Las santas Escrituras tratan muchísimo de la humildad. Escrutarlas y leerlas desde esta clave nos llevan a la consideración de la verdad del hombre frente a la mentira más absoluta, que es la soberbia de querer ser como Dios, sustituir o reemplazar a Dios por uno mismo.
1.Humildad en el AT
Los humildes se identifican con los pobres del Señor; son los pobres, los desvalidos, los que sólo tienen a Dios. Los humildes son los pobres de Yahvé y éstos son los predilectos de Dios. Ahora bien, no basta con ser pobre, con no tener nada. Para recibir el auxilio de Dios ha de estar lleno de confianza en el Señor y con una clara conciencia de su pobreza, de su indigencia, sin atisbo alguno de orgullo ni soberbia, porque dice la Escritura: "Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes".
Profetas y maestros de sabiduría predican la humildad. El Altísimo habita con aquel que es humilde de espíritu y tiene el corazón contrito. Dice el libro de los Proverbios: "El fruto de la humildad es el temor de Dios, riqueza, gloria y vida" (22,4). En el Eclesiástico adquiere la humildad la categoría de ideal moral bien determinado, accesible a todos los israelitas, tanto al pobre como al rico. Verdadero humilde el pobre, el sencillo de espíritu que vive en la fe y temor de Dios.
2. Humildad en el NT
Los pobres de espíritu, los verdaderos humildes, llenan las páginas del NT. Destaca ante todo la Virgen María, que se proclama la esclava del Señor y que deja su vida en las manos de Dios con obediencia incondicional: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Y cantará: "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". ¡Cómo y con qué fuerza resuenan sus palabras en el santo tiempo de la Natividad! Lo contemplamos encarnado, hecho hombre por amor al hombre. Nacido pobre el que era rico en su divinidad; escondido, el Omnipotente. Silencioso, Niño pequeño, el que era la Palabra. Adorado por unos pastores, el que es Señor y Rey de todas las cosas; sometiéndose al tiempo, la historia, y la mortalidad, el que es Inmortal y reina por los siglos y es Señor del tiempo y de la historia. ¡Misterios de fe y sencillez de nuestro Dios!
El que se hizo para nosotros camino y tenía todas las cosas, no quiso tener las que el hombre apetece como lo más grande. Y no las apeteció, siendo así que suyo era el cielo y la tierra, por él fueron hechos el cielo y la tierra, a él le servían los ángeles en el cielo. Él hacía huir a los demonios, ahuyentaba las fiebres, abría los oídos de los sordos y los ojos de los ciegos, calmaba el viento y las tempestades y hasta resucitaba a los muertos. El que podía tantas cosas, pudo también mucho por encima de aquel a quien él mismo hizo. El Creador del hombre fue sometido al hombre, en cuanto que apareció como hombre, liberador del hombre. Sometido al hombre, pero en forma de hombre; ocultando la divinidad y manifestando la humanidad, despreciado como hombre y encontrado como Dios. Y no hubiera sido hallado como Dios si no fuera anteeriormente despreciado. No quiso manifestarte el esplendor de su gloria sin que anteriormente te enseñara la humildad (S. Agustín, Sermón 20 A, 4).
Cristo proclama el reino para los pobres de espíritu en las Bienaventuranzas. La idea de humildad en Jesús tiene dos vertientes: pobreza ante Dios, mansedumbre con los hombres; pero esta mansedumbre en relación con los hermanos procede de la pobreza profundamente sentida con respecto a Dios. Sólo los que se sienten tan pequeños y desvalidos como los niños entrarán en el Reino de Dios. No hay que ocupar los primeros puestos, se debe uno reconocer como siervo inútil, humillarse ante Dios para alcanzar misericordia. "El que quiera ser el primero, sea el servidor de todos" (Mc 9,35).
El mismo Corazón de Cristo es manso y humilde y a Él tiende el corazón del cristiano llamado a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Cristo "fue el maestro de la humildad con su palabra y su ejemplo" (S. Agustín, Serm. 62,1). Humildad e imitación de Cristo se convierten en sinónimos.
Ser humilde, en el sentido propio y cristiano de la palabra, consiste en seguir a Cristo humilde, identificarse con Cristo humilde, Aquel que se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo hasta someterse incluso a la muerte de cruz pero que ahora, en la santa Pascua, vemos y adoramos Glorioso. Él es el Humilde, Él se ha humillado... "El que se humilla será enaltecido".
Y la humildad bien engarzada en el Amor de Dios que nos habita. Un post estupendo, Don Javier.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Buen fin de semana a todos.
:O)
Gracias por la entrada tan hermosa, don Javier.
ResponderEliminarLa humildad es el principio de todo camino de salvación y santidad. Pues nos hace darnos cuenta de nuestra indigencia absoluta.
Nos hace comprender, por la Gracia, que todo lo bueno viene del Señor, y hemos de pedirlo.
Hemos de obtenerlo todo del Señor. No tenemos nada nuestro. He aquí la pobreza que nos hace esperarlo todo del Amado, y nada de nosotros mismos; la humildad misma, que procede de Él y no es un logro nuestro. Y la castidad, la fortaleza, los dones del Espíritu... la comprensión misma de la Santa Palabra de Dios hemos también de pedirla
Por esto el cristiano pelagiano, que todo lo confía en sus propias fuerzas, es soberbio y desprecia la Oración Impetratoria, por la que pedimos humildemente al Señor los dones y virtudes que sólo puede Él darnos, porque nosotros mismos, por más que nos lo propongamos con fuerzas puramente humanas, jamás lo alcanzaríamos.
Laus Deo Virginique Matri!
Un abrazo en Cristo, desde María Inmaculada
Somos Sus herramientas. El es quien nos toma para dar forma a Su obra. ¿Qué podemos decir que sea realmente nuestro? A lo sumo, la voluntad de ser dóciles en Su mano.
ResponderEliminarUn abrazo en Cristo. :)