponga aplastar a los demás. Al que es magnánimo le tienen por hombre que hace gastos inútiles. Al liberal, por derrochador, y al ahorrador por roñoso. En una palabra, todo género de virtud tiene para ellos, siempre y en cualquier ocasión, cambiado su nombre en el del vicio contrario.

La convicción de la propia impotencia para realizar todo el mal que desea le trastorna y enajena. Como no puede arrojar fuera de sí el veneno que fabrica, él mismo se va matando sin saberlo. Llega, en efecto, a envenenar la fuente de la vida y a perder la salud. Aunque no en todos los envidiosos este vicio causa heridas tan profundas, siempre aparta del camino espiritual cuando no se trata como es debido. Ante su ataque, cuando intenta convencernos de que la honra que se tributa a alguien oscurece y rebaja en cierto modo la propia, se debe ser en un primer momento firme para rechazarlo, y después considerar que nadie es perfecto ni merece honor o gloria. Sólo a Dios se le debe el honor y la gloria. Por otro lado, en muchas ocasiones debe uno retirarse para que otro coja el relevo, de manera que la empresa en la que se está embarcado pueda, así llegar, bajo la dirección de otra persona, a buen término.

Con la envidia, en definitiva, sólo se logra producir desgracias para uno mismo y, en muchas ocasiones, ensalzar a quien se envidia, pues se contribuye con la intención y la voluntad a darle importancia a los ojos de las gentes. No es el mejor camino disgustarse por que le pasen a uno por delante, ya sea por virtud o por conocimiento, y consigan sus propóstios. Tampoco es lo más apropiado envidiarlos ni sentir ira contra uno mismo porque no se tiene esa capacidad. Debemos ver nuestra situación personal las características y capacidades personales, el sentido de la propia vida y ver, también, cómo actúa en ella el ego de la envidia. Tenemos que ser capaces de ver todo ello y reflexionar para ser conscientes y obrar adecuadamente. La virtud de las demás personas no debe ser la causa de que, por la envidia, perdamos la nuestra. Antes bien, debemos servirnos de la envidia y de todos los demás egos para vivir espiritualmente"

(Mª Mercedes Cerezo, La carcoma de la envidia, Liturgia y espiritualidad 2010/10, pp. 533-536).

Imagino que tendremos que leer muchas veces esta catequesis y volver a ella cada cierto tiempo.

8 comentarios:

  1. espero poder estar atenta....es tremenda la consecuencia de este pecado.....le pido al Señor la humildad para combatir las tendencias a entrar en este infierno.....que tenga siempre Miericordia de mi.

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  2. " Imagino que tendremos que leer muchas veces esta catequesis y volver a ella cada cierto tiempo. "

    Asi es, hay que imprimirla y volver a ella muchas veces para tenerlo bien interiorizado igual que los Ejercicios ( ! que bien me están viniendo D. Javier ! ) que siempre que se releen, te pones " manos a la obra" para ir avanzando en la vida espiritual , si no lo hacemos así , lo vamos perdiendo y es una pena

    Feliz día a todos

    María M.

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  3. En la parábola de los talentos ¿Que pensaría de los demás el que guardó su talento para no perderlo?

    Vaya desperdicio y locura guardarse lo bueno que podemos dar por el solo hecho de que es menos que lo que puede dar otro. Si encima envidiamos a quien más y mejor da... vamos apañados.

    Feliz día de primavera :)

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  4. ¡Qué horror! y de cada vicio se puede decir algo semejante, la distorsión es completa, cuando no se pone freno todo puede caer a fosas abisales.Es fundamental la instrucción, la catequesis y la disciplina diaria para avanzar con seguridad.Un fuerte abrazo don Javier.

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  5. ¡Qué espanto! Es posible que el reptil no tenga tanto veneno como este tremendo pecado.Se da la mano con otro que le tengo pánico: la soberbia.
    Gracias por esta catequesis que me parece fundamental.
    Le pido al Señor avanzar en vida espiritual para que me aparte de estos malditos pecados.

    Feliz día para todos.

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  6. Bueno yo lo imprimí y me lo llevé frente al Santísimo, para allí despacito leerlo y si el Señor quería indicarme algo, lo hiciera. Que les digo, unas sutiles pinceladas siento que en algún momento de mi vida pude haber personificado alguna características de las que describían. Estamos atentos a tratar de no caer, pero a veces, caemos y nos damos cuenta y seguimos y decimos, ya me confesaré, que error, Dios mío, pero ha pasado. Bueno no me queda mas que ir a la casa del Padre arrepentida, consciente de lo débil a pesar de creerme fuerte y pedir perdón. ¿Verdad Padre?
    Todos en mis oraciones.

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  7. María M., María Auxiliadora y alguno más:

    Me alegra que saquéis a colación los Ejercicios. Dudé si ponerlos o no, pero veo que está siendo de utilidad. Si Dios quiere, y si os parece bien, el año que viene y siguientes, haremos lo mismo, ¿no?

    Y siempre, por encima de nuestros pecados, la Misericordia de Dios para quien acude a Él reconociendo su culpa.

    Sobre la envidia:

    Me ha resultado luminosa la explicación de Miserere. Es cierto: el que enterró el talento sufre la envidia hacia quienes lo pusieron en juego y lo duplicaorn, ¿será posible semejante desfachatez?

    Pues os aseguro, por experiencia, que es así.

    A Capuchino de Silos le aterroriza la soberbia: es verdad... pero yo llevo peor cuando veo o sufro el pecado de envidia. Me parece que es mucho más dañino incluso.

    NIP:

    También un fuerte abrazo para Vd.

    Para todos, feliz noche, felices sueños, reconfortante descanso in Domino. +

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  8. Qué bien descrito está el pecado de envidia y todo su entramado...Visto de esta manera tan detallada, resulta profundamente abyecto.
    Muchas gracias, Don Javier.
    Buenas noches a todos.
    ;O)

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