En
la liturgia, entra el gesto del beso, a elementos materiales o a personas, con
una ambivalencia: es expresión o de veneración o de comunión eclesial.
Venerar con
un beso el altar y el Evangeliario
El
altar siempre es venerado con un beso por parte de quien preside una acción
litúrgica (y acompañado también por los concelebrantes y el diácono en este
gesto). Destaca el beso al altar al comienzo y al final de la Misa (IGMR 49;
90) y cuando un ministro ordenado preside la Liturgia de las Horas (cf. CE 196;
208).
Es
un signo de honor al altar que representa al mismo Cristo, ungido y revestido
con mantel y luces. El altar no es una mesa cualquiera, ni se puede tratar de
cualquier forma. Merece el honor, el respeto y la veneración de todos; por eso
se besa al inicio de la santa liturgia.
En
el rito de dedicación, el altar no se besa al inicio de la liturgia al no estar
consagrado aún, sino en el ofertorio, una vez consagrado y revestido (CE 908).
Sin embargo, desnudo el altar, no se besa el Viernes Santo (cf. CE 316-317).
Besar
el altar es un gesto que proviene de la antigüedad cristiana. Desde antiguo
(hay testimonios ya en el siglo III) estaba prescrito que al llegar al altar se
besase. “El beso, pues, iba dirigidio al altar como tal, en cuanto símbolo de
Cristo y “Mensa sacramentidonatrix”, como cantaba el poeta Prudencia
[Peristefanon, XI, 17]. La prescripción del ósculo al altar se halla ya en el
Ordo Romano I, el cual manda que lo besen incluso los diáconos de los lados”
(Righetti, II, 177).