domingo, 26 de mayo de 2024

El discernimiento, virtud (III)



5. En los inicios de la vida espiritual, el discernimiento resulta ser una lúcida y contrita conciencia de uno mismo; uno se reconoce tal cual es ante Dios, su pecado, las veces que le ha rechazado o le ha sido infiel. Ha entrado por fin en lo profundo del conocimiento de sí mismos; puede que con lágrimas de contrición y arrepentimiento, pero con profunda paz, porque la humildad verdadera “no alborota” (Sta. Teresa) ni lleva a desesperanza. 


De este conocimiento propio, se descubre que Dios es Amor, ha permanecido Fiel a pesar de nuestro pecado e ingratitud. Hay muchas trampas para que no discernamos nuestro ser evitando así abrazarnos al Amor de Dios. Basta caminar y perseverar en oración y en confianza hacia Dios.

La paz es un elemento de discernimiento muy importante, pues la verdadera paz es signo del lenguaje y del paso de Dios. Paz falsa es la que aparece de pronto –junto con una alegría exultante- pero su origen es externo, da mucho ruido, y desaparece con facilidad; además la falsa paz puede venir de la acomodación al propio pecado adormeciendo la conciencia o de la mediocridad en nuestra vida cristiana.

 
La paz –y la alegría- verdadera es más silenciosa, no depende de nada de fuera, se siente muy en lo interior, es suave, todo lo vuelve transparente y esta paz del alma permanece incluso aunque la sensibilidad esté muy herida –un problema, una circunstancia, la cruz-; desaparece el temor (aunque haya dolor) y se vive más en el amor. Esta paz es la que deja Dios cuando se comunica o habla, o se da al alma, y es de las grandes claves de discernimiento.

 A veces el Espíritu Santo nos trabaja internamente mediante la paz. Nos da un pensamiento espiritual y crea dulzura y paz en el intelecto, en la razón, pero el corazón, lo afectivo, se dirige a otro sitio y experimenta desasosiego. Hay que saber que el Espíritu actúa sobre todo en el raciocinio. Esta disociación entre lo que se piensa y lo que se siente es también lenguaje de Dios que nos va llevando y purificando. Esa disociación entre lo que se piensa y lo que se siente es lenguaje purificador del Espíritu.

El enemigo también actúa sobre el hombre para que experimente turbación y desasosiego y desviarlo. Lo hace mediante pensamientos y razonamientos falsos creando o aumentando los impedimentos o dificultades, engrandeciendo los obstáculos para suscitar temor e inmovilizar al alma. Si caemos en esa primera trampa, el enemigo atacará más asustando más el alma, que buscará refugio en una oración más sensible y placentera, pero que no es entrega al Señor sino un refugio aislado. Vendrá bien discutir con ese falso pensamiento y racionalizarlos, objetivarlos, pensarlo con sosiego y combatir.

6. La oración siempre es necesaria para saber discernir, es más, la oración personal es modo de discernimiento. Invocando al Señor y tratando de recogerse y estar en Él, se empieza a sentir en fe su Presencia. A veces, se coge un texto de la Palabra, leído muy suavemente, se ora con el Señor a partir de la Palabra; o si no se utiliza ningún texto, se habla con el Señor, con el “Tú” que está presente. Él se irá manifestando, dando luz, o hará brotar un pensamiento o regalará un consuelo o sentimiento espiritual, o, por el contrario, nos trabajará mediante desolación, oscuridad... Se termina la oración con un breve coloquio con el Señor, con la Virgen o con un santo con quien se tenga familiaridad, devoción.

Es bueno examinar lo que se recibe en la oración, la luz, las gracias, también los sentimientos de oscuridad, etc., para, más adelante, ir viendo la oración y por donde nos lleva el Señor de forma más insistente y más clara en la oración. Siempre en esto, como en todo discernimiento, es bueno consultar con algún maestro del espíritu o director espiritual que pueda analizar y hacer un juicio espiritual sobre lo que Dios va haciendo en el alma.

Es en la oración donde descubrimos las tentaciones de las que somos objeto, los engaños del enemigo que cada vez es más sutil, y se disfraza de ángel de luz, nos tienta bajo capa de bien, peor no nos deja sabor de Dios, por eso es más fácil descubrirle. Con la tentación no se dialoga, se rechaza firmemente y se estrecha más la relación con Cristo en la plegaria y los sacramentos para no caer en la tentación. Siempre será mejor reforzar el conocimiento interno de Cristo, el trato con Él para ser como Él, y que Él nos transforme.

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