sábado, 22 de diciembre de 2018

La epíclesis y la consagración

Desciende el Espíritu Santo, da fuerza y actualidad a las mismas palabras eucarísticas del Señor: "Tomad y comed...", "tomad y bebed..."

Estamos en el núcleo, en el centro de todo: la acción del Espíritu Santo da realidad y vida a los signos y las palabras y ya no son mero recuerdo, sino sacrificio y presencia real.




Epíclesis y consagración

-Comentarios a la plegaria eucarística –IV-


            El rito eucarístico no es una simple ceremonia, ni un recuerdo de algo pasado y confinado al ayer, ni un símbolo de fraternidad. Es el presente de Dios aquí para nosotros. No es memoria, sino memorial; no es ayer, sino hoy; no es recuerdo, sino Presencia.

            Así lo ha entendido siempre la fe de la Iglesia, como ahora lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica:

jueves, 20 de diciembre de 2018

Cristo, luz, pan y vida (El nombre de Jesús - IX)

¿Cómo se define Cristo a sí mismo?
¿Qué nombres, qué títulos se da?
¿Cómo se denomina a sí mismo?


Es la cristología de los nombres por la que penetramos en el Misterio de su Persona según le oímos decir "Yo soy..."

1) “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).

            Invocar el nombre de Jesús es hallar luz, vivir en la luz, caminar en la luz y que la luz verdadera –Jesús- disipe las tinieblas en la desolación, en la noche de los sentidos; también invocar el nombre de Jesús es ser iluminado para discernir y decidir; para conocer el camino de la vida (Sal 15). ¡Por eso es en la Iglesia donde hallamos a Jesús, porque la Iglesia refleja la luz que es Cristo; porque en la Iglesia es predicado Cristo y en Ella le recibimos, y obtenemos la luz, la sabiduría, el camino que conduce al Padre! Así la fe es luz: “Sólo la fe nos alumbra”.

            Lo sigue explicando San Bernardo:

            “¿De dónde crees que llega la luz tan intensa y veloz de la fe a todo el mundo, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su maravilloso resplandor por la luz de este nombre? Iluminados por su luz, que nos hace ver la luz, exclamará Pablo con razón: Antes sí, erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Ef 5,8)... Y mostraba a todos la luz sobre el candelero, anunciando a Jesús por donde pasaba, y a éste crucificado. ¡Cómo brilló esta luz, hiriendo los ojos de cuantos la miraban, cuando salió de la boca del Padre con el fulgor del relámpago y robusteció las piernas y los tobillos de un paralítico, hasta quedar iluminados muchos espiritualmente ciegos! ¿No despidió fuego cuando dijo: en el nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y anda (Hch 3,6)?”[1].

lunes, 10 de diciembre de 2018

Sentencias y pensamientos (IV)

24. Saber lo interior, conocimiento propio, es camino para crecer y progresar en santidad, luchando contra las tendencias que hay en el corazón y que, cuando se despiertan, nos arrastran sin que sepamos cómo.  Es normal. Pero, frente a su nuestra miseria, su Misericordia.



25. Vive enamorado de Jesucristo; ámale apasionadamente. Ten un deseo profundo de Dios; no pares, no te detengas hasta abrazarle, hasta poder decir en verdad: “Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene”.



26. La liturgia es el marco sacramental y real a un tiempo, de unión del alma con el Señor, de mística realizada por signos, plegarias y ritos eclesiales; que la liturgia sea un espacio contemplativo para ti, vivido con la serenidad de la contemplación, el reposo del amor que se entrega al Amado en las oraciones, en la escucha de las lecturas, en el silencio de la liturgia, en el canto de los salmos e himnos, en las inclinaciones que adoran, en la signación de la cruz que envuelve la persona, en la comunión con el Cuerpo del Señor, en la oración de los fieles  que intercede ante el Esposo por la humanidad. Goza de la liturgia que es la primera fuente de unión de amor con Cristo.



27. Canta la liturgia, rézala, vívela lo mejor posible, porque el primer y más importante acto de oración y alimento del espíritu cristiano es la liturgia. Tenle amor a la liturgia. Canta con gozo la Liturgia de las Horas. Mira a Cristo en el Oficio cantando los salmos por tu voz. Gózate en Él.

 

jueves, 6 de diciembre de 2018

"Santo eres en verdad, fuente de toda santidad"

¿Cuántas veces no habremos oído, en la plegaria eucarística II, afirmar y rezar diciendo: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad"?

¿Tal vez apresuradamente, sin captar ni oír bien?

¿Tal vez sin pararnos a reflexionar en esa tremenda y gran afirmación?


Se afirma que Dios es santo y se afirma, igualmente, que la fuente de la santidad, de toda santidad, es Él. ¿No era el hombre bueno ya de por sí un santo? ¿No es la santidad un esfuerzo moral del católico comprometido? ¿No es la santidad la coronación de nuestros méritos porque ya somos buenos?




“Santo eres, fuente de toda santidad”

-Comentario a la plegaria eucarística – II-



            “¡Santo es el Señor!” Su santidad todo lo llena, la santidad es el adorno de su casa por días sin término (cf. Sal 92), agraciando al hombre con sus bienes, invitándolo a entrar en el ámbito de su santidad.

            “¡Santo es el Señor!” Su gloria llena la tierra y envuelve con ella a toda la liturgia, que es el lugar más claro donde vemos la manifestación, la epifanía, de su santidad y su gloria.

