Tu septiformis munere,
Dextrae Dei tu digitus,
tu rite promissum Patris,
sermone ditans guttura.
Tu septiformis munere - Tú derramas sobre
nosotros los siete dones
Enriquece
las almas con los siete dones y con sus frutos, capacitándonos así para obrar
el bien, la belleza y la verdad, como Cristo, configurándonos con Cristo,
hechos semejantes a Cristo.
Los
siete dones del Espíritu Santo perfeccionan nuestro ser y nuestro obrar
adaptándolos a los modos divinos de actuar, dándoles connaturalidad con el modo
de Dios al actuar. Son, los siete dones, participación en Cristo, el Ungido:
espíritu de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y
temor de Dios. Es la “septiforme gracia del Espíritu Santo”, que dice la Tradición en los
antiguos textos litúrgicos.
“El nombre de dones del Espíritu Santo, en el lenguaje teológico y catequético, se reserva a las energías exquisitamente divinas que el Espíritu Santo infunde en el alma para perfeccionamiento de las virtudes sobrenaturales, con el fin de dar al espíritu humano la capacidad de actuar de modo divino” (Juan Pablo II, Audiencia general, 3-abril-1991).
Además,
enriquece las almas con frutos distintos y variados para vivir santamente con
Cristo; recordémoslos: “amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad,
lealtad, amabilidad, dominio de sí” (Gal 5,25). Por eso pedimos en estos días
en el Oficio divino: “Haz que gustemos y valoremos los dones de tu Espíritu,
para que nos apartemos de la muerte y alcancemos la vida y la paz” (Laudes
Sábado VI Pasc.); “colma nuestra fe de alegría y de paz, para que, con la
fuerza del Espíritu Santo, desbordemos de esperanza” (Laudes Lunes VII Pasc.).
Pero
incluso el Espíritu, en la unidad y comunión, embellece la Iglesia suscitando
carismas ordinarios y algunos extraordinarios, para el bien común y edificación
de la Iglesia,
para utilidad de todos, alegrándonos al verlos, dando gracias por ellos,
dejándoles espacio cuando la
Iglesia los ha reconocido y aprobado. “Envía a la Iglesia el Espíritu de la
unidad, para que desaparezcan todas las disensiones, odios y divisiones”
(Preces Visp. Jueves VII Pasc.).
Dextrae Dei tu digitus - Dedo de la mano de
Dios:
“Si
expulso los demonios con el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a
vosotros” (Lc 11,20), contesta Cristo abiertamente a quienes dudan de Él.
El
dedo de la mano de Dios es el Espíritu Santo. Con Él, Jesús ahuyenta a los
demonios, expulsa al Maligno. Con el dedo de la mano de Dios, todo cobra vida
nueva. Recordemos el fresco de la creación de Adán en la Capilla Sixtina. Miguel Ángel
representa el poder del Padre con el dedo índice que va a tocar el dedo de Adán
recostado.
¡Espíritu,
dedo de la mano de Dios, ven y toca nuestros sentidos, nuestra alma! Recréanos
y expulsa nuestro pecado.
CAT 700
El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios"
(Lc 11, 20). Si la Ley
de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex
31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El
himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu
digitus ("dedo de la diestra del Padre").
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