martes, 31 de agosto de 2010

Discernir una y otra y otra vez

Quisiera para mí -y para todos- llegar a la estatura de Cristo y ser un verdadero creyente, un hombre totalmente de Dios, lleno de Dios, metido en Dios. Y, por tanto, medirlo todo en Dios y procurar en todo hallar a Dios -¡esto es muy ignaciano!- y ver los signos de Dios en la vida.

Será tal vez por la situación personal (nuevo destino, otro "encargo pastoral", una mudanza por medio, trasladar parte de mi biblioteca personal, porque me niego a mover más de 100 cajas grandes de libros...) que estoy hoy muy sensible al discernimiento. Pero ¿qué entender por discernimiento?

1. Discernimiento es ver lo que Dios quiere de cada uno, en concreto, en circunstancias concretas. Tanto si hay grandes cambios en la vida como la normalidad de empezar un curso en el mismo sitio y con la misma realidad cotidiana, con las personas que ya son conocidas. ¿Qué quiere Dios de mí, aquí y ahora, en este curso nuevo? ¿Qué espera Él de mí?

2. Además de esta mirada de fe, este discernimiento en general, habrá que ver, para conocer la voluntad de Dios, los signos concretos, las "indirectas" que Dios nos lanza para que reconozcamos su voluntad. Son pequeños signos, circunstancias, personas que se cruzan en nuestra vida, una llamada o un email, una conversación, que, en este contexto y sin saberlo ni sus autores, están siendo una Palabra viva de Dios, una indicación, un cierto signo.

3. En este discernimiento hay que buscar el bien que Dios espera realmente que yo realice. Él nos sitúa a cada uno en un lugar, en un sitio, con una vocación y asignándonos una tarea... para que "pasemos haciendo el bien" (Hch 10,38), para que hagamos el bien que podamos y esté en nuestra mano. Esto será siempre el criterio de verificación de la propia vida cristiana ya que una vida creyente, absolutamente llena de Dios, no puede sino hacer bien a los demás, acompañarlos, iluminarlos, ayudar a crecer. 

lunes, 30 de agosto de 2010

“Los salmos, modelo y prueba de cómo quiere ser tratado Jesús”


"Los salmos son, a la vez que la más bella fórmula de la “alabanza” a Dios, una “enseñanza” preciosa. David cantando a su Dios, enseña a su pueblo, a agradecerle, a desagraviarlo y a pedirle.

Nada más efusivo, íntimo y personal como la alabanza de los salmos. No es la alabanza del metro, ni del compás, ni del cálculo frío, ni del silogismo rígido. Es, según san Juan Crisóstomo, la satisfacción de una necesidad de nuestra naturaleza. Es la explosión de un corazón que arde y que no puede contenerse. Que alaba a su Dios cantando, ¡ya lo dijo san Agustín: “El que canta ama!” Y canta recreándose en las maravillas y bellezas de Él, de su poder, de su sabiduría, de su bondad, de su misericordia. Y en su exaltación le da forma humana y se deleita en la contemplación de sus ojos, de sus miradas compasivas y conquistadoras, de sus oídos siempre propicios y abiertos, de su boca de miel y de luz, de las trenzas de sus cabellos, de sus manos y de las maravillas de sus obras, y de las huellas de sus pies, de su paso por la creación de los mundos. Y vuelve sus ojos a sí mismo y sigue cantando la gratitud, la confianza, la contrición, el celo, la adoración, el temor, la alegría, los triunfos y las derrotas. Y tanto lo que canta de Dios como lo que canta de sí, ¡con qué variedad de formas, grados, matices, y con qué intensidad y espontaneidad de afectos!

Los gritos, anhelos y afectos de los corazones de los hombres, desde los más grandes y sublimados hasta los más oprimidos y miserables, tienen en los salmos de David su fórmula y su expresión.

¡Qué gran modelo, repito, de trato íntimo, afectuoso y personal con Dios, son los salmos!

Y sube de punto el valor de esta afirmación y de aquel modelo, si se tiene en cuenta el carácter cristológico de los salmos".

Beato D. Manuel González, Así ama Él, en O.C., Vol. I, n. 304.

domingo, 29 de agosto de 2010

Jesucristo llena el corazón


En ti solo, Jesús, mi afición pongo,
corro a tus brazos, a esconderme en ellos.

Como un niño pequeño quiero amarte, como un bravo soldado luchar quiero. Como un niño, te colmo de caricias,
y de mi apostolado en la palestra como un guerrero a combatir me lanzo...

Tu corazón divino,

que guarda y que devuelve la inocencia,

no es capaz de frustrar mis esperanzas.

En ti, Señor, reposan mis deseos:
después de este destierro,
¡al cielo a verte iré!
Cuando la tempestad se alza en mi alma,
levanto a ti mis ojos,
y en tu tierna mirada compasiva

yo leo tu respuesta: “¡Hija mía, por ti creé los cielos!”

Yo sé que mis suspiros y mis lágrimas

ante ti están y te encantan, mi Señor.

Los serafines forman en el cielo
tu corte,
y sin embargo
tú vienes a buscar mi pobre amor...

Quieres mi corazón, aquí lo tienes,

te entrego enteros todos mis deseos.

Y por ti, ¡oh mi Rey y Esposo mío!,
a los que amo seguiré yo amando.

(Sta. Teresa de Lisieux, Poesía n. 39, “Sólo Jesús”).

sábado, 28 de agosto de 2010

Padre de la Iglesia, doctor de la Gracia, ¡San Agustín!

En San Agustín se cumple perfectamente aquello que una y otra vez predicó, y que modifica profundamente el ser personal abriendo a unas perspectivas de gracia y de vida teologal nueva, diferente y plenificante; "sin Mí no podéis hacer nada". Es la vida de Cristo en él y Agustín totalmente insertado en Cristo. Toda esa es la fuente de la mística agustiniana: lo que predicó, lo vivió. Pero oigámoslo primero a él, en aquello que va a constituir una experiencia fontal en la vida profunda de Agustín:


    El auténtico maestro, que a nadie adula y a nadie engaña; el verdadero doctor y a la vez salvador al que nos conduce el insoportable pedagogo, al hablar de las buenas obras, es decir, de los frutos de los sarmientos, no dice: “Sin mí podéis hacer algo, aunque os será más fácil con mi ayuda”, ni tampoco: “Podéis dar fruto sin mí, pero será más abundante con mi ayuda”. No es esto lo que dijo. Leed sus palabras; se trata del Evangelio santo al que se someten las cervices de todos los soberbios. No lo dice Agustín, sino el Señor. ¿Qué dice el Señor? Sin mí nada podéis hacer. (Serm. 156,13).
Y para evitar que alguno pudiera pensar que el sarmiento puede producir algún fruto, aunque escaso, después de haber dicho que éste dará mucho fruto, no dice que sin mí poco podéis hacer, sino que dijo: Sin mí NADA podéis hacer. Luego sea poco, sea mucho, no se puede hacer sin Aquel sin el cual no se puede hacer nada. Y el sarmiento da poco fruto, el agricultor no purgará para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid si no fuese hombre, no podía comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. (Trat. Io. 81,1-3).