            La liturgia canta la santidad de Dios, y al cantarla, invita al hombre a vivir santamente, santificándose, consagrándose a Dios, permitiendo que la gracia de Dios lo eleve, transforme, transfigure. La santidad de Dios se desborda en la liturgia.

            A Dios se le llama santo en la liturgia, el Tres veces Santo, Santísimo. Asimismo, a cada una de las Personas divinas también se las califica de “santas”: “Padre santo, Dios todopoderoso y eterno”; a Jesucristo, en el himno del “Gloria”, lo reconocemos como el solo Santo, el que de verdad es Santo: “sólo Tú eres santo, sólo Tú, Señor; sólo Tú, altísimo Jesucristo”. El Espíritu, que procede de ambos, recibe igualmente la calificación de “santo”: “Espíritu Santo”, “tu santo Espíritu”.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Aprender a amar (3)

De lo que vemos en el Evangelio, de cómo ama Cristo, y de las enseñanzas de las cartas paulinas, se deduce cómo es un amor verdaderamente humano porque está informado -es decir, lleno, con la forma de- la caridad de Dios.

Amar así no es un impulso natural, ni un instinto ciego, ni mucho menos una pasión, o la afectividad adolescente para la cual el mundo gira en torno a sí, y la grandilocuencia de muchas frases resulta luego vacía de realidad... ¡porque le falta madurez! El amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras, dirá san Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios.




3. Para amar, respetar la libertad

            El amor, si es verdadero, busca el crecimiento integral del otro, busca su bien completo y verdadero, en todas las facetas y aspectos.

            Pero todo lo que impide el crecimiento del otro es un atentado contra la libertad. Donde no hay respeto –incluso admiración y legítimo orgullo por el otro-, no puede haber libertad, y estaríamos atropellando al otro. Hay que tener sumo respeto evitando cualquier clase de “dominación” o de “control” de la otra persona. Amar es que el otro sea él mismo, no plasmarlo a imagen y semejanza de uno mismo, o dominar y controlar quitándole espacio vital, casi como si fuera una competición y ver quién es más fuerte y controla y domina (en el matrimonio, siempre es un riesgo que hay que vigilar).

            La dominación que crea dependencias malsanas falsifican el amor. Una persona dominadora va sutilmente creando lazos que se estrechan, minando el ánimo del otro, incluso creándole ciertos complejos de inferioridad. ¿Dónde queda la libertad? ¿Cómo es el amor?

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, y XI)

El argumento de san Agustín sobre la paciencia de Dios, la paciencia cristiana y la paciencia de los cismáticos, se concluye hablando del premio de los hijos, unos recibiendo la herencia prometida, otros desheredados.


Termina el tratado hablando el autor de cómo la paciencia nos hace aguardar, y conquistar por gracia, el premio de la vida futura, la vida eterna, la feliz bienaventuranza.

Más: el premio eterno de la paciencia será Dios mismo, a quien llegaremos y quien nos recibirá, tras haber luchado aquí pacientemente, tras haber padecido aquí pacientemente por su nombre... tras haber resistido pacientemente tantos combates de distinto tipo.

Son los capítulos finales del tratado de san Agustín.

"CAPÍTULO XXVIII. DIFERENTES DONES DE LOS HIJOS Y DE LOS DESHERERADADOS

Los dones de los hijos son, en cierto modo, hereditarios, puesto que, por ellos, “somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8,17). Los otros dones pueden recibirlos incluso los hijos de las concubinas, a los que se equiparan los judíos carnales, los cismáticos y los herejes. Pues aunque esté escrito: “arroja a la esclava y a su hijo, pues no heredará el hijo de la esclava con mi hijo Isaac” (Gal 4,30; Gen 21,20). Y Dios dijera a Abrahán: “Por Isaac será nombrado tu linaje” (Gen 21,12; Rm 9,7-8), y el Apóstol interpreta esto, cuando dice: “es decir, no son los hijos de la carne los hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa serán contados en el linaje” (Rm 9,8), para que entendiéramos que el linaje de Abrahán, según Isaac, pertenece a los hijos de Dios por Cristo. 

jueves, 22 de noviembre de 2018

El 'carisma' de la música en la liturgia

La música y el canto litúrgico poseen un papel muy relevante por la naturaleza propia de la liturgia. La santidad y bondad de formas de su música y sus textos hacen que no cualquier cosa, rítmica, o simpática, o pegadiza, pueda entrar en la liturgia. Requiere algo más.





El compositor católico, o sea, el que imbuyéndose de la liturgia y de sus textos, les da forma musical, ha recibido un carisma especialísimo para el bien de la Iglesia, así como el cantor -o coro- que con pasión por la música, posee una conciencia clara de servir a la liturgia y a los miembros de la Iglesia sin arrogarse un papel de tiranía imponiendo sus gustos y su propio lucimiento.


En cierto modo, también el cantor y el coro han recibido un 'carisma' que han de ejercer para bien y edificación de la Iglesia. ¡Importante y delicada misión!

Leamos y comentemos este discurso de Benedicto XVI:

"Al encontrarme con vosotros, desearía destacar brevemente cómo la música sagrada puede favorecer, ante todo, la fe, y además contribuir a la nueva evangelización.

