lunes, 31 de octubre de 2016

Sentido de catolicidad al participar (II)

De la naturaleza eclesial de la liturgia se sigue la forma católica -universal, integradora- de orar y de interceder.

La catolicidad huye del espíritu de "capillismo", de mirar sólo al propio campanario, a lo pequeño y cerrado del propio ambiente: mira más allá de sí mismo y de lo mío (carisma, espiritualidad, parroquia, comunidad) extendiendo el corazón a todas las dimensiones de la Iglesia con una verdadera solicitud.


La oración eclesial siempre es católica, es decir, incluye a todos, mira por todos, abarca e incluye a todas las realidades eclesiales, a todos los miembros de la Iglesia así como a todos los hombres.


            De aquí, de este concepto católico se derivan muchas consecuencias[1]; en la participación interior en la liturgia, más concretamente, lleva a orar realmente por todos, ensanchando los espacios de la caridad, hacia cualquiera que necesite oración, y no simplemente las propias y personales necesidades.

            En la celebración eucarística hay un momento en que el pueblo cristiano ejerce su sacerdocio bautismal intercediendo por todos los hombres y la salvación del mundo: es la oración de los fieles:

domingo, 30 de octubre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XV)

Ser iniciados en la oración es tarea amplia, y hay que pensarla como algo a largo plazo, porque todo aprendizaje es delicado para asumir contenidos, integrarlos y hacerlos nuestros de manera que broten con espontaneidad.


El aprendizaje o la iniciación a la adoración eucarística también lleva su tiempo. Pero se comienza el aprendizaje estando de rodillas muchas veces ante el Señor en la custodia. Las técnicas y los consejos vendrán luego a iluminar las situaciones personalísimas de cada orante. 

Uno comienza estando, y estando de rodillas, mucho tiempo, mirando al Señor eucarístico.

Después comienza la oración, el tiempo, la pobreza del corazón ante el Señor, las dificultades; es cuando hay que perseverar y dejarse iluminar.

viernes, 28 de octubre de 2016

Cristo en la Iglesia

Como Cristo no es un personaje mítico del pasado, ni un ideal, ni un sentimiento afectivo, sino una Persona real, el Hijo de Dios encarnado, muerto y glorificado. Con Él podemos tener contacto, tratarlo, y Él puede curarnos, sanarnos, alimentarnos y nutrirnos mediante su Iglesia, que es la mediación elegida por Él.

La Iglesia tiene por centro a Jesucristo, la Iglesia vive de Jesucristo y la Iglesia posibilita el acceso real, concreto, personal, a Jesucristo.

Que la vida de la Iglesia sea Cristo es algo cargado de consecuencias: su vida es el Señor, no la mera filantropía y la asistencia social. Que la vida de la Iglesia sea Cristo supone el primado de la Gracia, volviendo una y otra vez a su centro sin derramarse en la periferia, en las acciones o incluso en el activismo.

Cristo mismo ha querido a su Iglesia como el medio, el lugar, el signo y el ámbito que posibilite darse a sus hermanos.

Cristo sin Iglesia estaría "desencarnado", alejado; la Iglesia sin Cristo sólo sería una sociedad con ansias de espiritualidad o un grupo benéfico más.

"Cristo no solamente es el único que garantiza el conocimiento verdadero de Dios, sino que él es también la persona a través del cual debe pasar el movimiento vivo hacia Dios, si quiere culminar realmente en él, tal como lo reafirma con toda energía en el Evangelio según san Juan: "Yo soy el Camino. Nadie va al Padre, sino por mí" (14,6).

miércoles, 26 de octubre de 2016

Variedad y usos romanos

De unos años para acá, hay una clara exaltación del rito romano realizada de una manera extraña: se absolutiza el Rito romano como si fuera el único católico y para denigrar la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, se fija una línea única de continuidad entre el Misal de san Pío V hasta los orígenes, soñando y defendiendo que es la misma Misa, es decir, la misma forma litúrgica plasmada en un Misal, empleada ya por san Gregorio Magno.

Se hace una ficción mental: como si ya desde san Gregorio o antes incluso, la Misa se desarrollase en los tres ángulos del altar, sin cátedra ni ambón; las casullas fueran de corte barroco (de guitarra, decimos por aquí); las genuflexiones se hiciesen antes y después de la elevación de la Hostia; los fieles comulgasen ya de rodillas y sin el cáliz; el ofertorio fuera una amalgama de apologías y oraciones del sacerdote, etc., etc. Cualquiera que estudie los diferentes misales y pontificales romanos desde los Sacramentarios más antiguos hasta Trento verá las evoluciones, añadidos y supresiones así como la variedad de usos romanos, ya que más que un Rito romano fijado antes de san Gregorio o con san Gregorio, lo que vemos es una pluralidad de usos romanos que sí poseen unas cuantas características comunes.

Para presentar que el Rito romano -y lo piensan como el Misal de san Pío V- era el único en Occidente y por tanto tiene la supremacía, he llegado a leer en Internet la barbaridad de que el Rito hispano-mozárabe era realmente un Rito arriano pero que con la conversión de Recaredo (589) se adaptó y asumió por la Iglesia hispana sustituyendo al Rito romano que aquí existía.

lunes, 24 de octubre de 2016

El juicio moral y la formación de la conciencia

Hemos de seguir el juicio de la conciencia siempre, pero hemos de procurar que el juicio sea correcto y que la ignorancia vencible se ilumine reconociendo el bien. Ninguna acción es buena simplemente por seguir el juicio de la conciencia, porque ésta puede estar deformada; por ejemplo, los terroristas tal vez pueden obrar según el juicio de su propia conciencia, pero está claro que está conciencia está deformada: el asesinato jamás es un bien. O si recordamos la película "Vencedores y vencidos", una recreación sobre los juicios de Nuremberg, veremos claramente expuesto el problema.