    Podríamos afirmar que aquí radica toda clave: San Agustín, tras su encuentro profundo con Dios que revolucionó toda su existencia y tocó sus fibras más sensibles, culminando en el bautismo en aquella memorable vigilia pascual en Milán, se convirtió en un hombre de Dios, pertenecía por completo a Él, desarrolló una vida teologal amplía, riquísima. Agustín se rindió a la gracia de Dios tal como él mismo narra en el libro 10 de las Confesiones, tan conocido:
“Tarde te amé, belleza tan Antigua y tan Nueva, tardé te amé! El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando, y, como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo, y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz” (Conf. 10,16,37).

viernes, 27 de agosto de 2010

Mujer y evangelizadora



Como mujer fuerte y santa se presenta santa Mónica, la madre cuya preocupación fundamental era la conversión de su hijo Agustín.

Ser católico, ser hijo de Dios e hijo de la Iglesia, era para Mónica lo más importante, lo que más marcaba y definía su propia vida y ansiaba que su hijo Agustín compartiese con ella el servicio de Dios y la vida de la Católica. Nada más le preocupaba. Decía. “Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?” (Conf. 9, 10,23). Es un gran ejemplo de una mujer creyente, de una madre a la que sólo le mueve la fe. Muchas veces oímos en otras madres otros intereses y otras preocupaciones en cierto modo legítimas: “Que mi hijo esté bien situado...” pero Mónica, modelo de madre cristiana, sólo deseaba la fe en el corazón de su hijo.

La transmisión de la fe, la educación real en la vida cristiana, la iniciación a las sencillas costumbres cristianas (bendecir la mesa, visitar el Sagrario, ir juntos a la Misa dominical, rezar el Ángelus), es una función de mediación que realiza la mujer y madre cristiana. ¡Qué gran aporte a la vida de la Iglesia una madre así! La mujer cristiana es la primera y gran evangelizadora en el seno de la familia y nada ni nadie ni ninguna institución puede suplir esa labor de la madre cristiana. ¡Qué gran honor merecen en la Iglesia mujeres así! Son plenamente madres, porque han dado a luz a su hijo no sólo para la vida de este mundo, sino también para la vida de la fe.

Cuando se habla de la evangelización tendemos a pensar en la missio ad gentes en países lejanos, o en programas pastorales con objetivos a corto y medio plazo, etc., pero perdemos muchas veces de vista cómo la Iglesia durante siglos ha evangelizado por la transmisión de la fe que realiza una madre profundamente creyente a sus hijos. Esta evangelización penetra más honda y sinceramente que cualquier otra, se vive la fe con normalidad, se respira ambiente creyente, se acostumbra a ver la presencia de Dios y sus signos en la vida.

La mujer es una grandísima evangelizadora en la realización de su esponsalidad y su maternidad y en los demás servicios eclesiales que tan generosamente presta en la catequesis parroquial o en la docencia y el magisterio, por señalar únicamente ámbitos frecuentes, pero sin olvidar las misiones u otros campos de evangelización.

Es evangelizadora en el matrimonio y en la educación de los hijos, junto con el esposo y padre. La familia es una “"Iglesia doméstica”. Esto significa que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.

jueves, 26 de agosto de 2010

La fe (seguimos con textos isidorianos)


8. La fe sin obras es infructuosa (cf. Sant 2,20), y en vano se gloría de sola su fe quien no se adorna con las buenas obras.

9. El que carga con la cruz debe también morir al mundo, porque llevar la cruz y morir es vencerse a sí mismo, pero llevarla y no morir revela el fingimiento de los hipócritas.

10. Los que gracias a la fe poseen el conocimiento de Dios y en sus obras andan a oscuras, siguen el ejemplo de Balaam, quien, fallando en las obras, mantuvo abiertos los ojos por la contemplación de la fe.


11. Los hombres carnales buscan la fe no como una virtud del alma, sino como un beneficio temporal. Por lo cual dice el Señor: “me andáis buscando no porque visteis milagros, sino porque comisteis panes” (Jn 6,26).


12. El mal cristiano, al no vivir según la doctrina evangélica, pierde fácilmente, tan pronto ha surgido la tentación, hasta la misma fe que profesa de palabra.


13. Muchos son cristianos solo por la fe, pero con las obras contradicen la doctrina cristiana. Otros muchos no aman de corazón la fe cristiana; pero, movidos del respeto humano, fingen con hipocresía que la conservan; y así, los que no pueden declararse malos abiertamente, por el temor son tenidos falsamente por buenos.


14. Alguna vez, los amantes del mundo combaten en pro de la fe, y en verdad que benefician a otros; mas ellos, enredados en el amor terreno, no aspiran a lo celestial, sino que tan solo de palabra abogan por la fe.


15. Algunos, en defensa de la fe, persiguen incluso a los herejes, pero desprecian con insolencia a los fieles que están en el seno de la Iglesia. Refutan, es cierto, a los enemigos de la fe a causa de la infidelidad, pero oprimen a los fieles con el peso de la soberbia.


(S. "sidoro, Sentencias, II, c. 2, 8-15).

miércoles, 25 de agosto de 2010

Visita a Santiago Apostól o la experiencia de los orígenes

 Cada vez que visito Santiago de Compostela, me maravillo de la realidad de la fe católica al verla tan universal, tan integradora, tan variada. Es cierto que en Santiago se pueden encontrar diversos motivos por los que acuden los peregrinos, desde los meramente turísticos a los culturales, pasando por la sinceridad de la fe que impulsa a ir a celebrar el Año Santo y rezar al Apóstol, tras un Camino. Sí, un Camino, porque la fe es camino -peregrinos de la fe, caminando al cielo-, un continuo progreso ("caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión", Sal 83), progresar de "gracia en gracia". Nunca la fe está acabada, ni plena, ni completada. Nunca el proceso de conversión de las estructuras del corazón está hecho, sino que siempre el dinamismo creyente necesita ser purificado y otra vez elevado. La experiencia del Camino en la fe es saludable. Recordemos la peregrinación en la carta a los Hebreos (11, 13ss).

Se llega a Santiago de Compostela. Es una ciudad que parece un mosaico de nacionalidades, razas y lenguas. Muchos, muchísimos católicos, que se les nota: el rostro alegre y cansado, una cruz al cuello, o una camiseta con algún lema cristiano, o alguna pancarta del grupo...; van muchos con sus sacerdotes, o con alguna religiosa...

Santiago de Compostela se convierte en una ciudad universal, mostrando hasta qué punto la Iglesia misma es universal, ¡y eso significa Católica!

Entonces queda pasar por la puerta santa -"Yo soy la puerta, el que entre por mí se salvará" (Jn 10,9)-, subir para abrazar la imagen del Apóstol y luego bajar a la cripta a venerar su cuerpo en la urna de plata.

En el nivel de la fe, que es el que nos debe mover siempre, habría que destacar algunos puntos.

1) La experiencia personalísima y única de estar ante un Apóstol, amigo del Señor. En su sepulcro, después de dar el abrazo a la imagen del Apóstol, rezar en un rinconcito de rodillas y saludarle como Amigo del Señor. ¡Qué suerte, qué grandeza! Fue realmente "amigo del Señor": compartió sus momentos de intimidad con Pedro y Juan en la resurrección de la hija de Jairo, en la Transfiguración, en el Monte de los Olivos. Estamos pues ante quien estuvo muy cerca del mismo Señor, el Verbo encarnado. A él le podemos suplicar que interceda ante su Amigo; a él le podemos rogar ser también nosotros "amigos del Señor".


martes, 24 de agosto de 2010

Cosas varias y respuesta a "Aprendiz"

1) Me preguntaba Aprendiz hace unos días:


"Y también me pregunto si la imagen tan frecuente en el Antiguo Testamento de "la sombra de sus alas", se podría aplicar a los brazos extendidos en la Cruz de Cristo, que también dijo a Jerusalen aquello de las veces que "había querido reunirlos como la gallina a sus polluelos"".
He encontrado la cita que me pedía:

"Su carne es vida, su Pasión es vida. Así lo dijo Jeremías: "viviremos a su sombra" (Lm 4,20). La sombra de sus alas es la sombra de su Cruz, la sombra de su Pasión" (S. Ambrosio, In Ps. 36, 36s).