Acerca de la fe, es natural pensar en la historia personal de san Agustín —uno de los grandes Padres de la Iglesia, que vivió entre los siglos IV y V después de Cristo—, a cuya conversión contribuyó ciertamente y de modo relevante la escucha del canto de los salmos y los himnos en las liturgias presididas por san Ambrosio. En efecto, si bien la fe siempre nace de la escucha de la Palabra de Dios —una escucha naturalmente no sólo de los sentidos, sino que de los sentidos pasa a la mente y al corazón—, no cabe duda de que la música, y sobre todo el canto, pueden dar al rezo de los salmos y de los cánticos bíblicos mayor fuerza comunicativa. Entre los carismas de san Ambrosio figuraba justamente el de una destacada sensibilidad y capacidad musical, y, una vez ordenado obispo de Milán, puso este don al servicio de la fe y de la evangelización. El testimonio de Agustín, que en aquel tiempo era profesor en Milán y buscaba a Dios, buscaba la fe, es muy significativo al respecto. En el décimo libro de las Confesiones, de su autobiografía, escribe: «Cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la iglesia en los comienzos de mi conversión, y lo que ahora me conmuevo, no con el canto, sino con las cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre» (XXXIII, 50). La experiencia de los himnos ambrosianos fue tan fuerte que Agustín los llevó grabados en su memoria y los citó a menudo en sus obras; es más, escribió una obra propiamente sobre la música, el De Musica. Afirma que durante las liturgias cantadas no aprueba la búsqueda del mero placer sensible, pero que reconoce que la música y el canto bien interpretados pueden ayudar a acoger la Palabra de Dios y a experimentar una emoción saludable. Este testimonio de san Agustín nos ayuda a comprender que la constitución Sacrosanctum Concilium, conforme a la tradición de la Iglesia, enseña que «el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne» (n. 112). ¿Por qué «necesaria o integral»? Está claro que no es por motivos puramente estéticos, en un sentido superficial, sino porque precisamente por su belleza contribuye a alimentar y expresar la fe y, por tanto, a la gloria de Dios y a la santificación de los fieles, que son el fin de la música sagrada (cf. ib.). Justamente por esto quiero agradeceros el valioso servicio que prestáis: la música que ejecutáis no es un accesorio o sólo un adorno exterior de la liturgia, sino que es ella misma liturgia. Vosotros ayudáis a que toda la asamblea alabe a Dios, a que su Palabra descienda a lo profundo del corazón: con el canto rezáis y hacéis rezar, y participáis en el canto y en la oración de la liturgia que abraza toda la creación al glorificar al Creador.

martes, 20 de noviembre de 2018

Sencillez de la santidad (León Bloy)

Partamos de un texto, claro, de León Bloy y su conclusión: es fácil ser santo, es sencillo. Porque si no fuera así de sencillo, no sería nunca un mandato, "sed santos...", ni tampoco una vocación.





Escribía Bloy:


"La misma importancia tiene todo lo que Dios hace, por otro lado. El desplazamiento de un átomo forma parte del plan divino y tiene una importancia indecible. Nada es indiferente y los menores actos tiene una gravedad formidable. Cuando se está lo bastante favorecido por la Gracia para pensar en esto constantemente, es fácil ser santo. Se es santo.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Eterna juventud de la Iglesia (Palabras sobre la santidad - LXIII)

Tienen fuerza y expresividad las palabras pronunciadas por el papa Benedicto XVI en la homilía de inicio del ministerio petrino; allí afirmaba: "la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos" (24-abril-2005).


La Iglesia está viva, la Iglesia es joven. Los testimonios de vida cristiana, el impulso evangelizador, la caridad activa y diligente, son palpables, sólo hace falta quererlo ver.

El papa Francisco, en la exhortación Evangelii Gaudium, ofrecía una mirada fugaz a tantas cosas como se dan en la Iglesia santamente y que expresan su vitalidad y su juventud:

"Pero tengo que decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre" (Evangelii gaudium, 76).

viernes, 16 de noviembre de 2018

"Nuestro deber y salvación darte gracias"

Un diálogo inicial del sacerdote con los fieles ha dado comienzo a la plegaria eucarística: El Señor esté con vosotros; Levantemos el corazón; Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Estamos ante la Gran Plegaria de la Iglesia y ésta comienza con una pieza llamada "Prefacio" con la que damos gracias a Dios y exponemos los motivos de nuestra alabanza.





“Es nuestro deber y salvación darte gracias”

-Comentario a la plegaria eucarística – III-


            Una corriente de vida y de gracia desciende del cielo hasta nosotros; un canal, un torrente, se desborda para nuestro bien y nuestra santificación: es la Eucaristía, el don de Dios, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo hoy en el altar mediante los signos sacramentales.

            En la Eucaristía, Dios entra en nuestra vida: Cristo mismo en el Sacramento se nos da. ¡Gozo de la Eucaristía!, el cielo se hace presente en la tierra y nos eleva hasta Él. La liturgia, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, glorifica a Dios y santifica a los hombres (cf. SC 10), y ahí caen todos los protagonismos, que tanto gustan, para centrarse humilde y discretamente en el único protagonista: Dios, el Misterio pascual de Cristo. Entonces la liturgia recupera su solemnidad, su sacralidad. ¡Estamos ante el Misterio de la salvación de Dios! Así puede nacer en nuestras almas el gozo de la Eucaristía.

