Cuando en 1970 fue proclamada
Doctora de la Iglesia,
se reconoció así la validez perenne de su enseñanza y su magisterio. El carisma
teresiano está vivo, es enriquecedor, es factible para todos, no sólo para sus
hijos carmelitas descalzos. Es un legado vivo, interpelante, digno de encomio,
merecedor de ser divulgado, explicado, enseñado.
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Los
tiempos son recios, dificultosos. La secularización lo ha devastado todo y ha infectado
a la Iglesia
misma hasta tal punto que ni nos damos cuenta ya del ambiente secularista que
se respira. Hay una crisis de civilización, una cultura cristiana hecha añicos.
Hoy, ser católicos, es una decisión comprometida y contracorriente si se quiere
vivir de verdad la belleza de la fe. Pues “en estos tiempos recios son menester
amigos fuertes de Dios” (V 15,5), que no se separen de Dios sino permanezcan
asidos a Él; que cuiden su fe sin contaminarla; que tengan clara conciencia de
su identidad cristiana. ¡Amigos fuertes de Dios!
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Ofrece
un magisterio pedagógico sobre la oración. Sabe que es imposible vivir
cristianamente sin oración, sabe que en la oración está el todo de nuestra vida
y que la oración va transformándonos en Cristo. Por eso ella insistirá en la
vida de oración, mostrará sus caminos, forjará orantes, tanto religiosos como
sacerdotes y seglares. La oración es para todos, para todo bautizado, y sin
ella nada podemos ni hacer ni vivir ni progresar. Es tratar de amistad con
Cristo (cf. V 8,5), conversar con Él, mirarle.
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
La
vida cristiana y la oración misma no es cuestión de gustos, de sentimientos, de
si apetece o no, sino de un amor eficaz, concreto, que sirve al prójimo amando
a Dios. Las obras concretas son la medida de la vida cristiana, acompañada de
virtudes cada vez más sólidas –en vez de la inmadurez e inconsistencia-.
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Ella
impulsa a volar bien alto, teniendo una gran libertad de espíritu. “Libres nos
quiere Dios, asidas sólo a Él” (cf. Cta. 30-5-1582). Muchas veces carecemos de
libertad interior, esclavizándonos. Nos atan y retienen muchos lazos: parientes
y amistades, dinero, honra y prestigio, el cuidado del propio cuerpo… Nos
atamos sin darnos cuenta de la fragilidad de todo: “palillos de romero seco” (CC
3,1) que al tocarlos se desmoronan. El desasimiento de todo lo creado es
libertad para seguir a Cristo, sin tantos reparos, ni condicionamientos, ni ajustando
nuestra vida cristiana a lo que los demás opinen para conformar a todos. “No
consintamos que sea esclava de nadie nuestra voluntad sino del que la compró
por su sangre” (C 4,8).
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Su
corazón sólo halló plenitud y se ensanchó cuando se encontró con Jesucristo. Su
Santísima Humanidad la colmó y se sintió acogida y comprendida por Cristo. Para
ella, Jesucristo Dios y Hombre fue la clave de su vida. Cristo salió a su
encuentro. Antes, ella tenía de Dios un concepto general, distante, le servía y
le rezaba y no quería ofenderlo; pero sólo descubrió quién era Dios cuando
Cristo le salió al encuentro y rompió todas sus resistencias interiores, sus
incoherencias y sus ataduras afectivas. Cristo fue vivido por ella muy
personalmente, cercano, formando parte real del entramado de su vida, de su
afectividad. Ella personalizó ese encuentro, lo asimiló en la cotidianeidad. Se
descubrió mirada por Cristo con amor: “mire que le mira el Señor” (V 13,22);
halló en Él “amigo verdadero” (V 22,6), se sintió comprendida, acogida,
elevada. Por eso nos enseña el camino cristiano: la absoluta centralidad de
Jesucristo, mirarle, amarle, regalarse en Él, transformarse en Él. Nos enseña
un cristianismo muy vivo porque es relación viva con Cristo. Y Él sigue
saliendo a nuestro encuentro.
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Ella
fue muy consciente, con la sensatez y realismo que la caracterizaban, de que
para cambiar el mundo y mejorarlo, de nada sirven leyes, decretos, reuniones y
planes de reforma, ni mucho menos las falsas apariencias del populismo, los
gestos grandilocuentes que buscan el aplauso de los incautos y llamar la
atención, fingiendo humildad en demasía. Ella opta por lo más difícil:
cambiarse a sí misma y, por tanto, vivir “con toda la perfección” los consejos
evangélicos, “hacer eso poquito que era en mí” (C 1,2): lo que a ella le toca
es entregarse a Dios fielmente, minuto a minuto, con la obligación de cumplir
los consejos evangélicos y la
Regla carmelitana sin mitigación. Desmonta así, eficazmente y
de un plumazo, toda utopía revolucionaria, todo discurso eclesiástico
populista, donde son los demás quienes tienen que cambiar y cambiar las
estructuras, y se entrega ella a vivir, delante de Dios, con la mayor perfección
posible, su vida consagrada. El mundo cambia y se transforma, según el plan
divino, cuando un corazón se entrega a Dios de veras.
