miércoles, 11 de abril de 2012

Catequesis sobre el triduo pascual

Celebrada ya la Semana Santa, con su cumbre maravillosa, el Triduo pascual, nos ponemos a la escucha de la catequesis del Papa Benedicto.

Siendo críticos, veremos que dedica poco espacio, apenas unas líneas, al Sábado Santo y a la Vigilia pascual. Pero ofrece una visión de conjunto que nos puede ayudar para recapitular y valorar lo vivido en la liturgia del Triduo santo de la Pascua.

"Os exhorto por tanto a acoger este misterio de salvación, a participar intensamente en el Triduo pascual, culmen de todo el año litúrgico y momento de gracia particular para cada cristiano; os invito a buscar en estos días el recogimiento y la oración, para poder acceder más profundamente a esta fuente de gracia. A propósito de esto, ante las inminentes festividades, cada cristiano es invitado a celebrar el sacramento de la Reconciliación, momento de especial adhesión a la muerte y resurrección de Cristo, para poder participar con mayor fruto en la Santa Pascua.

El Jueves Santo es el día en el que se hace memoria de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial. Por la mañana, cada comunidad diocesana, reunida en la iglesia catedral en torno al obispo, celebra la Misa crismal, en la que se bendicen el sacro Crisma, el Óleo de los catecúmenos y el Óleo de los enfermos. A partir del Triduo pascual y durante todo el año litúrgico, estos Óleos serán utilizados para los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, de las Ordenaciones sacerdotal y episcopal y de la Unción de Enfermos; en esto se pone de manifiesto cómo la salvación, transmitida por los signos sacramentales, brota precisamente del Misterio pascual de Cristo; de hecho, somos redimidos con su muerte y resurrección y, mediante los Sacramentos, acudimos a esa misma fuente salvífica. Durante la Misa crismal, mañana, tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales. En todo el mundo, cada sacerdote renueva los compromisos que asumió el día de la Ordenación, para ser totalmente consagrado a Cristo en el ejercicio del sagrado ministerio al servicio de los hermanos. Acompañemos a nuestros sacerdotes con nuestra oración.

En la tarde del Jueves Santo comienza efectivamente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, dando cumplimiento al rito pascual judío. Según la tradición, toda familia judía, reunida a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, haciendo memoria de la liberación de los Israelitas de la esclavitud de Egipto; así en el cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a si mismo por nuestra salvación (cfr 1Cor 5,7). Pronunciando la bendición sobre el pan y el vino, Él anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, Él se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este Sacramento de salvación; a ellos Jesús les lava los pies (cfr Jn 13,1-25), invitándoles a amarse unos a otros como Él les amó, dando la vida por ellos. Repitiendo este gesto en la Liturgia, también nosotros somos llamados a dar testimonio con los hechos de nuestro Redentor.

El Jueves Santo, finalmente, se cierra con la Adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el huerto del Getsemaní. Dejando el cenáculo, Él se retiró a rezar, solo, en presencia del Padre. En ese momento de comunión profunda, los Evangelios narran que Jesús experimentó una gran angustia, un sufrimiento tal que le hizo sudar sangre (cfr Mt 26,38). Consciente de su inminente muerte en la cruz, Él siente una gran angustia y la cercanía de la muerte. En esta situación aparece también un elemento de gran importancia para toda la Iglesia. Jesús dice a los suyos: quedaos aquí y vigilad; y este llamamiento a la vigilancia se refiere de modo preciso a este momento de angustia, de amenaza, en el que llegará el traidor, pero concierne a toda la historia de la Iglesia. Es un mensaje permanente para todos los tiempos, porque la somnolencia de los discípulos no era solo el problema de aquel momento, sino que es el problema de toda la historia. La cuestión es en qué consiste esta somnolencia, en qué consistiría la vigilancia a la que el Señor nos invita. Diría que la somnolencia de los discípulos a lo largo de la historia es una cierta insensibilidad del alma hacia el poder del mal, una insensibilidad hacia todo el mal del mundo. Nosotros no queremos dejarnos turbar demasiado por estas cosas, queremos olvidarlas: pensamos que quizás no será tan grave, y olvidamos. Y no es sólo la insensibilidad hacia el mal, mientras deberíamos velar para hacer el bien, para luchar por la fuerza del bien. Es insensibilidad hacia Dios: esta es nuestra verdadera somnolencia; esta insensibilidad hacia la presencia de Dios que nos hace insensibles también hacia el mal. No escuchamos a Dios – nos molestaría – y así no escuchamos, naturalmente, tampoco la fuerza del mal, y nos quedamos en el camino de nuestra comodidad. La adoración nocturna del Jueves Santo, el estar vigilantes con el Señor, debería ser precisamente el momento de hacernos reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos, de los defensores de Jesús, de los apóstoles, de nosotros, que no vemos, no queremos ver toda la fuerza del mal, y que no queremos entrar en su pasión por el bien, por la presencia de Dios en el mundo, por el amor al prójimo y a Dios.