***

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Invocar el nombre del Señor (El nombre de Jesús - VIII)


“Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán” (Hch 2,21).


            Hay también un aspecto místico en el nombre de “Jesús”. Es dulce su nombre e invita a saborearlo en la contemplación, en la adoración, pero también en la meditación y en la lectura. ¡Jesús! Es deleitarse en su nombre que se convierte en lo más hermoso que poseemos; Él sí es sal que da sabor y sabiduría; Él sí es calor en la frialdad del egoísmo mundano; Él sí es amable ante tanta indiferencia. Todo se halla en Él. 


¡Qué experiencia tan gozosa y llena de sentido, de verdad, descubrir y gozar el nombre de Jesús! San Agustín buscó a Dios incansablemente, pasando por todas las etapas de un espíritu humano escéptico que al final se convierte en espíritu que piensa amando y buscando. Leía filosofía, literatura, pero una vez que descubrió a Jesús como su Salvador personal, nada le iba a llenar como Él. Leemos en sus Confesiones: 

“Mas entonces –tú lo sabes bien, luz de mi corazón- como aún no conocía yo el consejo del Apóstol, lo que solamente me deleitaba en aquella exhortación era que me encendía en deseos no de esta o aquella determinada secta de filósofos, sino a que amase y buscase, consiguiese y abrazase fuertemente la sabiduría, tal cual ella era en sí misma. Sólo una cosa me enfriaba aquel ardor y deseo y era el de no encontrar allí el nombre de Jesucristo. Porque este nombre, por tu misericordia, Señor, este nombre de tu Hijo y Salvador mío, aún siendo yo niño de pecho, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre y lo conservaba grabado profundamente en mi corazón; y todo cuanto estuviese escrito sin este nombre, por muy erudito, elegante y verídico que fuese, no me robaba enteramente el afecto” (Confesiones, III,4,8).

Idéntica experiencia vivió el alma dulce y amable de San Bernardo, como lo describe él mismo, ya que sólo Jesús podía llenar y deleitar su corazón: “Todo lo supera incomparablemente mi Jesús con su figura y su belleza”[1], por eso, deleitándose en Jesús, asiéndose fuertemente a este Nombre bendito, confía y se abandona: “Yo acepto seguro al Hijo como mediador ante Dios, pues lo reconozco válido también para mí. Nunca dudaré de él lo más mínimo: es hermano mío y carne mía. Confío que no podrá despreciarme, siendo hueso de mis huesos y carne de mi carne”[2]. Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.[3]

lunes, 12 de noviembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, X)

Los cismas son separaciones dramáticas de un grupo que se sale de la Iglesia Católica, a la que consideran pervertida, o infiel, y se autoproclaman la verdadera Iglesia, la Iglesia tradicional, la única fiel a Cristo. Pueden o no tener herejías, pueden ser estas herejías más o menos claras y evidentes, pero el cisma es siempre una división organizada por la soberbia y un afán de pureza.


Los ejemplos sobran desde el inicio de la Iglesia hasta nuestros días. Un cisma es algo formal: posee su jerarquía, su estructura, sus instituciones, no es simplemente la actitud de alguno que va realmente por libre. El cisma no es personal, sino de una parte, de un grupo de fieles.

El Donatismo fue una de esas escisiones que en su momento fue gravísima. En la Iglesia del Norte de África, Donato quería una Iglesia pura, vinculaba la eficacia de los sacramentos a la santidad del ministro y negaba la verdad del sacramento si un ministro era indigno. Se atribuyeron el ser la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Mucho luchó y mucho refutó san Agustín semejante cisma lacerante.

Ahora bien, ¿cuál es la paciencia verdadera y cuál es la aparente paciencia de los cismáticos? ¿Y cómo será la paciencia verdadera, cristiana, católica, sino la que aguarda que los cismáticos reconozcan su error soberbio, su terquedad y contumacia, y arrepintiéndose vuelvan al seno de la Católica?


"CAPÍTULO XXVI. LA PACIENCIA, DON DE DIOS, Y LA PACIENCIA DE LOS CISMÁTICOS

Por lo tanto, no puede dudar la piedad que la paciencia de los que toleran piadosamente es un don de Dios como la caridad de los que aman santamente. Ni engaña ni yerra la Escritura que no sólo en el Antiguo Testamento nos presenta claros testimonios de esto, cuando se dice a Dios: “Tú eres mi paciencia” (Sal 70,5), y también: “de Él procede mi paciencia” (Sal 61,6), o cuando otro profeta dice que recibimos el espíritu de fortaleza, sino que también en las Cartas apostólicas se lee: “Porque se os ha dado por Cristo no solo el creer en Él, sino también el padecer por Él” (Flp 1,29). No se atribuya, pues, el alma noble lo que oye le fue regalado.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Aprender a amar (2)

Siempre partiendo del conocimiento interno de cómo ama Cristo, cómo nos ama Cristo, tal como aparece en el Evangelio, queremos aprender a amar de veras, con libertad, entrega y madurez, con amor de donación. Y para ello, vayamos reconociendo cualidades del verdadero amor y confrontándolas con lo que vivimos y hacemos en relación a los demás y a nosotros mismos.





1. Para amar, aceptar y respetar al otro

            Cada persona es una realidad singular, un misterio, su alma es un abismo insondable, creada por Dios.

