jueves, 30 de noviembre de 2017

El perdón y los enfermos (Bloy)

Sorprendería, para este mundo de "valores" y de "políticamente correcto", la aparente resistencia de Jesús en sus curaciones. ¡Sólo se le ocurre perdonar primero los pecados! ¿No sería primero curarlo, restablecerlo, y luego... si hace falta... lo de los pecados?


Resulta que no, que al Señor más le importa la realidad del pecado y la destrucción que ejerce sobre el hombre, antes incluso que devolver la salud física.

Escribe León Bloy:


"No siendo el mal físico más que una consecuencia del pecado, Jesús empieza siempre por perdonar los pecados del enfermo que se le presenta, y carga con este peso. El enfermo, entonces, es curado de repente. Pero su mal no es más que desplazado. Está ahora sobre la Persona del Cristo, con los pecados que acaba de asumir" (Diarios, 15-diciembre-1894).

domingo, 26 de noviembre de 2017

Pronunciar una palabra (teológica) sobre la humildad

Cualquiera de nosotros, en cuanto discípulos del Señor, estamos en una escuela donde el Maestro es Cristo que con su Espíritu, nos va educando en la humildad.


¿Cómo? Bajo la Palabra divina, el hombre aprende a domar sus pasiones, reconocer su nada y dejar que brote la humildad como un don precioso, necesario.

La Palabra divina, Cristo mismo, se pronuncia con fuerza descubriendo la Verdad, y ésta saca a relucir aquello que somos, nuestra propia nada, el vacío, el pecado. La misma Encarnación del Verbo, que es la gran Palabra pronunciada por el Padre, es Humildad misma que atrae y modifica el alma de quien contempla y se une al Señor.

Pero la Palabra pide silencio: entonces se apodera de nosotros, transformándonos y abriéndonos horizontes impensables.

jueves, 23 de noviembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XIII)

Nuestro cuerpo gime aguardando la redención de nuestro cuerpo, dirá san Pablo en Rm 8. Los achaques, el debilitamiento de nuestro organismo, la enfermedad pasajera o crónica, la edad, etc., nos hacen ver cómo esta tienda nuestra se desmorona. El cuerpo es frágil aunque el alma esté pronta, dispuesta, ágil.


Incluso cuando quisiéramos hacer un mayor bien, entregarnos aún más, limitar el descanso y hacer muchas más obras de misericordia o también obras apostólicas, hemos de contar que nuestro cuerpo tiene limitaciones de distinto tipo.

También la paciencia ha de vencer aquí, también la paciencia tiene que ver con nuestro cuerpo, aceptando humildemente sus límites.

Desde otro punto de vista, el cuerpo aprende a ser paciente mediante los instrumentos clásicos: la penitencia, la oración y el ayuno, de manera que frene su impetuosidad o se detenga la concupiscencia que nos arrastra a la pereza o a la gula, etc.


sábado, 18 de noviembre de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXVII)


Jean GUITTON, La adoración en crisis, en: L´Osser Rom, ed. española, 8-marzo-1970, p. 2

 
"El silencio, la adoración, la soledad, el recogimiento son valores que están en baja en nuestra cultura moderna. La palabra "piedad", tan cara a Virgilio, se ha devaluado; e incluso quizá se toma en sentido peyorativo, como signo de debilidad, de retorno a la infancia y a la superstición.

 
Por otra parte, comprendo perfectamente por qué reacciona así la joven generación: ha sido víctima de demasiadas hipocresías, coacciones y mascaradas. El simple arrodillarse no significa adorar, como tampoco significa orar el estar solo, con la cabeza entre las manos. Cuántos silencios falsos se dan, poblados únicamente por nuestra fantasía.

La época postconciliar debe caracterizarse por la revisión de los valores tradicionales, para devolverlos a su primitivo esplendor. Se trata, por tanto, de purificar las antiguas formas de la piedad de siempre para encontrar su esencia. Estoy convencido de esto y lo he repetido tantas veces, mucho antes de que se celebrase el Concilio. Pero me viene a la memoria aquel amigo que -tratando de limpiar con gran cuidado el retrato de un antepasado-, al mismo tiempo que le quitaba la suciedad le hizo desaparecer también la nariz. Y recuerdo igualmente el famoso dicho de los ingleses: "No arrojes al niño al tirar el agua del baño".

jueves, 16 de noviembre de 2017

Dejando actuar al Espíritu Santo (Palabras sobre la santidad - XLVIII)

La misión del Espíritu Santo ahora, en la economía de la salvación, en este tiempo y en esta historia de la Iglesia, prolongando la acción del Señor, es santificar y hacer participar de la vida divina.