Después, el Señor empieza a rezar. Los tres apóstoles – Pedro, Santiago, Juan – duermen, pero alguna vez se despiertan y escuchan el estribillo de esta oración del Señor: “No se haga mi voluntad, sino la tuya". ¿qué es esta voluntad mía, qué es esta voluntad tuya, de la que habla el Señor? Mi voluntad es que “no debería morir”, que se le ahorre este cáliz del sufrimiento: es la voluntad humana, de la naturaleza humana, y Cristo siente, con toda la consciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y Él más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte, aún más que nosotros, siente el abismo del mal. Siente, con la muerte, también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que tiene que beber, que debe hacerse beber a sí mismo, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos comprender que Jesús, con su alma humana, estuviese aterrorizado ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Y así Jesús transforma, en esta oración, la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros. Transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un “sí” a la voluntad de Dios. El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el drama de la humanidad. Pero en verdad esta autonomía es errónea y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: "No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del "no" en "sí", en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro "no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor.

Un ulterior elemento de esta oración me parece importante. Los tres testigos han conservado – como aparece en la Sagrada Escritura – la palabra hebrea o aramea con la que el Señor habló al Padre, le llamó: "Abbà", padre. Pero esta fórmula, "Abbà", es una forma familiar del término padre, una forma que se usa sólo en la familia, que nunca se ha usado hacia Dios. Aquí vemos en la intimidad de Jesús cómo habla en familia, habla verdaderamente como Hijo con su Padre. Vemos el misterio trinitario: el Hijo que habla con el Padre y redime a la humanidad.

Una observación más. La Carta a los Hebreos nos dio una profunda interpretación de esta oración del Señor, de este drama del Getsemaní. Dice: estas lágrimas de Jesús, esta oración, estos gritos de Jesús, esta angustia, todo esto no es sencillamente una concesión a la debilidad de la carne, como podría decirse. Precisamente así realiza la tarea del Sumo Sacerdote, porque el Sumo Sacerdote debe llevar al ser humano, con todos sus problemas y sufrimientos, a la altura de Dios. Y la Carta a los Hebreos dice: con todos estos gritos, lágrimas, sufrimientos, oraciones, el Señor llevó nuestra realidad a Dios (cfr Eb5,7ss). Y usa esta palabra griega "prosferein", que es el término técnico para lo que el Sumo Sacerdote tiene que hacer para ofrecer, para elevar a lo alto sus manos.

Precisamente en este drama del Getsemaní, donde parece que la fuerza de Dios ya no está presente, Jesús realiza la función del Sumo Sacerdote. Y dice además que en este acto de obediencia, es decir, de conformación de la voluntad natural humana a la voluntad de Dios, se perfecciona como sacerdote. Y usa de nuevo la palabra técnica para ordenar sacerdote. Precisamente así se convierte en el Sumo Sacerdote de la humanidad y abre así el cielo y la puerta a la resurrección.

Si reflexionamos en este drama del Getsemaní, podemos también ver el gran contraste entre Jesús, con su angustia, con su sufrimiento, en comparación con el gran filósofo Sócrates, que permanece pacífico, imperturbable ante la muerte. Y parece esto lo ideal. Podemos admirar a este filósofo, pero la misión de Jesús era otra. Su misión no era esta total indiferencia y libertad; su misión era llevar en sí mismo todo el sufrimiento, todo el drama humano. Y por ello precisamente esta humillación del Getsemaní es esencial para la misión del Hombre-Dios. Él lleva consigo nuestro sufrimiento, nuestra pobreza, y la transforma según la voluntad de Dios. Y así abre las puertas del cielo, abre el cielo: esta cortina del Santísimo, que hasta ahora el hombre cerraba contra Dios, se abre por este sufrimiento y obediencia suyas. Estas son algunas observaciones para el Jueves Santo, para nuestra celebración de la noche del Jueves Santo.