           Cuando se ama de verdad, a la persona se la mira con máximo respeto, jamás la abarcaré ni puedo pretenderlo. El amor verdadero une, pero no “fusiona”; cada persona es un “yo” irrepetible.

            ¿Cómo se aprende a amar?

·         Mirando con sumo respeto y admiración al otro: ¡es una persona, no un objeto!
·         No usar jamás a la otra persona.
·         En tentaciones de castidad: mirar al otro con ojos de hermano (o al revés, como si fuera mi hermana).
·         Acoger su intimidad y confianza sin forzarla ni descubrirla.
·         Y también... ir compartiendo el propio misterio personal, abrir el corazón, con pudor, cuidado y prudencia, pero compartiendo, dándose, quitando las corazas al corazón (por tanto, fuera soberbia de la propia imagen; fuera el orgullo de mostrar las propias debilidades y carencias).

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Vida consagrada, estado de perfección y tensión de santidad (Palabras sobre la santidad - LXIi)

La santidad es para todos, ya que -una vez más, recordémoslo- brota de las exigencias mismas del bautismo, de su dinamismo teologal interior. Estamos llamados a ser santos porque el desarrollo de lo que el bautismo nos da desemboca en la santidad personal, real y concreta.

Pues esta dimensión es radical y exigente en aquellos que han hecho de su vida una consecuencia última del bautismo: la vida consagrada, los religiosos, aquellos que han emitido los votos de pobreza, castidad y obediencia. Los religiosos y consagrados han tomado el bautismo como pauta única para su vida, y mueren a este mundo para vivir con Cristo, como Él, por Él, para Él.

Esa es la doctrina que la Constitución Lumen Gentium ofrece al tratar de los religiosos, partiendo del bautismo:

"El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia" (LG 44).

Y también:

"han de tener en cuenta los miembros de cada Instituto que por la profesión de los consejos evangélicos han respondido al llamamiento divino para que no sólo estén muertos al pecado, sino que, renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En efecto, han dedicado su vida entera al divino servicio, lo que constituye una realidad, una especial consagración, que radica íntimamente en el bautismo y la realiza más plenamente" (PC 5).

martes, 6 de noviembre de 2018

La vida eucarística - XII



            En las Escrituras, cuando se utiliza la expresión cena o banquete referidos a Dios con el hombre, está ofreciendo una visión preciosa: Dios quiere compartir su intimidad con el hombre, ofrecerle un espacio de amor, en relación especialísima, un compartir gratuito donde Dios, en Cristo Jesús, se quiere dar al hombre. Pero el uso expresivo, y a la vez restrictivo, de la palabra “cena” tiene un contenido de seducción y de amor, de confidencia que no es sino para la intimidad.


  
          La Eucaristía es esta Cena amorosa que el Señor ofrece y a la que el Señor llama. La Eucaristía –celebrada o adorada en el Sagrario- es el espacio de comunicación, de un mutuo darse, de una mirada de amor. Todo (los cantos, los signos, el modo de celebrar, el silencio en la iglesia), todo debe apuntar a este Misterio grande de amor e intimidad. Hay una mística (accesible a todos) en el misterio de intimidad eucarística. Sea la voz  de S. Juan de la Cruz:

            “...La cena que recrea y enamora”.


            “La cena a los amados hace recreación, hartura y amor. Porque estas tres cosas causa al Amado en el alma en esta suave comunicación, le llama ella aquí la cena que recrea y enamora.
            Es de saber que en la Escritura divina este nombre cena se entiende por la visión divina (Ap 3,20); porque así como la cena es remate del trabajo del día y principio del descanso de la noche, así esta noticia que habemos dicho sosegada le hace sentir al alma cierto fin de males y posesión de bienes, en que se enamora de Dios más de lo que de antes estaba. Y por eso le es él a ella la cena que recrea, en serle fin de los males; y la enamora, en serle a ella posesión de todos los bienes.

sábado, 3 de noviembre de 2018

El Prefacio y el Santo

Dada la necesidad de una formación constante y continua sobre la liturgia, que nos ayude a vivir mejor la Eucaristía, participar activamente, orar fervorosamente, comprender el Misterio, vamos a dar pasos en la comprensión y asimilación de la Gran Plegaria Eucarística.

Son éstas unas catequesis que se fueron publicando en los boletines de la Adoración Nocturna, tanto masculina como femenina, de mi diócesis. 





El Prefacio y el Santo

-Comentarios a la plegaria eucarística-


            “En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo” (IGMR 72).

            El primer momento de la plegaria eucarística es el prefacio, la alabanza siempre dirigida al Padre, con el que la Iglesia, por Cristo y movida por el Espíritu Santo, da gracias al Padre.

            Deseamos en el principio de la plegaria que Cristo esté con su sacerdote y el Espíritu Santo actúe en su espíritu sacerdotal (“-y con tu espíritu”) para pronunciar santamente esta sagrada plegaria y que el Señor Jesucristo actúe por medio de su sacerdote.

martes, 30 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, IX)

Retorna san Agustín, no de manera sistemática, sino volviendo y ampliando, argumentando de otro modo, sobre la paciencia y cómo la buena voluntad, o simplemente la voluntad, no basta para ser pacientes.


La caridad es la fuente de la verdadera paciencia. Quien ama de verdad, es capaz de esperarlo todo, de esperar el bien, de esperar al prójimo. La caridad es paciente. No es simplemente el estado emotivo, la vida afectiva tratada romántica, sino una caridad que tiene su origen en Dios -¡Dios es caridad!- y que Él infunde en nosotros.