2) Nada hay como sentirse confirmado por los Apóstoles. Pablo y Bernabé subieron a ver a Pedro para ver si sus esfuerzos de antes o de ahora eran vanos, les expuso su predicación y Pedro y los apóstoles les dieron la mano como señal de comunión.

Mi obispo hoy me ha hablado de este blog: le agradezco públicamente sus palabras. Señala que le gusta, le agrada el contenido (formativo, litúrgico, espiritual) y piensa en el bien que ya está haciendo. Me pide que no lo deje y que incluso cuando esté muy cansado sin ganas ya de nada, que haga el esfuerzo de escribir porque esto es evangelizar y que incluso en Moyobamba (Perú) se está leyendo.

Confirmado así por un sucesor de los Apóstoles, sigamos adelante... Yo, tremendamente contento.

Hoy comenzó la reforma teresiana

Un 24 de agosto de 1562 comenzó la reforma teresiana: se fundó el convento descalzo de San José de Ávila. Y ya santa Teresa no paró. Lejos de los discursos demagógicos, de reuniones y revisiones de planes pastorales, lejos de analizar las cosas con miras humanas y estructuras externas, ella simplemente, sin atacar a nadie, en silencio, simplemente fundó Carmelos descalzos para que lo poco que allí se pudiera hacer, sirviera para el bien de la Iglesia y de las almas. Ningún atisbo de disenso, ni contestación al Magisterio, ni ese falso profetismo (denuncia profética) que tanto se ve de unos años acá. Tan sólo posibilitar mayor perfección y seguimiento de Cristo a quien lo quisiere.

Ella participó en el espíritu de la reforma de la Iglesia. 

En un período muy concreto, el siglo XVI, y con una obra precisa, la Reforma Católica, se ve cómo y hasta qué punto se cumple las palabras de Benedicto XVI sobre los santos en cuanto verdaderos reformadores:
    “En las vicisitudes de la historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales siempre está en peligro de precipitarse; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar –tal vez en el dolor- la palabra de Dios al terminar la obra de la creación: “Y era muy bueno”...
    Sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo... No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo, y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?” (Discurso en la vigilia de los jóvenes, Colonia (Alemania), 20-agosto-2005).
 La reforma católica no consistió ni mucho menos en cánones y decretos solamente; hay que añadir, por supuesto, a los grandes santos, los apóstoles de gran talla humana y espiritual, las nuevas corrientes eclesiales que cristalizaron en Órdenes y nuevas ramas de la vida religiosa. La reforma la protagonizaron los santos.

Los grandes santos de la Reforma coinciden casi todos en un gran programa de reformas. No son espiritualidades intimistas y privadas, sino muy dinámicas, apostólicas, con claro sentido misionero y evangélico, profundamente eclesiales, y con perfiles del más sano humanismo cristiano; las medidas reformistas y el programa apostólico, ¡qué duda cabe!, tienen el sustrato de unas líneas espirituales comunes a santos muy distintos entre sí por vocación y estado de vida, pero que son hijos fieles de su Iglesia e influidos por su época y circunstancias históricas. Y respondieron a esas circunstancias, dóciles a Dios, discerniendo lo que hoy llamaríamos “signo de los tiempos”. En cierto modo, y salvando las precisiones que sean necesarias, podríamos hablar de un espíritu de la Reforma y, por ende, de una espiritualidad de la Reforma.

lunes, 23 de agosto de 2010

La enfermedad en la paz


El joven san Rafael Arnáiz murió joven en su monasterio trapense. Sufrió con la diabetes, sin embargo, vivió en paz, en oblación, en abandono. Sabía que la enfermedad era una nueva ocasión de encuentro con el Señor, de ofrecimiento diario para bien de la Iglesia, para la redención del mundo, indicando así cómo vivir cristianamente la enfermedad.

Su testimonio nos puede educar para cuando nos llegue la enfermedad, y a los enfermos hoy a vivirla con visión sobrenatural, en el Misterio que nos sostiene.


n. 831. “Enfermo..., separación. Largas horas sentado en un sillón oyendo campanas, y siguiendo con la intención todos los actos de la comunidad...
También yo tuve salud..., eso era antes. Ahora, gracias a Dios, estoy enfermo, y cuando el Señor lo cree necesario me lo recuerda, haciéndome sentar unos cuantos días en un sillón de la enfermería y sacándome del coro... Él sea bendito.

n. 832. Él..., que es el que todo lo dispone, y lo dispone bien me lleva a la soledad, y enseñándome el vacío inmenso de la nada, que es todo lo que está fuera de Él..., me invita a pensar; me obliga en mi inutilidad a buscar su apoyo. De todo me separa, para mejor unirme a Él.
Bendito sea Dios y bendita sea mi enfermedad, que es el medio de que Él se vale para cumplir sus designios en mi insignificante personal.

¡Qué grande es Dios!... ¡Qué inmensa es su misericordia!... ¡Qué pequeños somos los hombres!... Todo eso voy pensando a medida que transcurren las horas sentado en mi sillón y oyendo las campanas que anuncian los actos de la comunidad.


n. 833. Cuesta a veces pequeños sufrimientos llegar a esa paz del alma, a esa alegría santa de vivir cumpliendo nuestro fin de enfermos. Son muchas pequeñas cosas a las que hay que renunciar. Pero una vez que el alma ha comprendido que el único camino es la espera en los brazos de Dios..., se renuncia de buen grado y con alegría a todo lo que es pasajero, a todo lo que es mudable, a todo lo que no es nuestro..., como por ejemplo, la salud”.
(Santo Hermano Rafael, OC).

domingo, 22 de agosto de 2010

Tu corazón y el nuestro, Señor


Mi corazón ardiente quiere darse sin tregua,
siente necesidad demostrar su ternura.

Mas ¿quién comprenderá
mi amor,
qué corazón
querrá corresponderme?

En vano espero y pido
que nadie pague con amor mi amor.

Sólo tú, mi Jesús,
eres capaz de contentar mi alma.
Nada puede encantarme aquí en la tierra,
no se halla aquí la verdadera dicha.
¡Mi única paz, mi amor, mi sola dicha
eres Tú, mi Señor!

Tú supiste crear un corazón de madre,
por eso encuentro en ti al más tierno y amable de los padres.
¡Oh Jesús, mi único amor, Verbo eterno!,

tu corazón es para mí más dulce que el corazón más dulce de una madre.
A cada instante y paso
me sigues en mis pasos y me guardas.
Cuando te llamo, acudes prontamente.