El Viernes Santo haremos memoria de la pasión y de la muerte del Señor; adoraremos a Cristo Crucificado, participaremos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Volviendo “la mirada a aquel que atravesaron” (cfr Jn 19,37), podremos beber de su corazón partido que mana sangre y agua como de una fuente; de ese corazón del que brota el amor de Dios por cada hombre recibimos su Espíritu. Acompañemos por tanto también en el Viernes Santo a Jesús que sube al Calvario, dejémonos guiar por Él hasta la cruz, recibamos la ofrenda de su cuerpo inmaculado. Finalmente, en la noche del Sábado Santo, celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se nos anunciará la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte que nos llama a ser en Él hombres nuevos, Participando en esta santa Vigilia, la Noche central de todo el Año Litúrgico, haremos memoria de nuestro Bautismo, en el cual también nosotros fuimos sepultados con Cristo, para poder con Él resucitar y participar en el banquete del cielo (cfr Ap 19,7-9).

Queridos amigos, hemos intentado comprender el estado de ánimo con el que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, para captar lo que orientaba su actuación. El criterio que guió cada elección de Jesús durante toda su vida fue la firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre, y de serle fiel; esta decisión de corresponder a su amor le impulsó a abrazar, en toda circunstancia, el proyecto del Padre, hacer suyo el designio de amor que le fue confiado de recapitular todas las cosas en Él, para reconducir todo a Él. Al revivir el Santo Triduo, dispongámonos a acoger también nosotros en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en la voluntad de Dios, aunque parece dura, en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida" (Audiencia general, 20-abril-2011)

4 comentarios:

  1. A mí me gusta mucho la catequesis del Santo Padre, seguramente porque incide mucho en Getsemaní, lugar privilegiado para mí. En cuanto a la prevalencia que en esa catequesis parece darse a Jueves Santo (en especial) y Viernes Santo en comparación con la referencia a la Vigilia pascual, puede que el Santo Padre tenga una sensación parecida a la que tengo yo: antiguamente se privilegiaba un dolorismo excesivo pero desde hace algún tiempo parece que se quiere llegar a la Pascua sin pasar por Getsemaní y el Calvario, desdibujándose incluso el estado de ánimo de Jesús en su entrega intensa y consciente de la Santa Cena.

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. amiga, ¡nos hemos quedado solos! Y eso que a esta hora (las 21:15 PM) el contador de blogger señala 565 páginas vistas hoy. ¿Pasará algo?

      Tal vez tenga razón al interpretar así el poco desarrollo que se le da a la Vigilia pascual y a la Pascua en esta catequesis. Me gusta el equilibrio y la simetría y se debería entonces haber distribuido el mismo número de párrafos por celebración.

      El Misterio pascual es un trinomio: cruz-descenso ab inferis-resurrección, y todo debe mostrarse adecuadamente; ni el dolorismo ni tampoco una resurrección que ignora el sacrificio.

      Por cierto, ¿cómo sigue? No nos ha dicho nada. Espero que ya está bien restablecida y comiendo algo más que calditos (que luego le sientan mal y nos ataca duro, jeje).

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  2. Buenos días don Javier. Es muy interesante encontrar en pocas líneas la manifestación más clara de la verdadera humanidad de Jesús, Hijo del Padre, en Getsemaní. Una fuente para beber en los momentos en que nuestra naturaleza se encuentra ante la muerte, miedo y no querer morir, y por otro lado una voluntad caída que se manifiesta rebelde y necesita que nos enseñen el sendero del bien y la verdad que es el mismo Señor Jesús engendrado y encarnado. ¡Feliz Pascua! Un abrazo.

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    1. NIP:

      ¡Me alegro de volver a leerle!

      Yo hoy, personalmente, no me centraría en Getsemaní, tremendo misterio, sino ya en Pascua. En cada momento hemos de fijarnos más particularmente en los diversos estados o misterios de Cristo al hilo del año litúrgico.

      Y desde luego no seré yo quien le reste importancia alguna a esa agonía ante la Cruz y la voluntad del Padre, pero miremos ahora Glorioso a Aquel que fue triturado por el sufrimiento.

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