martes, 29 de septiembre de 2009

Reedificar la Iglesia para salir de la secularización


Cada vez que escucho el comienzo de la profecía de Ageo en la liturgia, se me conmueve todo mi ser, me asalta una inquietud y una plegaria... ¡Qué fuerza tiene la palabra que Dios pronuncia por medio de los labios de Ageo, qué fuerza y qué reproche!

Leamos al profeta: “Este pueblo anda diciendo: “Todavía no es tiempo de reconstruir el templo.”» La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: ¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora -dice el Señor de los ejércitos meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria -dice el Señor-’’ (Ag 1,1-8).

Sabiendo que el Templo –y Jerusalén- es figura y tipo de la Iglesia, el anuncio profético se vuelve duro y conminador para el pueblo cristiano que oye esta Palabra y recibe esta profecía. ¿Qué dice el Señor? ¡Es momento de reconstruir la Iglesia! Cada cual se preocupa de su propio hogar, de su casa, pero el Hogar común, el Templo del Dios vivo que es la Iglesia, ¿se preocupa alguien de él? Sin embargo... ¡hemos de reconstruir la Iglesia!

La secularización ha dejado devastada a la Iglesia. Sus ladrillos y piedras están corroídas y desgastadas, casi saliéndose; apenas brilla el oro de la santidad. Se queda sin lámparas que iluminen, por miedo a deslumbrar a alguien, ya que hay que ser tolerante con las tinieblas. Se tiraron tabiques y muros para que entrara aire, y apenas quedan paramentos, sólo aberturas por todos sitios que han debilitado la estructura. Desolación y vacío en la Iglesia.

Es momento de restaurar el Templo, es momento de reedificar la Iglesia después del ciclón de la secularización, tras el terremoto de la postmodernidad. ¿Cómo? Tal vez con cosas pequeñas y accesibles en toda parroquia y comunidad:

-formación sólida, y el mejor camino, organizar parroquialmente la catequesis para adultos

-promoción del laicado impulsándolos y acompañándolos para que se inserten en el orden social (familiar, enseñanza, cultura, política, arte, Internet... ¡apóstoles en el mundo, no en el despacho parroquial!)

-capacitación seria y fundamentada de los catequistas

-forjar la vida espiritual de los católicos con instrumentos reales, plan de vida, normas de piedad concretas, etc.

-cuidado y atención a la pastoral familiar con grupos de matrimonios, escuela de padres, retiros matrimoniales

-iniciación a la vida de oración mediante catequesis y retiros mensuales en la parroquia

-adoración eucarística semanal, con la exposición del Santísimo y tiempo de silencio adorante

-facilitar la celebración del sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual con tiempo fijo, diario, amplio, en el confesionario

-cuidado y esmero en la liturgia, con fidelidad a las normas litúrgicas, en clima de adoración, reverencia y plegaria

Hecho esto –y casi a la vez- las dos otras dimensiones irán saliendo casi por sí solas: la caridad y servicio a los necesitados que brota del Amor vivido de Dios, y la dimensión pública del catolicismo que la parroquia como tal no llega a realizar, pero sí otras formas de asociación laical y apostolado católico.

¿Más iniciativas serias? Tal vez en los comentarios se podrían aportar muchas más y nos enriqueceremos todos. Lo que nadie puede dudar es que los métodos pastorales están fracasando, porque se busca el “buenismo”, el “todo vale”, el “no hay que exagerar”, la “simpatía” de un grupito de amigos, y el único interés es ser distraído, moderno, no exigir mucho. Eso ha destruido el Hogar. ¿Lo reconstruimos? ¿Ya, aquí, ahora?

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