Y si, tal vez, parece que te escondes,
Tú mismo vienes en mi ayuda luego para poder buscarte.
(Sta. Teresa de Lisieux, Poesía n. 39, “Sólo Jesús”).

sábado, 21 de agosto de 2010

Elementos y criterios de la catequesis de adultos

    La catequesis de adultos intenta crear cristianos que vivan según el Espíritu de Cristo y que ordenen las realidades temporales según Dios. La fe de los adultos, en cambios y crisis muy profundas, sometidos a presiones y ambiente notoriamente hostil, tiene que ser iluminada, desarrollada y protegida para que "adquiera esa sabiduría cristiana que da sentido, unidad y esperanza a las múltiples experiencias de su vida personal, social y espiritual" (DGC 173).

    La catequesis de adultos busca crear los rasgos auténticos del cristiano adulto en la fe. Especial mención merece el catequista de adultos, por su formación, su talante, su vida cristiana, su madurez humana y sensatez, su paciencia y misericordia.

    La catequesis de adultos será auténtica y eficaz si asume unos criterios mínimos (cf. DGC 174):
  • atención a los destinatarios en cuanto adultos, teniendo en cuenta sus problemas y experiencias, sus capacidades espirituales y culturales, con pleno respeto a las diferencias;

  • atención a la condición laical de los adultos, que por el Bautismo buscan sembrar el Reino de Dios y su propia santidad;

  • atención a despertar el interés de la comunidad entera, para que sea lugar de acogida y ayuda sincera y fraternal a los adultos;

  • atención a la catequesis de adultos en sus diversas dimensiones, integrando la catequesis con la formación litúrgica y el servicio de la caridad.

Hay que pensar que la catequesis de adultos no es simplemente unas sesiones de cursillos (bíblicos o litúrgicos) ni charlas de corte devocional; es la formación en todas las dimensiones del catolicismo para saber dar razón de nuestra esperanza, conociendo más para seguir mejor y más de cerca a Cristo.

viernes, 20 de agosto de 2010

San Bernardo ante la persona de Cristo

San Bernardo participa de las corrientes espirituales de su tiempo en las que, abandonando en gran medida el lenguaje “mistérico-simbólico” de la patrística sobre la persona de Cristo, se centra mucho más en su humanidad salvadora que le lleva a adorar su divinidad, sin caer en los excesos del devocionalismo.

1. Respuesta de Bernardo a su época

    Para este Doctor medieval, Jesucristo ocupa un lugar eminente en su pensamiento, en su teología y en su vida interior. ¡Cristo lo es todo! A Él se dirige con expresiones afectuosas, en Él contempla la salvación y en Él se refugia. El cristocentrismo de san Bernardo, con su modo de expresión tierno y suave, resulta hoy un lenguaje impactante, sugerente. Leyendo a san Bernardo, entrando en estilo, se puede llegar a vivir una experiencia real de Jesucristo, un encuentro con la persona del Salvador.

    Su forma de tratar sobre Jesucristo, hablar y escribir de Él, y su modo personal de tratar con Cristo, hablar con Él y contemplarle en la oración, es una luz en el tiempo en que vivió.

Donde no esté Jesucristo, sino el simple y árido razonamiento humano, Bernardo se halla a disgusto. En todo tiene que saborear a Cristo, en todo ha de gustarle. La filosofía humana de su época, viciada en su método, le provoca rechazo.

    “Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye: "Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum xv, 6:  PL 183, 847). Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano:  la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!” (Benedicto XVI, Audiencia general, 21-octubre-2009).


2. El nombre de Jesús


    Entre los múltiples aspectos de la cristología, tomemos uno para ver qué y cómo lo presenta san Bernardo ofreciendo a nuestra consideración una teología espiritual-afectiva: el nombre de Jesús.

    Toda la historia de la humanidad, todas las esperanzas del pueblo de Israel sostenidas por las palabras de los profetas, todos los deseos, inquietudes, preguntas y búsquedas del corazón humano, encuentran una respuesta definitiva en un nombre bendito: “Jesús”. Jesús, el Señor, el Verbo encarnado, Hijo de Dios nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo.

     Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.

    La humanidad salvadora del Redentor es buscada por san Bernardo: en Cristo deposita su confianza, porque Jesús lo supera todo y los supera a todos. Y la confianza nace de verlo hombre: “hermano mío y carne mía”. No nos desprecia porque nos entiende, nos comprende, ha compadecido nuestra propia existencia viviéndola Él plenamente.

     Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.

    La humanidad salvadora del Redentor es buscada por san Bernardo: en Cristo deposita su confianza, porque Jesús lo supera todo y los supera a todos. Y la confianza nace de verlo hombre: “hermano mío y carne mía”. No nos desprecia porque nos entiende, nos comprende, ha compadecido nuestra propia existencia viviéndola Él plenamente.

martes, 17 de agosto de 2010

Modo de hacer la oración personal

"1º ¿Cuál es el mejor modo de orar?

Respondo con estas hermosísimas palabras de san Pablo de la Cruz: “No os digo que hagáis la oración a mi modo, sino al de Dios... Dejad a vuestra alma libertad para tomar su vuelo hacia el soberano Bien, según Dios la conduce”.

2º ¿Son necesarios los libros y los métodos para hacer oración?


Necesarios en absoluto, no; convenientes para algunas almas y en determinadas situaciones, sí. Muchos y muy buenos y fructuosos libros y métodos han compuesto los santos y los autores de ascética, singularmente desde el siglo XVI, en que los excesos y desvaríos del iluminismo, del quietismo y del jansenismo pusieron en peligro de extravío a las almas. Pero no se olvide jamás que no pasan de ser auxiliares, temas, guías y rectificadores externos de oración; hablan y obran por de fuera, y que el gran Agente interior, el siempre eficaz y con el que hay que contar siempre es el Espíritu Santo, que es el que habla y obra en el interior.

3º De entre todos los libros de oración mental, ¿cuál es el mejor?

Sin duda, el santo Evangelio, leído, a ser posible, delante de un Sagrario o mirando hacia él, a la luz de la lámpara de la fe viva, que meta en el alma la más firme persuasión del “ahí está” de la real presencia...
No tengamos jamás prisa por hacer oración mental o vocal sin penetrar lo más íntimamente que podamos en la real presencia de Jesús en el Sagrario, si allí oramos, o de Dios en otro cualquier lugar en que oremos. Mientras no estemos llenos de esta persuasión: Jesús me mira, me oye, me quiere, espera con interés mi conversación, no tendremos buena oración.

4º ¿Será bueno valerse de algún comentario del Evangelio?

Indudablemente, y los hay excelentes; pero no se olvide que, como intérpretes y comentaristas del Evangelio, son insustituibles la confianza ciega en el amor misericordioso del Corazón de Jesús Sacramentado, que sabe, puede y quiere curarme, y el conocimiento de nuestra miseria e indigencia, como la de uno de tantos ciegos, cojos, baldados, incurables, hambrientos, endemoniados del Evangelio...”

Beato D. Manuel González, Oremos en el Sagrario,

en O.C., Vol. I, nn. 1137-1138.

sábado, 14 de agosto de 2010

Asunción de la Virgen, Pascua de María

La Asunción de la Virgen María a los cielos es el culmen de su misterio, de su docilidad al Espíritu Santo. Ella, arca santa que contuvo, no ya las tablas de la ley, sino al mismo Verbo y autor de la ley, entra en el cielo. Ella, que fue llena y plenificada por el Espíritu Santo que formó en su carne al Hijo de Dios, ahora se ve totalmente traspasada por el Espíritu. Es el Espíritu Santo el que pneumatiza su cuerpo, el que le permite una asociación perfecta a la Pascua de su Hijo y no sólo su alma sino también su cuerpo santo y bendito entra en el cielo.