Un amor de caridad así, excelente, incluye la paciencia, da la paciencia. 

La voluntad ahora, transformada por una caridad teologal tan excelente, es paciente. Pero sin la caridad, sin la gracia, la voluntad se puede desviar o puede agotarse en sus buenos propósitos incluso, cansándose.

viernes, 26 de octubre de 2018

La gran plegaria eucarística

Abordamos un tema central, clave de toda la Misa: la plegaria eucarística.



            Para la participación verdadera en la liturgia, que nunca se identifica con “intervenir” y “que todos hagan algo”, se requiere un conocimiento de la misma liturgia que nos lleve a orar, responder, cantar, escuchar y ofrecernos. Así, para una auténtica participación según la mente de la Iglesia, la Constitución Sacrosanctum Concilium establecía:



            “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen…” (SC 48).

            ¿Tan importante es la liturgia? ¿No son sólo ceremonias, ritos? La liturgia no es un cúmulo de ceremonias, sino la oración misma de la Iglesia, el culto espiritual y santo. Sus textos litúrgicos, sus lecturas, sus cantos, etc., van impregnando el alma poco a poco si se sabe recibirlos y asimilarlos, de manera que la liturgia es la gran maestra y educadora de la fe: “es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14).

            Los obispos y sacerdotes, junto con los diáconos, y también los catequistas de niños, jóvenes y adultos, deberán introducir en el misterio de la liturgia mediante una educación paciente para que la sepan todos vivir:

miércoles, 24 de octubre de 2018

Dejemos el moralismo (León Bloy)

Ya empezó el pelagianismo, allá por el siglo IV, y luego continuó con la razón ilustrada... para proseguir con el modernismo y sus secuaces liberales. Todo, absolutamente todo, se redujo a la moral. Cada uno desde su peculiar enfoque, prescindía de la gracia, de la vida sobrenatural, y hasta del Misterio de Cristo, para reducirlo todo a las fuerzas humanas, o al cumplimiento ético, o a la moral del compromiso. Vaciaron así la vida cristiana.


Es la reducción secular a la moral. Da igual la fe, da igual la esperanza, da igual la Verdad... lo importante es la moral y la ética, el compromiso, el buenismo moral... y hoy la "solidaridad".

¿Para qué viene Cristo y se encarna?

Sólo para darnos buenos ejemplos y elevar la moral humana con preceptos de absoluta entrega, generosidad, compasión con los pobres, etc. Cristo se convierte en ejemplo de moral, no en Cauce de salvación, Camino, Verdad y Vida.

Ese es el error del moralismo, vestido con traje distinto según épocas y tendencias.

lunes, 22 de octubre de 2018

Consecuencias o dimensiones de una Iglesia santa (Palabras sobre la santidad - LXI)

Al afirmar que la Iglesia es santa, como lo hacemos en el Credo, como lo hemos visto y experimentado muchas veces en nuestra vida, estamos afirmando dimensiones convergentes, consecuencias diferentes, líneas que se unen en un punto común: la santidad de Jesucristo con la que embellece a su Iglesia.


¡La Iglesia es santa! Quien, con miopía interior e intelectual, no viera más allá, se quedara con la fachada externa de la Iglesia y con los aspectos que a primera vista saltan rápidos y llamativos: sus defectos aparentes, sus miserias humanas, los pecados y fallos de sus hijos... Incluso si quiere pasar ese primer umbral, su mirada se puede detener en los otros aspectos, los institucionales, los visibles, su Derecho, su organización, sus acciones y obras, consecuencia evidente de un Cuerpo que vive en la historia, en la sociedad, y formada también por hombres.

Pero la mirada debe subir de nivel, ampliarse, alcanzar una visión de conjunto, y entonces descubre que sus factores externos, invisibles, y sobrenaturales, son mayores y más importantes y más determinantes y hasta más fundamentales que aquellos que a simple vista se ven, se valoran, se juzgan.

No faltan ejemplos de esa mirada exterior y superficial a lo que meramente se ve en un somero y fugaz análisis. Los fallos y las limitaciones de la Iglesia son patentes, como toda institución donde hay hombres que son, por naturaleza, pecadores aunque redimidos. Pero siempre habrá que ir más allá:

sábado, 20 de octubre de 2018

Tu nombre es perfume derramado (El nombre de Jesús - VII)


“Tu nombre es perfume derramado” (Cant 1,3).

            Así profetiza el Cantar de los cantares: el nombre de Jesús es perfume derramado, perfume embriagador que llena la casa, que es la Iglesia; llena el mundo con el buen olor de la salvación. Esta imagen la tomará san Pablo para explicar la salvación, es decir, al mismo Jesús y su obra redentora: “Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y que, por medio nuestro, difunde en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos el incienso que Cristo ofrece a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para éstos, olor de muerte que mata; para los otros, olor que da vida” (2Co 2,14-16). Cristo es el perfume de la salvación, olor bendito que lleva a la vida. Por ello, si su nombre es perfume derramado, la predicación será derramar este perfume, esta salvación, a las almas: que conozcan, crean y amen a Jesús, el Salvador.