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Una
lección no muy popular precisamente en los tiempos que corren: la fidelidad a los
orígenes, aborreciendo, huyendo de toda mitigación, de toda relajación, de toda
falsa adaptación. Inició la fundación de los distintos Carmelos descalzos como
un proyecto de volver a los principios de los frailes ermitaños del monte
Carmelo: austeridad, pobreza absoluta, penitencia y contemplación.
Había
experimentado ya lo que era la acomodación al mundo y la mitigación en la vida
religiosa durante sus más de veinte años en la Encarnación de Ávila:
se pierde el fervor de la entrega, se mundanizan sacerdotes y religiosos y así
poco pueden servir al pueblo santo de Dios. Conoció los tristes resultados de
modernizar rebajando más el nivel de exigencia, cada vez más bajo. Su reforma
nunca podrá buscar agradar al mundo, ni adaptarse falsamente a cada época asumiendo
acríticamente los postulados del mundo y de la sociedad. Ella sabía bien adónde
conducía ese sendero: a despeñarse, a estrellarse. Más bien el camino es la
fidelidad heroica, la entrega absoluta, sin ceder a la mitigación ni a la
relajación. No mirar a lo que el mundo opine ni lo que el mundo diga que la Iglesia tiene que hacer o
dejar de hacer. Su reforma choca frontalmente con cualquier intento postmoderno
de renovación, adaptación o modernización, porque ella sí entendió que estaba
en el mundo, pero sin ser del mundo. ¡Éstos son los caminos que nos enseña para
“reformar” la Iglesia!
¿Qué
nos enseña santa Teresa de Jesús?
Supo
ella cuán grande y hermosa es la
Iglesia, el Cuerpo del Señor, cuántos hijos de la Iglesia sirven muy de
veras a Dios y se entregan a Él. Ella amó a la Iglesia con todas las
fibras de su alma y tuvo como galardón saberse miembro vivo de la Iglesia. Al morir en Alba de
Tormes exclama: “Al fin, Señor, muero hija de la Iglesia”. Nada mejor
podría haber deseado.
Para
ella la Iglesia
no fue un obstáculo en su acceso a Dios, ni la miró fríamente como una
institución rígida y anquilosada: ¡cuántos piensan así desgraciadamente! Ella
fue adquiriendo un gran sentido de Iglesia en su alma, cobró un amor grande por
la Iglesia,
alcanzó una profunda eclesialidad. Y eso que tuvo dificultades con miembros de la Iglesia (como tantos otros
santos a lo largo de la historia): sacerdotes y confesores que no la
entendieron, superiores provinciales que se le opusieron, frailes carmelitas
que quisieron desbaratar sus Carmelos descalzos, la Inquisición que
examinó el Libro de la Vida
y que la interrogó en Sevilla sobre las calumnias que levantó una antigua
novicia… A pesar de todo, su corazón se ensanchó sabiéndose hija de la Iglesia.
Supo
de los problemas, dificultades y pecados de la Iglesia de su tiempo y de
la necesidad urgente de reforma, pero no despertó en ella una crítica amarga
contra la Iglesia
ni una mirada despectiva, llena de superioridad: “No sé de qué nos espantamos
haya tantos males en la
Iglesia” (V 7,5). Más bien entrega su vida por la Iglesia: “Pedir a Su
Majestad mercedes, y rogarle por la
Iglesia” (V 15,7), “rogarle que vaya siempre adelante… el
aumento de la Iglesia Católica”
(4M 1,7).
Ese
sentido eclesial es tan acusado que jamás querrá imponer sus opiniones, sino
someterse en todo y ajustarse a la enseñanza de la Iglesia. No se cree más lista
que la Iglesia
entera ni la juzga. Es hija fiel y obediente. “Siempre procura [el alma] ir
conforme a lo que tiene la
Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya
hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones
pueda imaginar –aunque viese abierto los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia… Le parece
desmenuzaría los demonios sobre una verdad de lo que tiene la Iglesia muy pequeña” (V
25,12); y afirma convencidísima: “considero yo qué gran cosa es todo lo que
está ordenado por la Iglesia”
(V 31,4), porque “sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor
ceremonia de la Iglesia
que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura
me pondría yo a morir mil muertes” (V 33,5).
Para
hoy sigue siendo preciosa lección teresiana, cargada de consecuencias, que
marca un estilo: saberse, sentirse y gozarse de ser hijo de la Iglesia.
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