¡Es la Pascua de la Virgen!
¡Es el Misterio Pascual completado en María!
¡Es la acción del Espíritu Santo que transforma el cuerpo de la Virgen de terrenal en celestial, de mortal en inmortal!

"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59).


La Iglesia celebra con júbilo y manifiesta solemnidad esta Pascua, incluso con doble Misa: un formulario completo para la Misa de la Vigilia con sus lecturas, y otro formulario con sus lecturas para la Misa del día. Así "en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

La Asunción de María, la entrada de su cuerpo y alma en los cielos, en la inmensidad y esplendor de la Gloria, es para la Iglesia señal de esperanza. Esa es nuestra meta: la vida eterna y la resurrección de la carne; ese el destino último: la Vida, la Comunión de los santos, la alabanza de Dios. Y así, con esta fiesta pascual, se reaviva la esperanza: ¡levantemos el corazón! No lo apeguemos a la tierra, ni a las cosas de la tierra, ni a las circunstancias concretas que tal vez oprimen y aprisionan nuestra vida tantas veces. ¡Nuestra patria es el cielo! Y nuestro cuerpo, que sufre, que enferma, que envejece, que padece los embistes de las pasiones y se mortifica, recibirá también su galardón.

Pascua de María: ¡levantemos el corazón!
Pascua de la Virgen: ¡suba nuestro corazón hasta Dios!


viernes, 13 de agosto de 2010

La fe (textos isidorianos)

1. No podemos alcanzar la verdadera felicidad sino mediante la fe; mas es feliz el que con rectitud de fe lleva una vida santa y que con vida santa conserva la rectitud de fe.

2. Cuando creemos en Dios, con razón le invocamos con solicitud; por ello, entonces le tributamos perfecta alabanza cuando lo invocamos con fe.


3. No sólo hay que dar crédito a lo que percibimos por los sentidos corporales, sino más todavía a lo que conocemos por la inteligencia, es decir, a Dios. Sin la fe nadie puede agradar a Dios (cf. Hb 11,6): “Todo lo que no viene de la fe es pecado” (Rom 14,23).


4. La fe de ningún modo se impone por la fuerza, sino que se justifica con la razón y los ejemplos. Mas en aquellos a quienes se exige con violencia no puede perseverar. Sirva de ejemplo, como alguien dice, un árbol tierno, cuya copa, si uno la doblega con violencia, luego, cuando la suelta, al punto vuelve a la posición en que se encontraba.


5. Como el hombre, por estar dotado de libre albedrío, voluntariamente se aparta de Dios, así, al creer, por propio impulso del alma, se vuelve de nuevo a Dios, para que reconozcamos la libertad de albedrío en la propia voluntad, y el favor de la gracia por haber aceptado la verdad de la fe.


6. Dios contempla la fe en el corazón, donde no pueden presentar excusas los hombres que de palabra fingen profesar la verdad, pero en su corazón persisten la impiedad del error.


7. Como de nada aprovecha la fe que se mantiene de palabra, pero no se cree de corazón, así de nada ha de aprovechar la fe que se mantiene en el corazón, si no se pregona con palabras. En efecto, a causa de esta fe recrimina a algunos el profeta cuando dice: “Ha perecido la fidelidad, ha desaparecido de su boca” (Jer 7,28). Pues la fe que se cree con el corazón, se proclama con la confesión de la boca para la salud (cf. Rom 10,10).


San Isidoro, Sentencias, II, c. 2, 1-7

jueves, 12 de agosto de 2010

Ante el secularismo y la secularización: respuestas claras


Vamos reflexionando sobre el secularismo que reina hoy en nuestra cultura post-moderna y su secularización social, que ha penetrado con tantísima fuerza en la vida y en la praxis de la Iglesia.

¿Qué hacer, cómo responder, cuál es el camino correcto?

¿Cómo afrontar este reto del secularismo y la secularización?


¿Cuál es la perspectiva correcta para valorar este fenómeno y superarlo?


“Frente a cierta secularización efectiva de este mundo, los cristianos tienen una misión profética que cumplir: la de impugnar la tendencia del hombre secularizado a cerrarse sobre sí mismo, a buscar en sus propias fuerzas la salvación y la liberación de todos sus males, incluyendo entre ellos los del pecado y la muerte.


Esto no les impide en ningún modo a los cristianos reconocer lealmente cuanto hay de valedero –y con frecuencia notablemente- en los esfuerzos realizados por sus hermanos increyentes para construir un mundo más humano. Porque nada que sea verdaderamente humano puede dejarlos indiferentes. “Cuanto hagáis a uno de mis hermanos, a mí me lo hacéis”. Pero los cristianos tienen buen cuidado de no olvidar –aunque sean impotentes para hacer compartir esta convicción de fe, de la que únicamente pueden dar testimonio, respetando las otras convicciones- que el Hijo del hombre ha venido a salvar a los hombres para hacer de ellos hijos de Dios.


Tal es el campo inmenso que se abre a los católicos de este siglo secularizado en su diálogo con el mundo ateo: “Creer en Dios tiene que significar vivir de tal forma, que esa vida no podría vivirse si no existiese Dios”” (Pablo VI, Discurso al Secretariado para los no-creyentes, 18-marzo-1971).

Por tanto:


-responder con el testimonio de una vida tan plena que muestre cómo sin Dios el hombre se cierra sobre sí mismo,


-clara identidad, reconociendo que sin Cristo la vida sería otra muy distinta y deshumanizada, y que Cristo no es un añadido a lo humano, ni algo exterior o superficial, sino su misma sustancia,

-colaboración con todo lo bueno y humano con todos los hombres,

-sin olvidar el anuncio y la llamada a la conversión a todos los hombres, con respeto pero con verdad.

-Para lograr esto, sin más remedio, habrá que superar ya ese “cristianismo secular”, esa desfiguración de un cristianismo diseñado según la moda y el pensamiento de cada época que anteriormente vimos.

No seamos ilusos, tampoco ingenuos: es una etapa difícil la que nos toca vivir, de derrumbamiento de una cultura y el emerger como sistema la postmodernidad que todo lo invade. Los caminos de la Iglesia deben ser claros; la pastoral de la Iglesia determinada y firme; la teología elocuente y sólida; la espiritualidad, madura y recia.
Éstos son los retos y aquí -con análisis claros- es donde deben converger los pensamientos y las líneas de acción en lugar de la dispersión que genera la secularización interna de la Iglesia o la discusión de los usos y costumbres para volvernos a encerrar en nosotros mismos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Oración de intercesión


“Ese pedir unos por otros al Padre de todos, ¡qué abundante y espléndidamente está comprobado en el Evangelio! Ésa es precisamente la eficacia asombrosa de la intercesión.

Uno de los puntos de vista más interesantes para penetrar y contemplar las intimidades del Corazón de Jesús y recrearse ante un mundo de maravillas y encantos es lo fácil que se muestra en el Evangelio a la intercesión.

El Evangelio enseña que no eran siempre los necesitados de milagros los que pedían y obtenían, sino que unas veces no eran pedidos, aparentemente al menos, y otras veces, quizás las más, aquellos milagros y aquellas grandes curaciones eran solicitados y alcanzados por un mediador, pariente, amigo o simplemente un compadecido del doliente.
Asimismo consta que no eran siempre santos, ni aun leales de Jesús, los que se acercaban a abogar por otros.