Si antes el Espíritu Santo se infundía a algunas personas concretas para una misión específica, desde Pentecostés se derrama sobre toda carne, se derrama sin medida en los corazones de los bautizados y crismados con su Santo Sello.



Es el Espíritu Santo el protagonista absoluto de nuestra santificación, pues El es quien santifica, dándose. El hombre espiritual, en sentido recto y verdadero, es aquel que se deja guiar por el Espíritu de Dios, aquel en quien habita por completo el Espíritu Santo.

 La santidad es acción primera y directa del Santificador, el Espíritu Santo prometido, que santifica a los que ha consagrado en el Bautismo y en la Unción del Crisma.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Edificar la Iglesia



Habremos de tener presente siempre la reconstrucción espiritual de la Iglesia, la reconstrucción del tejido social cristiano tan deteriorado y la urgencia de la solidez doctrinal, espiritual y apostólica de cada católico cual piedra viva del edificio santo que es la Iglesia. 



Una Iglesia reedificada para una Iglesia viva –nosotros, tú y yo-. El cuidado de los templos, como tesoros artísticos e históricos, pero albergando en su seno una Iglesia viva, que siempre se reedifica. 

Cada cristiano, por el bautismo, está llamado a la santidad, a vivir la plenitud de su comunión con Cristo y, por tanto, a ser una piedra viva del edificio santo que es la Iglesia, por su fe, esperanza y caridad; una piedra viva que construye su familia como Iglesia doméstica y transmite y educa a sus hijos en la fe; una piedra viva en comunión con la Iglesia, sin vivir la fe de modo individualista. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Nuestra relación con los santos

En la reflexión teológica sobre la santidad, y por tanto, en nuestra vida pastoral y espiritual, hemos de ofrecer y vivir todas las dimensiones.

Ser santos es nuestra vocación; la santidad es la vocación fundamental del pueblo de bautizados. Cuanto mejor se considere la santidad desde el punto de vista teológico, más claro tendremos el camino para vivirla y para predicarla y para enseñarla y para proponerla a todos.

El marco general en que vivimos nuestra vocación a la santidad es la Comunión de los santos: en ella hemos sido situados, y ningún santo es un solitario -incluso viviendo en soledad física- sino que está arropado y englobado en la Comunión de los santos. Esta misma Comunión no solamente lo enardece en su camino, sino que le muestra la ayuda solícita de los santos, se enriquece con sus ejemplos, ve la obra de Dios en ellos y comprende lo que Dios puede estar realizando en él mismo.

"Soy transformado a imagen de Cristo de manera absolutamente única y personal, pero lo soy en comunión con todos mis hermanos. Por eso puedo descubrir en mis hermanos conformados a imagen de Cristo, su Rostro, y puedo vivir en su familiaridad, en la alegría común de glorificar juntos al Dios que nos salva" (LE GUILLOU, M-J., El rostro del Resucitado, Encuentro ed., Madrid 2012, p. 366).

Así dice la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II:

"Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hb 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno [157]. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino [158], hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio" (LG 50).

Situados en la Comunión de los santos, siempre fecunda, se entiende mejor la necesidad real de un contacto personal con los santos. Nuestra recta devoción hacia ellos no será, ciertamente, multiplicar novenas, o pasar la mano por la imagen del santo, u otras prácticas que -aisladas de la Iglesia, de los sacramentos, etc.- a veces se ven. La recta devoción es la amistad y familiaridad con ellos, y como ocurre en la vida terrena, social, con unos nos llevamos mejor que con otros; con algunos santos nos sentimos más identificados, más cercanos, y son para nosotros un reflejo del Rostro de Cristo y de la acción del Espíritu Santo.

Leer, por ejemplo, las obras escritas de los santos, y leer una buena biografía -hagiografía se llama- nos permiten comprender por dónde Dios los llevó, cómo los fue transformando, qué luchas afrontaron, etc. Es buenísimo leer las vidas de los santos para comprender la acción de la Gracia de Dios.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Aprendiendo a ser humildes

La humildad permite la santidad y el desarrollo de la caridad sobrenatural. Es por ello que es imprescindible en nuestras vidas.

