5. En los inicios de la vida
espiritual, el discernimiento resulta ser una lúcida y contrita conciencia de
uno mismo; uno se reconoce tal cual es ante Dios, su pecado, las veces que le
ha rechazado o le ha sido infiel. Ha entrado por fin en lo profundo del conocimiento
de sí mismos; puede que con lágrimas de contrición y arrepentimiento, pero con
profunda paz, porque la humildad verdadera “no alborota” (Sta. Teresa) ni lleva
a desesperanza.
De este conocimiento propio, se descubre que Dios es Amor, ha
permanecido Fiel a pesar de nuestro pecado e ingratitud. Hay muchas trampas
para que no discernamos nuestro ser evitando así abrazarnos al Amor de Dios.
Basta caminar y perseverar en oración y en confianza hacia Dios.
La paz es un elemento de
discernimiento muy importante, pues la verdadera paz es signo del lenguaje y
del paso de Dios. Paz falsa es la que aparece de pronto –junto con una alegría
exultante- pero su origen es externo, da mucho ruido, y desaparece con facilidad;
además la falsa paz puede venir de la acomodación al propio pecado adormeciendo
la conciencia o de la mediocridad en nuestra vida cristiana.
La paz –y la alegría- verdadera es
más silenciosa, no depende de nada de fuera, se siente muy en lo interior, es
suave, todo lo vuelve transparente y esta paz del alma permanece incluso aunque
la sensibilidad esté muy herida –un problema, una circunstancia, la cruz-; desaparece
el temor (aunque haya dolor) y se vive más en el amor. Esta paz es la que deja
Dios cuando se comunica o habla, o se da al alma, y es de las grandes claves de
discernimiento.
A veces el Espíritu Santo nos
trabaja internamente mediante la paz. Nos da un pensamiento espiritual y crea
dulzura y paz en el intelecto, en la razón, pero el corazón, lo afectivo, se
dirige a otro sitio y experimenta desasosiego. Hay que saber que el Espíritu
actúa sobre todo en el raciocinio. Esta disociación entre lo que se piensa y lo
que se siente es también lenguaje de Dios que nos va llevando y purificando.
Esa disociación entre lo que se piensa y lo que se siente es lenguaje
purificador del Espíritu.
El enemigo también actúa sobre el
hombre para que experimente turbación y desasosiego y desviarlo. Lo hace
mediante pensamientos y razonamientos falsos creando o aumentando los impedimentos
o dificultades, engrandeciendo los obstáculos para suscitar temor e inmovilizar
al alma. Si caemos en esa primera trampa, el enemigo atacará más asustando más
el alma, que buscará refugio en una oración más sensible y placentera, pero que
no es entrega al Señor sino un refugio aislado. Vendrá bien discutir con ese
falso pensamiento y racionalizarlos, objetivarlos, pensarlo con sosiego y
combatir.
6. La oración siempre es necesaria
para saber discernir, es más, la oración personal es modo de discernimiento.
Invocando al Señor y tratando de recogerse y estar en Él, se empieza a sentir
en fe su Presencia. A veces, se coge un texto de la Palabra, leído muy suavemente,
se ora con el Señor a partir de la
Palabra; o si no se utiliza ningún texto, se habla con el
Señor, con el “Tú” que está presente. Él se irá manifestando, dando luz, o hará
brotar un pensamiento o regalará un consuelo o sentimiento espiritual, o, por
el contrario, nos trabajará mediante desolación, oscuridad... Se termina la
oración con un breve coloquio con el Señor, con la Virgen o con un santo con
quien se tenga familiaridad, devoción.
Es bueno examinar lo que se recibe
en la oración, la luz, las gracias, también los sentimientos de oscuridad,
etc., para, más adelante, ir viendo la oración y por donde nos lleva el Señor
de forma más insistente y más clara en la oración. Siempre en esto, como en
todo discernimiento, es bueno consultar con algún maestro del espíritu o
director espiritual que pueda analizar y hacer un juicio espiritual sobre lo
que Dios va haciendo en el alma.
Es en la oración donde descubrimos
las tentaciones de las que somos objeto, los engaños del enemigo que cada vez
es más sutil, y se disfraza de ángel de luz, nos tienta bajo capa de bien, peor
no nos deja sabor de Dios, por eso es más fácil descubrirle. Con la tentación
no se dialoga, se rechaza firmemente y se estrecha más la relación con Cristo
en la plegaria y los sacramentos para no caer en la tentación. Siempre será
mejor reforzar el conocimiento interno de Cristo, el trato con Él para ser como
Él, y que Él nos transforme.
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