Tratando de descubrir el porqué de ese proceder de Jesús, ¡qué misterios de misericordia, qué milagros de condescendencia, qué delicadezas tan divinamente humanas y tan humanamente divinas se encuentran!
Yo invito a las almas sedientas de secretos y de intimidades del Corazón de Jesús en su vida de Sagrario a que repasen y saboreen esos milagros de la intercesión y les aseguro una cosecha óptima de sorpresas y aspectos y saboreos de su amor insospechados, sobre todo si en esas intercesiones tan eficaces reparan en la desproporción tan enorme ante el ruego, la advertencia o el simple aviso del intercesor y la respuesta de poder, de amor, de docilidad, de todo un Dios-Hombre.

No se lee que jamás rechazara la intercesión de amigos, en cambio llegaba hasta obedecerlos con la fidelidad de un criado que va detrás de su señor a lo que mande.

¡Cuántas veces expone el evangelista la respuesta de Jesús a alguna petición que se le hacía en favor de otro, con estas palabras: Jesús se ponía a seguirlo!

Y cuando la intercesión era desordenada, en vez de rechazarla, la rectificaba y rectificada la concedía. ¡Que lo diga la mujer del Zebedeo!

Entremos, almas de Sagrario, en esas intimidades de Jesús y en esos secretos para obtener de su Corazón cuantos favores queramos y necesitemos.

Continuemos desentrañando el secreto de la eficacia de la oración que se hace a Jesús por intercesión y por medio de otro”.
Beato D. Manuel González, Oremos en el Sagrario,
en O.C., Vol. I, nn. 908-909.

martes, 10 de agosto de 2010

Edith Stein: cualidades de lo intelectual

Ayer, en honor a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, estuve repasando por la noche su autobiografía que en español, en "Editorial de espiritualidad", se tituló "Estrellas amarillas". Figura por supuesto en sus obras completas, 5 volúmenes muy respetables publicados por Monte Carmelo-Editorial de Espiritualidad.

Ella comenzó a escribir esta autobiografía desde su nacimiento y recuerdos infantiles y llegó hasta su etapa en Friburgo, en 1916, cuando logra el doctorado. Abarca de manera muy amplia sus años académicos y se ve con qué pasión, con qué interés, con qué amor, describe su formación académica y sus preciosos años (no exento de dificultades, claro) en la Universidad de Breslau, luego Gottinga y su paso por Friburgo.

Conociendo sus experiencias académicas así como su proceso personal, se puede determinar hasta qué alto grado Edith Stein era una verdadera intelectual, una mujer dedicada al pensamiento y a la filosofía, trabajando con los filósofos de su tiempo, especialmente su director de tesis, Husserl (la fenomenología) y algunos más (Lipps, Reinach, Max Scheler...).

Quien se dedica a la vida intelectual y al estudio ha de poseer un carácter reflexivo, pensándolo todo, observando la realidad y las cosas, escuchando más que hablando, porque sólo poseyendo hondura interior se puede llegar a alcanzar un pensamiento propio. Así era ella de niña y así fue su carácter:
"En la escuela, mi comportamiento era callado y sereno, cosa que asombraba a toda la familia. Pero esto se debía a que yo me había sumergido en mi mundo interior. En parte también se debía a la forma inadecuada con que los mayores acostumbran a tratar a los niños. Cuando comenzaba a hablar de algo que consideraban inapropiado para mi edad, se reían y lo tachaban de innecesaria curiosidad. Por eso prefería permanecer en silencio y no decir nada. En la escuela fui bien considerada. Quizá dijese en las clases algunas cosas que la mayoría de mis compañeros no entendían. Yo no lo percibía y los maestros no lo daban a entender más que distinguiéndome con buenas notas" (Cap. 2).

lunes, 9 de agosto de 2010

Una buscadora de la Verdad (Edith Stein)

El 9 de agosto de 1942, en una cámara de gas, fue inmolada en el campo de concentración de Auschwitz, Edith Stein, cuyo nombre en religión es "Teresa Benedicta de la Cruz", carmelita descalza de origen judío.

Es una mujer grande, intelectualmente capaz, aunque su carácter era reservado para defender su corazón sensible. Poseía el halo de sabiduría que permitía que los alumnos (en las Dominicas, o en otros ámbitos) se le acercasen cautivados de su profundidad de pensamiento y del don de comunicar. Era del tipo de personas que tal vez externamente no brillan porque no son populistas... pero que cuando pronuncian unas palabras, éstas tienen peso, sabiduría, y llegan a los demás, provocándoles una mayor búsqueda de la Verdad; personas interesantes que no deslumbran de entrada ni a primera vista, pero que al tratarlas con detenimiento se revelan con un corazón sabio e inteligente.

Esta mujer fue una buscadora. ¿De qué? De Dios, de la Verdad. Su infancia la pasa fiel a sus raíces judías y a la piedad del pueblo de Israel, pero en su juventud se va distanciando, todo le parece vacío. Cuando llega a la Universidad a sus estudios de psicología y luego de filosofía, cae en el ateísmo completo. 

"En aquella época, en sus años jóvenes de estudiante, el tiempo no había sido marcado aun para ella por la cruz de Cristo; pero ésta, constituía ya el objeto de una continua búsqueda y tarea de investigación para su fino entendimiento. Como Edith misma confiesa, cuando tenía quince años e iba aún a la escuela en su ciudad natal, Breslau, aquella muchacha, nacida en una familia judía, decidió “dejar de rezar”. A pesar de que siempre la había impresionado profundamente la fe fuerte de su madre, durante sus años juveniles y de estudios, cae en el mundo espiritual del ateísmo. Consideraba inadmisible la existencia de un Dios personal.

domingo, 8 de agosto de 2010

El método de Santo Domingo

Maravillosa la pintura del Beato Fra Angelico representando a su fundador santo Domingo: mirada baja, reflexiva, con una suavidad grande en el rostro y dulzura en el movimiento y en el color. Era difícil reflejar el espíritu de santo Domingo, pero lo logró.

Oración, estudio y predicación fueron los elementos del carisma dominicano, en adecuada proporción: por amor a Cristo, por amor a la Verdad. Estos elementos armonizados así por santo Domingo para sus Predicadores, él los vivió en grado sumo, pero además los ofrece a todos y cada uno de nosotros como un método válido para el apostolado y la vida católica. 

El motor siempre que impulsa a esta realización es el amor a Cristo que es siempre amor a la Verdad. Santo Domingo vive una tensión espiritual por amor a Cristo nuestro Señor, una tensión espiritual por el amor a la Verdad. Ésta pide ser contemplada suavemente, pensada y reflexionada, estudiada y profundizada, porque el hombre, todo hombre, tiene sed de la Verdad, sed de Cristo, aunque no la identifique.

Para santo Domingo el acceso a la Verdad (y Cristo es la Verdad y el Camino) requería horas de estudio, de lectura, de confrontación de autores. El mismo estudio era para él, si lo hacía en presencia de Cristo, una de sus nueve maneras de orar. El estudio, con la ascesis que conlleva estudiar, encerrarse, agotarse, pensar (¡y hoy apenas se valora el ejercicio intelectual, se lo minusvalora!), era un modo de oración pues trataba de los misterios de Dios. 

