sábado, 26 de septiembre de 2009

Actos del penitente: Decir los pecados al confesor


Decir los pecados al confesor.
Es el signo claro: ante Cristo, significado en el sacerdote que actúa in persona Christi y que hace presente a la Iglesia reconciliadora, el pecador muestra su vida, reconoce sus pecados y glorifica a Dios que es Misericordia.

“Se comprende, pues, que desde los primeros tiempos cristianos, siguiendo a los Apóstoles y a Cristo, la Iglesia ha incluido en el signo sacramental de la Penitencia la acusación de los pecados. Esta aparece tan importante que, desde hace siglos, el nombre usual del Sacramento ha sido y es todavía el de confesión. Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquel que en el Sacramento ejerce el papel de juez —el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente— y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene también el valor de signo; signo del encuentro del pecador con la mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la mirada de Dios. La acusación de los pecados, pues, no se puede reducir a cualquier intento de autoliberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Se comprende entonces por qué la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal. Pero, al mismo tiempo, esta acusación arranca en cierto modo el pecado del secreto del corazón y, por tanto, del ámbito de la pura individualidad, poniendo de relieve también su carácter social, porque mediante el ministro de la Penitencia es la Comunidad eclesial, dañada por el pecado, la que acoge de nuevo al pecador arrepentido y perdonado” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31,III).

La acusación ha de ser clara, concreta, concisa. Se confiesa qué se ha hecho, de qué forma, cuántas veces, qué daño ha podido causar. No sirven generalizaciones, por ejemplo, “he pecado contra la caridad”, porque pecar contra la caridad puede ir desde falta de puntualidad haciendo esperar a alguien hasta el asesinato; o “soy soberbio”, sino en qué he sido soberbio, etc. Asimismo hay que evitar acusaciones que entren en multitud de detalles, circunstancias, etc. Ser directo y claro, sincero, sin justificarse ni excusarse del pecado culpando a los demás, sin dar rodeos ni narrar la vida entera.

Es una manifestación de la propia conciencia ante Jesucristo, Médico y Juez, Salvador y Hermano. Ante todo debe primar, no la vergüenza (el sacerdote no juzga ni se escandaliza de nada), sino la confianza en Jesucristo.

Entonces la redención vuelve a ponerse en acto; la Sangre de Cristo lava los pecados; su Palabra es eficaz y por las palabras de la absolución y la imposición de manos del sacerdote, vienen el perdón, la Misericordia y la Gracia. Inclinamos la cabeza, escuchamos en silencio (sin recitar nada en voz baja) la fórmula de la absolución y contestamos claramente: “Amén”.

“Otro momento esencial del Sacramento de la Penitencia compete ahora al confesor juez y médico, imagen de Dios Padre que acoge y perdona a aquél que vuelve: es la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la acompañan en el antiguo y en el nuevo Rito de la Penitencia revisten una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: «Yo te absuelvo ...», y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente como «misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa», según la definí en la Encíclica Dives in misericordia. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado —«tibi soli peccavi»— , y sólo Dios puede perdonar. Por esto la absolución que el Sacerdote, ministro del perdón —aunque él mismo sea pecador— concede al penitente, es el signo eficaz de la intervención del Padre en cada absolución y de la «resurrección» tras la «muerte espiritual», que se renueva cada vez que se celebra el Sacramento de la Penitencia. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador” (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, 31,III).

4 comentarios:

  1. Pedro Arroyo Gómez26 septiembre, 2009 13:49

    Qué bonito es sentirse perdonado, fruto del arrepentimiento sincero. Es volver a nacer y Dios nos da esa oportunidad del reencuentro siempre que estemos abiertos a una vida nueva.
    Pido a Dios, que esta experiencia cale en mi vida diaria, seguro que seré mucho mas feliz, y haré mas felices a los que me rodean.

    ResponderEliminar
  2. Este sacramento es impresionante, ¡qué lástima que se viva tan poco, se le tenga tanta aprensión!

    Es impresionante cuando confesamos y Dios sigue entregándonos su perdón y restaurándonos a imagen de Cristo.

    Es impresionante, como sacerdote, saberse instrumento de la redención y poder pronunciar las palabras grandes y terribles de la absolución.

    ResponderEliminar
  3. Toda la semana he estado leyendo detenidamente y meditando sobre estas edificantes catequesis referentes a la confesión y los actos del penitente.Creo que el examen de conciencia habría que hacerlo siempre ante el Señor, en el Sagrario, porque allí, me parece que el alma se desnuda sola,reconozco claramente mis faltas y pecados tal y como son,sin autoengañarme ni justificarme por haberlos cometido.Me reconozco humildemente pecadora sin remedio y cuando me acerco al confesionario voy alegre pensando en la Gracia que recibiré con la absolución del sacerdote.
    Personalmente, al terminar la confesión, sólo puedo decir que siento una liberación y una dicha interior,que me hacen sentir realmente perdonada y amada.
    Como bien ha dicho,Don Javier,es impresionante este sacramento,y es impresionante cómo Dios nos ama en él.
    Le doy gracias a Dios por este sacramento que nos ha regalado a través de vuestras manos.
    MMSS

    ResponderEliminar
  4. Pedro Arroyo Gómez27 septiembre, 2009 11:04

    Querido anónimo, estoy totalmente de acuerdo contigo, has utilizado los términos exactos para un buen examen de conciencia.
    Un saludo, y sigue participando de este blog, tienes mucho que compartir.

    ResponderEliminar