            El nombre de Jesús es perfume derramado por cuanto que se da al hombre en la Encarnación, se derrama en la cruz, se expande su aroma de vida por la santa Resurrección. Cristo dándose y amando es perfume nuevo para el hombre nuevo, el hombre recreado por la gracia, redimidos y justificado de sus pecados. Es la explicación que ofrece Orígenes al comentar ese versículo bíblico del Cantar:

            “Cuando tu nombre se hizo perfume derramado, te amaron, no aquellas almas añosas y revestidas del hombre viejo, ni las llenas de arrugas y de manchas, sino las doncellas, esto es, las almas que están  creciendo en edad y belleza, que cambian constantemente y de día en día se van renovando y se revisten del hombre nuevo que fue creado según Dios. Pues bien, por causa de estas almas doncellas y en pleno conocimiento y progreso de la vida, se anonadó aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado, de modo que el Verbo no siguiera habitando únicamente en una luz inaccesible ni permaneciera en su condición divina, sino que se hiciera carne, para que estas almas doncellas y en pleno crecimiento y progreso no sólo pudieran amarlo, sino también atraerlo hacia sí. Efectivamente, cada alma atrae y toma para sí al Verbo de Dios según el grado de su capacidad y de su fe”[1].

miércoles, 17 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VIII)

Acostumbrados ya de sobra al lenguaje agustiniano, a nadie le extrañará que el tratado sobre la paciencia haga una disgresión para acudir a un tema teológico clave en su pensamiento: la gracia.

Sin la gracia nada somos ni nada podemos.


Por eso, la paciencia es un don de la gracia que orienta, dirige, sostiene la voluntad humana, siempre inclinada al pecado cuando se deja guiar por sus meras fuerzas y su concupiscencia.

Dios corona su obra al coronar nuestros méritos. Son suyos, de la gracia obrando en nosotros. Y, por gracia, recibimos una paciencia santa, orientada al bien y la perseverancia, a alcanzar los dones supremos, los bienes temporales y eternos.

Son párrafos realmente deliciosos, dignos de una lectura que sea capaz de asimilar estos conceptos y vivir de una forma nueva.
 

martes, 16 de octubre de 2018

Sentencias y pensamientos (III)

17. “La Verdad os hará libres”. Libres nos quiere el Señor desde la Verdad de nuestra miseria y de su riqueza, de su misericordia y bondad. Libres, de todo miedo, toda angustia, todo temor. Libres, volando en santidad. Esa libertad de espíritu en el Señor, esa paz, sin el espíritu encogido, da felicidad, “lágrimas” pero de amor, paz, santidad. 



 
18. Cuando estés cansado, muy cansado, y sea hora del Oficio divino, pon tu pobre corazón cansado en lo que cantes, aunque no te salga la voz. Dios mira el amor del corazón al cantar la Liturgia, no la voz, ni siquiera mira nuestras distracciones involuntarias. La Liturgia de las Horas, bien vivida, es tu mejor descanso. ¡Ama la Liturgia de las Horas, el canto, las inclinaciones, los silencios!


19. ¡Qué grande la Iglesia! ¡Qué Misterio tan hermoso! Que siempre contribuyamos a su belleza con nuestra vida, nuestra santidad, nuestra liturgia, nuestra oración y nuestra reparación. 

 
20. El Señor nos ha llamado para Él, y su gracia nos va transformando en el mismo Cristo, Cristo en nosotros. ¡Creados para ser santos! 

 
21. Hay posibilidad de cambiar, de crecer. Tenemos muchos recursos humanos y espirituales que la gracia de Dios ponen en situación de respuesta. 


lunes, 15 de octubre de 2018

Enseñanzas centrales de santa Teresa



Cuando en 1970 fue proclamada Doctora de la Iglesia, se reconoció así la validez perenne de su enseñanza y su magisterio. El carisma teresiano está vivo, es enriquecedor, es factible para todos, no sólo para sus hijos carmelitas descalzos. Es un legado vivo, interpelante, digno de encomio, merecedor de ser divulgado, explicado, enseñado.



            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Los tiempos son recios, dificultosos. La secularización lo ha devastado todo y ha infectado a la Iglesia misma hasta tal punto que ni nos damos cuenta ya del ambiente secularista que se respira. Hay una crisis de civilización, una cultura cristiana hecha añicos. Hoy, ser católicos, es una decisión comprometida y contracorriente si se quiere vivir de verdad la belleza de la fe. Pues “en estos tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios” (V 15,5), que no se separen de Dios sino permanezcan asidos a Él; que cuiden su fe sin contaminarla; que tengan clara conciencia de su identidad cristiana. ¡Amigos fuertes de Dios!

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Ofrece un magisterio pedagógico sobre la oración. Sabe que es imposible vivir cristianamente sin oración, sabe que en la oración está el todo de nuestra vida y que la oración va transformándonos en Cristo. Por eso ella insistirá en la vida de oración, mostrará sus caminos, forjará orantes, tanto religiosos como sacerdotes y seglares. La oración es para todos, para todo bautizado, y sin ella nada podemos ni hacer ni vivir ni progresar. Es tratar de amistad con Cristo (cf. V 8,5), conversar con Él, mirarle.

domingo, 14 de octubre de 2018

La fuerza del laicado

Que el laicado católico debe crecer en consistencia, lo tenemos claro todos.

Las líneas siempre serán la de la formación y la oración (sólida espiritualidad litúrgica, plegaria personal) para un renovado compromiso apostólico en la Iglesia y en el mundo.