Lo estudiado era llevado luego a la contemplación, es decir, lo leído, trabajado con los libros, se convertía en materia de oración y consideración explícita ante el Señor, para que no solamente la inteligencia avanzase y fuese iluminada, sino que el corazón fuese afectado por lo estudiado, enfervorizado por el Misterio que se conocía mejor por el estudio. La oración de santo Domingo era contemplativa, suave y pacífica, desde lo estudiado, sin dicotomía, sin las formas devocionales que separan dramáticamente la inteligencia del Misterio y la oración ante el Misterio, sino integradas. Lo leído en el estudio se convertía en el "tema" de la oración para convertir el corazón. Así, para saber teología, para elaborar teología, se necesita mucho estudio, mucha lectura, muchos libros de autores diferentes que se confrontan y se piensan razonadamente -no se es teólogo por leer un solo libro o asistir a un solo cursillo o cursar unas asignaturas mirando sólo a los exámenes- y luego se ora lo estudiado para asimilarlo vitalmente.

sábado, 7 de agosto de 2010

Eucaristía: Banquete pascual

La celebración de la Misa es Banquete porque la Eucaristía es el pan de la vida, dispuesto para ser comido y ser adorado; Banquete pascual, con su contenido explícitamente religioso y no secularista, y con un matiz escatológico, pues prefigura el banquete de Bodas del Cordero.

Estamos pues ante un Banquete distinto (y afirmar esto no es negar sus otras dimensiones, como el ser sacrificio, o la Presencia real). La Tradición de la Iglesia interpretó así el sacramento de la Eucaristía viendo en todos los banquetes en los que Jesús participó un anuncio del verdadero Banquete; también Jesús Resucitado se hace presente comiendo con sus apóstoles en comidas pascuales... y la imagen del Banquete (y Banquete de Bodas) le servirá al Señor para explicar los misterios del Reino de Dios.
 

La Eucaristía siempre ha tomado forma de Banquete; sus elementos principales son comida, pan y vino, "eucaristizados", "espiritualizados", transformados en el Cuerpo y Sangre del mismo Señor; los vasos litúrgicos siempre tuvieron una forma solemne: patenas amplias y cálices grandes; el altar del Sacrificio es una Mesa (nunca fue excesivamente grande, sino pequeña y cuadrada) que se reviste con manteles y velos festivos... y el signo principal es, después de la consagración, la fracción del Pan consagrado para que los fieles participen del Banquete comiendo el Cuerpo del Señor y bebiendo su Sangre.

viernes, 6 de agosto de 2010

Sobre Pablo VI: ¿nos acordamos de él?

Hay deberes de gratitud que no pueden soslayarse, y uno de esos deberes es el reconocimiento a las personas, a los autores o a los maestros que a uno lo han ido edificando con paciencia, poniendo cimientos sólidos, edificando con una trabazón hermosa y compacta, embelleciendo con la Verdad la construcción de lo personal. Cada uno tiene en su vida determinados maestros, incomparables, que son padres del alma.
Para mí, uno de ellos, es Pablo VI. Leo y releo sus encíclicas y sobre todo sus catequesis semanales, sus discursos, rezo con sus plegarias, asumo su visión y me enseña a amar la Iglesia terrible, apasionadamente, con una impronta cristológica.

De un plumazo, con una gran desmemoria histórica, con falta de rigor y juicio, este Papa ha pasado al ostracismo, juzgado en todas sus decisiones, discutido en su Magisterio (todo les parece mal de Pablo VI, y todo les parece bien de otros Papas igualmente legítimos), citado sólo en lo del "humo de Satanás" y en la Humanae vitae, pero nada más (¿se olvidan de Ecclesiam suam, o de Evangelii Nuntiandi, o de Gaudete in Domino, o de Populorum progressio...?)

En una viaje marcadamente intencionado de Benedicto XVI a la tierra natal del papa Montini (y no era viaje de ocasión por un aniversario), dejó discursos bellísimos para ensalzar a Pablo VI, pero estos discursos no se han querido leer ni escuchar.
"Aprovecho esta propicia ocasión, queridos amigos, para alentaros a dar a conocer cada vez más la personalidad y la doctrina de este gran Pontífice, no tanto desde el punto de vista hagiográfico y conmemorativo, sino más bien en el sentido de la investigación científica —y esto, justamente, se ha remarcado—, para ofrecer una aportación al conocimiento de la verdad y a la comprensión de la historia de la Iglesia y de los Pontífices del siglo XX. Cuanto más conocido es el siervo de Dios Pablo VI, tanto más es apreciado y amado. A este gran Papa me unió un vínculo de afecto y devoción desde los años del concilio Vaticano II" (Discurso, Brescia, 8-11-2009).

 Y además:

"Este venerado predecesor mío fue maestro de vida y testigo valiente de esperanza, no siempre comprendido, más aún, muchas veces contestado y aislado por movimientos culturales dominantes entonces. Pero, sólido a pesar de ser frágil físicamente, guió sin titubeos a la Iglesia" (ibíd.) 

O asimismo, las palabras en un ángelus:
"La divina Providencia llamó a Giovanni Battista Montini de la cátedra de Milán a la de Roma en el momento más delicado del Concilio, cuando la intuición del beato Juan XXIII corría el peligro de no tomar forma. ¡Cómo no dar gracias al Señor por su fecunda y valiente actividad pastoral! A medida que nuestra mirada retrospectiva se hace más amplia y consciente, resulta cada vez más grande, me atrevería a decir más sobrehumano, el mérito de Pablo VI al presidir la asamblea conciliar, al llevarla felizmente a término y al gobernar la agitada fase del posconcilio.

En realidad, podríamos decir, con el apóstol san Pablo, que la gracia de Dios en él "no fue vana" (cf. 1 Co 15, 10). Hizo fructificar sus notables dotes de inteligencia y su amor apasionado a la Iglesia y al hombre. A la vez que damos gracias a Dios por el don de este gran Papa, nos comprometemos a sacar provecho del tesoro de sus enseñanzas" (3-agosto-2008).

Ojalá, con este sencillo homenaje en un artículo perdido en Internet, alguien se anime a leer el magisterio del papa Montini que, con el paso del tiempo, desvela mayor riqueza, hondura y belleza.

jueves, 5 de agosto de 2010

Amor eucarístico y oración del sacerdote

“Jesús está presente en la Eucaristía para ser encontrado, amado y recibido, consolado. Donde quiera está el sacerdote, allí está presente Jesús, porque la misión y la grandeza del sacerdote es precisamente la celebración de la santa Misa”. (JUAN PABLO II, Homilía en el Corpus Christi, 14-6-1979).


“El amor eucarístico es el que diariamente renueva y fecunda la paternidad espiritual del sacerdote, asimilándolo cada vez más a Cristo-Víctima y haciéndolo, por tanto, como Él ‘pan’ de las almas, mientras se consume voluntariamente por ellas en un amor que les comunica la gracia de la salvación. Y en este expropiarse de sí mismo, el sacerdote halla su verdadera grandeza y el atractivo que él sabe ejercer en las almas, invitándolas a imitar el ofrecimiento que el Cordero de Dios hace de Sí mismo al Padre para la redención del mundo”. (JUAN PABLO II, Discurso a los sacerdotes en Téramo (Italia), 30-6-1985).