Los Padres de la Iglesia así como los Doctores y muchos santos han escrito ampliamente sobre ella, ponderándola, considerándola, exhortando a todos a vivir humildes como Cristo-Humilde. San Bernardo ofreció muchas reflexiones sobre la humildad, grados de humildad. Vamos a entrar en sus escritos sencillamente, como discípulos que lo quieren recibir todo de la Tradición de la Iglesia.

"Para acceder a la humildad, no basta que reconozca mi "bajeza" delante de Dios; es necesario que reconozca que mi humildad no es nada delante de la humildad infinita de Dios, que ha elegido voluntariamente hacerse mi humanidad. La humildad, esta nada que cambia todo, define sola el lugar de cualquier otra virtud, porque sólo ella reconocer que Dios es Dios.

La humildad tiene los ojos bien abiertos. No guarda nada, no mira nada, da, ella que nada tiene propio más que la luz, primera a sus ojos, de la aurora que aparece con ella. Ni una palabra sube a sus labios, y ésta contiene su aliento, como si escuchase una de estas promesas que nos fueron dadas en voz baja, y que siempre escucha desde nuestro corazón, como si escuchase ya, aún, a lo lejos, al oído, al Verbo expirando el último de sus soplos. ¿Qué dirá la humildad? ¿Qué querrá la humildad? Tiene mucho que ver para que tenga un solo instante que perder, que perderse, mirándose. ¿Y cómo tomaría la palabra, ella que no sabe más que recogerse, y cuyo único cuidado es escuchar sin fin la que Dios le confía?

jueves, 9 de noviembre de 2017

Enfermedades del alma, ¿incurables?

Se nos ha dado un Médico admirable, Jesucristo, Médico de los cuerpos y de las almas, que con su acción poderosa nos devuelve la salud, nos restablece a la primitiva hermosura y orden del hombre creado.


Él ha venido y aplica remedios y medicinas adecuadas para sanar. Pero hemos de dar su valor exacto y preciso a las enfermedades del alma. Normalmente nos preocupamos más por las enfermedades del cuerpo, que nos debilitan o nos impiden el desempeño cotidiano de la vida; pero no menos importantes son las enfermedades del alma.

Un alma enferma es incapaz de obrar el bien, de ser buena, de reconocer la belleza, de vivir la verdad. Se enfanga más y más en su enfermedad, el pecado, y muchas veces ni se percibe como enfermo.

"Pasa ahora del ejemplo del cuerpo a las heridas del alma. Cuantas veces el alma peca, otras tantas resulta herida. Y para que no dudes que es herida por los pecados como por dardos y espadas, escucha al Apóstol, que nos advierte para que cojamos 'el escudo de la fe, en el cual podáis -dice- destruir todos los dardos ígneos del Maligno'.

Ves, pues, que los pecados son dardos 'del Maligno', dirigidos contra el alma. Sufren, sin embargo el alma no sólo la herida de los dardos, sino también las fracturas de los pies, cuando 'se preparan lazos para sus pies' y 'se hacen vacilar sus pasos'. ¿En cuánto tiempo, pues, consideras que tales heridas y de tal especie, pueden curarse? ¡Oh, si pudiéramos ver cómo resulta herido nuestro hombre interior por cada pecado, cómo le inflinge la palabra mala!" (Orígenes, Hom. in Num., VIII, 1, 7).

martes, 7 de noviembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XII)

El capítulo XII del tratado sobre la paciencia de Tertuliano orienta hoy nuestra reflexión, así como nuestro deseo, a conocer cómo la paciencia engendra y protege la paz y se pone al servicio de la penitencia.


La paz y la paciencia tienen una común raíz señalando así que el hombre pacífico es paciente y el hombre paciente es pacífico. Lo contrario sería la impaciencia que siempre es brusca, agresiva y colérica en ocasiones. El violento pierde la paz lanzándose con cólera hacia los demás.

Lo mismo habría que orientar sobre la penitencia. Ésta, definida por los Padres como un bautismo laborioso, necesita de paciencia para llorar los pecados y expiarlos en un proceso de conversión hasta que el corazón llegue a estar contrito y humillado en presencia del Señor.