Estas, y no otras, pueden ser las claves de trabajo con el laicado y el camino imprescindible para generar esas minorías creativas (término acuñado por Benedicto XVI) para la regeneración del mundo y la vitalidad de la Iglesia misma.

¿Cómo hacerlo? Y, ¿cuál es la misión que la Iglesia asigna al laicado?

Benedicto XVI, en un Mensaje al Foro Internacional de la Acción Católica, celebrado a finales de agosto de 2012, marcaba, en primer lugar, la corresponsabilidad del laico. Habrá, pues, que despertar la conciencia alertegada (o incluso "consumista" de sacramentos) para pasar a algo más: ser corresponsable de la vida y misión de la Iglesia:

"La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como «colaboradores» del clero, sino como personas realmente «corresponsables» del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su contribución específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en comunión cordial con los obispos.

Al respecto, la constitución dogmática Lumen gentium define el estilo de las relaciones entre laicos y pastores con el adjetivo «familiar»: «De este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia; actuando así, en los laicos se desarrolla el sentido de la propia responsabilidad, se favorece el entusiasmo, y las fuerzas de los laicos se unen más fácilmente a la tarea de los pastores. Estos, ayudados por laicos competentes, pueden juzgar con mayor precisión y capacidad tanto las realidades espirituales como las temporales, de manera que toda la Iglesia, fortalecida por todos sus miembros, realice con mayor eficacia su misión para la vida del mundo» (n. 37)".

miércoles, 10 de octubre de 2018

La vida eucarística - XI


¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría!
¡Tú creaste el pan y el vino que reconfortan al hombre!
Tu Hijo se nos dio en sagrado Banquete,
y desde entonces
cada vez que comemos del Pan y bebemos del Cáliz
anunciamos su muerte hasta que vuelva.
El cáliz que bendecimos
es la comunión con la Sangre de Cristo.
El pan que partimos
es comunión con el Cuerpo de Cristo.



¡Qué exquisita bondad, Señor!
Nos diste Pan del cielo,
de mil sabores enriquecido,
que contiene en sí todo deleite.

Oramos agradecidos,
enteramente reconociendo
y sintiendo internamente
el gran Don de la Eucaristía
con la plegaria litúrgica más antigua
que nos ha legado el tesoro de la Tradición:

lunes, 8 de octubre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, VII)

Como una virtud auxiliar, una ayuda, la paciencia viene dada por la caridad sobrenatural y es una ayuda para vivir esa caridad sobrenatural.

Así señala san Agustín que su origen está en Dios, como fruto de la gracia, y nosotros siempre somos mendigos de la gracia que no podemos presumir ni de méritos ni de obras, que no podemos justificarnos por nuestros méritos y obras, sino por la gracia que genera en nosotros el mérito.


Será la gracia la que nos dé la paciencia cuando infunda una mayor caridad sobrenatural y se extinga así el amor concupiscente, el amor o el deseo al pecado que nos arrastra.

Éstos son puntos claves, no sólo del Tratado sobre la paciencia, sino de todo el armazón teológico de san Agustín.


"CAPÍTULO XVII. La caridad ES LA FORTALEZA DE LOS JUSTOS

14. Los que así hablan no entienden que el inicuo es también más duro para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor del mundo, y que el justo es tanto más fuerte para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor de Dios. Ahora bien, el amor del mundo tiene su origen en el albedrío de la voluntad, su crecimiento en el deleite del placer y su confirmación en el lazo de la costumbre. En cambio, “la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones”, no de nuestra cosecha, sino “por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). 

sábado, 6 de octubre de 2018

Aprender a amar (1)

La serie de catequesis que abrimos con ese título "aprender a amar", no son terapia psicológica ni nada que se asemeje. Más bien podrían ser "clases prácticas" siguiendo el Corazón de Jesús, es decir, aprender a amar como Él ama.

Es el mismo método, con distinto lenguaje, que empleó santa Teresa de Jesús en Camino de Perfección, aclarando qué es amor y no extrañándose de lo confundidos que podríamos estar llamando amor a otras realidades que, en el fondo, no serían sino egoísmo disfrazado de mil maneras distintas.





            Cuando el amor se confunde con un mero sentimiento, entonces no se sabe lo que es el amor, sino la pasión.

            Cuando el amor se confunde e identifica con la satisfacción personal, física o afectiva, sin tener en cuenta al otro, ni buscar el bien ni la felicidad del otro, eso es egoísmo, no amor.

            Cuando el amor se confunde y sueña con una persona “ideal”, pero sin aceptarla y quererla tal cual es, estamos en un amor romántico, fugaz, pasajero.

            O, simplemente, cuando uno vive pensando sólo en uno mismo, en su propio equilibrio, en su propia felicidad, en su propio bienestar, en ir a su aire, sin comprometerse con nada ni nadie, viviendo según los propios instintos y pasiones, incapaz de sacrificarse, incapaz de acoger con el corazón, incapaz de sufrir con nadie o por nadie, o alegrarse con las alegrías de otro, incapaz de molestarse por nadie o tener detalles, incapaz de expresar lo que hay en el corazón... ¡ése es un egoísta! Sólo piensa en sí mismo... y deberá acudir a la escuela del Evangelio, esa escuela que hallamos en el Corazón de Jesús y en el Sagrario.