jueves, 7 de enero de 2010

Año sacerdotal. Hombres de oración... ¡también!


Es patente a los ojos de todos que se ha pasado una grave crisis, aguda, en todo el cuerpo eclesial: crisis de fe, la práctica de la oración se había abandonado, sobraban sociología y planes pastorales y faltaba oración, espiritualidad y discernimiento. La vida de oración se había resentido: todo era un obrar muy intramundano, y la oración era sospechosa de evasión, intimismo y alienación. El lema era que la oración y la contemplación alejaban del mundo y del hombre, y que la oración verdadera era la acción, la praxis.

Las comunidades cristianas se fueron secularizando, relegando a Cristo a la categoría de mito, o de modelo moral, pero cortando el trato directo con Él en la plegaria. No se enseñaba a orar, no se iniciaba en la meditación, no había espacio para la oración litúrgica. Al sacerdote se le había empujado a la arena de una actividad frenética, temporal, mundana y muy secularizada. Entonces surge un repuntar del Misterio de Dios, de centralidad cristológica, de servicio al hombre en aquello que anhela, de espiritualidad que orienta y abre a Dios. Estamos en ese momento de gracia, de recuperación eclesial, de frenar la secularización interna de la Iglesia y reparar sus efectos devastadores.

El sacerdote es hombre de oración. Los hombres, nuestros hermanos en la fe, “esperan que seamos hombres de oración” (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, n. 7), y si el sacerdote sacrifica su oración por un falso y absorbente “celo apostólico” estará vaciando de su sustancia el ministerio con el que tiene que colmar a los hombres. El sacerdote es el primero que por su vida de oración se convierte a Dios en una conversión continua ininterrumpida. “Convertirse quiere decir orar en todo tiempo y no desfallecer” (n. 10) por lo cual la oración crea una tensión espiritual que impide la tibieza, el conformismo o la mundanización y sitúa al sacerdote en la dinámica del seguimiento de Cristo.

“La oración es, en cierta manera, la primera y última condición de la conversión, del progreso espiritual y de la santidad” (Id., n. 10). La misma crisis de identidad del sacerdote (o la crisis en que quisieron algunos provocar en los sacerdotes) no se hubiese producido si en lugar de discusiones en muchos ambientes se hubiese rezado más y mejor: “se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio... se ha orado demasiado poco”. Y es que el sacerdocio se realiza en la oración, en ella crece, por la oración se desarrolla, se expande y se hace fecundo. La oración es el estilo propio del sacerdote. “No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal. Es la oración la que señala el etilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura” (Id., n. 10).

La oración es un beneficio espiritual para el sacerdote y por extensión es beneficio para los hombres a los que el sacerdote sirve. “La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez da la impresión de perderse en la oscuridad. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos conducir a los demás a Él. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana” (Id., n. 10).

La oración es la vía de comunicación amistosa entre Cristo y su sacerdote; la luz de su ministerio, el canal fecundo para su predicación, la exquisita reparación por sus penitentes, la palanca que mueve los corazones a la conversión... y la Compañía más preciosa del sacerdote.

"Tú, que cuando los santos pastores te suplicaban, como Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con una purificación continua" (Preces II Vísp., Común Pastores).

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucha entrada. El sacerdote que ora en profundidad se transforma y sus palabras están llenas de experiencia espiritual, además de teología. Por ende, llegará a tocar más corazones con su palabra, acción y oración.
    Un abrazo Padre, me gusta mucho su blog.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por su comentario tan acertado.

    Esperemos todos los sacerdotes vivir así, llegar a ello.
    Es verdad que no tenemos ni el ocio santo ni el tiempo de un contemplativo en su monasterio, ni las ocupaciones a veces permiten el fervor y la devoción que nos gustaría, pero es indudable que la oración es acto esencial del ministerio y requirimiento de la propia exigencia de santidad sacerdotal y de apostolado.

    ResponderEliminar
  3. Soy la anónima de las 12.22h, mi nick ahora es Paloma. Un abrazo.

    ResponderEliminar