“Jamás dejéis de creer que el afán de coloquio íntimo con Jesús eucarístico, las horas pasadas de rodillas ante el tabernáculo, detengan o disminuyan el dinamismo de vuestro ministerio. Lo contrario es la verdad exactamente. Lo que se da a Dios nunca es perdido para el hombre”. (JUAN PABLO II, Discurso al Congreso Sacerdotal, 16-2-1984).


“No temáis que el tiempo consagrado al Señor quite algo a vuestro apostolado. Muy al contrario, ello será fuente de fecundidad en el ministerio”. (JUAN PABLO II, Discurso a los sacerdotes, Méjico, 27-1-1979).

miércoles, 4 de agosto de 2010

La forma de pedir a Dios


La oración requiere una buena dosis de abandono en la Providencia, también en nuestra oración de petición y en la intercesión que hagamos.

Pedimos, y en lugar de concretar la petición, le indicamos al Señor que pedimos lo mejor, aquello que Él conoce pero que nosotros puede que nos vislumbremos y nos equivoquemos al pedir.


“Yo por mi parte al Señor le digo, que como no entiendo sus planes..., que haga lo que quiera y le ofrezco mis oraciones y mis súplicas, pero
para que Él ponga, que sabe más que yo..., el motivo, y así no pido lo que no conviene.

En cambio a la Virgen María, sencillamente le digo lo que pasa..., pero es para que no se le olvide.
Cristo dijo: “Pedid y recibiréis”...

Yo pido mucho, pero para no pedir lo que no conviene,
le pido a Dios lo que Él quisiera que le pidiéramos...”
(Santo Hermano Rafael, OC, n. 829).

martes, 3 de agosto de 2010

Dormir tranquilamente (Providencia y Esperanza)

Esas almas flamantes, esas almas frescas.
Frescas en la mañana, frescas al mediodía, frescas en la tarde.
Frescas como las rosas de Francia.
Esas almas de cuello no doblado. Ese es el secreto de ser infatigables.
Es por dormir. Por qué los hombres no lo usan.
Yo he dado ese secreto a todo el mundo, dice Dios. No lo he vendido.
El que duerme bien, vive bien. El que duerme, ora.
(También el que trabaja, ora. Pero hay tiempo para todo. Ya sea el sueño ya el trabajo.
Y el trabajo y el sueño son hermanos los dos. Y ellos se entienden muy bien juntos.
Y el sueño conduce al trabajo y el trabajo conduce al sueño.
El que trabaja bien duerme bien, el que duerme bien trabaja bien.
Hace falta, dice Dios, que haya una confianza,
Que haya sucedido algo
Entre este reino de Francia y esa pequeña Esperanza.
Hay allí un secreto. Aciertan en ello demasiado bien. Sin embargo me dicen
Que hay hombres que no duermen.
Yo no amo al que no duerme, dice Dios.
El sueño es el amigo del hombre.
El sueño es el amigo de Dios.
El sueño es quizá mi más bella creación.
Y yo mismo reposé al séptimo día.
El que tiene el corazón puro, duerme. Y el que duerme tiene el corazón puro.
Es el gran secreto de ser infatigable como un niño.
De tener como un niño esa fuerza en las piernas.
Esas piernas, esas almas nuevas
Y de recomenzar todas las mañanas, siempre de nuevo,
Como la joven, como la nueva
Esperanza. Pero me dicen que hay hombres
Que trabajan bien y que duermen mal.
Que no duermen. Qué falta de confianza en mí.
Es casi más grave que si trabajaran mal y durmieran bien.
Que si no trabajaran pero durmieran, porque la pereza
No es un pecado más grande que la inquietud
Y aun es un pecado menos grande que la inquietud
Y que la desesperación y la falta de confianza en mí.
No hablo, dice Dios, de esos hombres
Que no trabajan y que no duermen.
Aquellos son pecadores, por supuesto. Se lo tienen merecido.
Los grandes pecadores. Ya pueden ellos trabajar.
Hablo de los que trabajan y no duermen.

lunes, 2 de agosto de 2010

El Evangelio en el Sagrario


“El Jesús del Evangelio es el mismo Jesús vivo del Sagrario.

Aquí como allí dice y hace lo mismo. ¡Ah! ¡Si esta fe viva en Jesús vivo Sacramentado invadiera y llenara nuestra alma!

¡Con qué ganas se exclamaría, se gritaría, ante estas efusiones de la Misericordia divina sobre la miseria humana!: ¡Bendita la oración, que lleva como de la mano y dobla las rodillas y abre las bocas, y arranca los gemidos y las lágrimas de los miserables y coge como el Corazón al Padre del cielo y al Hermano divino del Sagrario y les invita y obliga y empuja a hacer milagros de perdones de almas, de curaciones de cuerpos, de resurrecciones de cuerpos y de almas, de lágrimas trocadas en perlas de diadema y de tierras de abrojos trocadas en cielos de delicias!

Firme en mi propósito e hacer de esta nobilísima ocupación del alma la ocupación diaria, frecuente y, aun diría, perenne, ante la Casa de Jesús vivo en la tierra, de todos los hombres, desde los niños y rudos, hasta los consumados en saber y en santidad, quisiera presentar página por página esta variadísima y pintoresca serie de modos de orar del Evangelio, para trasladarlos a los Sagrarios cristianos; pero ¡cuántos libros se necesitarían! He de contentarme con presentar, a modo de índice, fórmulas y maneras de orar del Evangelio, dejando a la acción del Espíritu Santo y a la cooperación de la buena voluntad de cada uno el saboreo de ellas y la adaptación de las mismas al estado de Jesús en el Sagrario y a la situación de cada alma”.

Beato D. Manuel González, Oremos en el Sagrario,
en O.C., Vol. I, nn. 900-901.

domingo, 1 de agosto de 2010

Plegaria al amor del Corazón de Cristo


Nos atrae con poder misterioso,
nos encierra en sí en el seno del Padre
y nos da el Espíritu Santo.


Este corazón palpita para nosotros en el pequeño tabernáculo

donde permanece misteriosamente oculto en aquella silenciosa, blanca forma.

Éste es, Señor, tu trono de Rey en la tierra,

que tú has erigido visiblemente para nosotros,

y te gusta ver acercarme a él.


Tú hincas tu mirada lleno de amor en la mía,

e inclinas tu oído a mis suaves palabras
y llenas el corazón con profunda paz.


Pero tu amor no encuentra satisfacción
en este intercambio
que todavía permite separación:

tu corazón exige más y más.

Tú vienes a mí cada mañana como alimento,

tu carne y sangre son para mí bebida y comida

y se obra algo maravilloso.


Tu cuerpo cala misteriosamente en el mío,
y tu alma se une a la mía:

ya no soy yo lo que era antes.

Tú vienes y vas, pero permanece la semilla

que tú has sembrado para la gloria futura

escondida en el cuerpo de polvo.


Permanece un resplandor del cielo en el alma,

permanece una profunda luz en los ojos,
una suspensión en el tono de la voz.


Permanece el vínculo, que une corazón con corazón,

la corriente de vida que brota del tuyo

y da vida a cada miembro.


Qué admirables son las maravillas de tu amor,

sólo nos asombramos, balbuceamos y enmudecemos,
porque el espíritu y la palabra no pueden expresar.

(Edith Stein, “Yo estoy con vosotros”,
en Obras completas, vol. 5, Burgos 2004, pp. 799-803).