La doctrina católica señala que hemos de obrar según el juicio formulado por la conciencia; sigamos el Catecismo:

1786 Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.

1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.

El hombre debe obedecer a su conciencia:
"La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo" (CAT 1790).
Sabemos que "en este plano, el plano del juicio (el de la conscientia en sentido estricto), es válido el principio de que también la conciencia errónea obliga. En la tradición del pensamiento escolástico, esta afirmación es plenamente inteligible. Nadie debe obrar en contra de sus convicciones, como ya había dicho san Pablo (cf. Rm 14,23)" (Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 32).

sábado, 22 de octubre de 2016

Hemos sido ungidos

Tanto en el Bautismo como en la Confirmación, se nos impuso el aceite consagrado, el santo crisma, que nuestra piel asumió, dejándonos marcados, sellados para siempre. De esta manera, sacramental, fuimos llenados del Espíritu Santo.


Hemos sido ungidos, nosotros al igual que Jesucristo, recibiendo el Espíritu Santo que actúa interiormente para nuestra santificación, como guía, luz, maestro, consuelo, abogado. Así, ungidos, somos agraciados con los dones y frutos del Espíritu Santo, desarrollando la vida de Cristo en nosotros mismos.

La Unción es un don, una gracia, para nuestra santificación, para nuestra divinización, haciéndonos particípes de la misma vida divina. La Fuente de toda santificación y unción es la Humanidad glorificada de Jesucristo, convertido en Señor del Espíritu.

jueves, 20 de octubre de 2016

La transformación de los santos (Palabras sobre la santidad - XXXI)

Los santos son aquellos que han recibido una profunda transformación en su ser, podríamos decir que fue una "luminosa transformación". Como en el Tabor Cristo se transfiguró revelando la verdad y la belleza de su ser, y brotando de Él la luz, así en el santo, en cada santo, se ha llevado a cabo una verdadera transfiguración de su persona reflejando la luz que le venía del Señor.


Somos opacos por nuestros pecados; pero la luz que nos viene dada permite que la materia de nuestra alma se vaya purificando hasta llegar a ser translúcida, dejando que "su luz nos haga ver la luz" (cf. Sal 35), convirtiéndose el santo en un hombre nuevo. Quien mira a un santo no lo ve solamente a él, sino que ve a Cristo mismo a través del santo, como reflejándose y mostrándose.

Para llegar a eso, el santo ha sido iluminado poco a poco, purificado, trabajado interiormente, transfigurado.

"El hombre reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina:  purificando su corazón, vuelve a ser, como al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar (cf. S. Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 6:  SC 453, 174). De este modo, el hombre, al purificarse, puede ver a Dios, como los puros de corazón (cf. Mt 5, 8):  "Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. (...) Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquel que anhela tu corazón y serás feliz" (Id., De beatitudinibus, 6:  PG 44, 1272 AB). Por consiguiente, hay que lavar las fealdades que se han depositado en nuestro corazón y volver a encontrar en nosotros mismos la luz de Dios. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

Palabra y silencio, bien articuladas (y II)

Mas el criterio que vehicula la relación entre la palabra y el silencio puede determinarse por el orden teológico, por el plano sobrenatural.

Dios es Palabra, que se revela gratuitamente, libremente, soberanamente, y el silencio es la recepción activa, por fe, de esa Palabra pronunciada por Dios.

La articulación de la palabra y el silencio, su mutua relación y dependencia, cobran luz y vigor contempladas según la pedagogía de la Revelación de Dios y determina, primero, el proceso mismo de la fe, pero también en segundo lugar, la manera cristiana de comunicarse y vivir.

Éste es el planteamiento que seguía Benedicto XVI en el Mensaje de 2012 para la Jornada de las comunicaciones sociales, con una lección de teología sublime y clara.

"Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada… El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. “Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto y oído”, para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.

martes, 18 de octubre de 2016

El progreso espiritual (u orante)

Con el siguiente texto como catequesis para hoy, todos deberíamos cuestionarnos nuestro avance interior en la vida cristiana, confrontando lo que somos y hacemos hoy, el punto en el camino en que estamos, con aquello que estamos llamados a ser, la meta del camino trazada por Cristo.


La vida cristiana es un continuo avance, un camino, un progreso. Estancarse es perderse y morir; estar siempre igual sin avanzar es permitir que la oración se detenga, que pierda fuego y gracia.

Hemos pues de verificar el crecimiento del hombre nuevo, el hombre interior, en nosotros.


"Ahora se puede decir una palabra respeto al progreso espiritual. ¿Qué conviene entender por él? Poseemos los principios de una respuesta.

De entrada, el progreso espiritual está contenido en el misterio de Cristo y determinado por él. No es posible entonces, no solamente acercarse a Dios fuera de Cristo, sino sobre todo sobrepasar a Cristo para conocer a Dios en la verdadera libertad del Espíritu: quien rechaza o simplemente aparta de su vista al Jesús prepascual y a la institución eclesial, no conoce a Dios y no posee la libertad espiritual.

lunes, 17 de octubre de 2016

La antropología cristiana: horizontes de grandeza

Necesitamos conocer bien la naturaleza humana, es decir, la antropología, el estudio sobre el hombre porque así y sólo así desarrollaremos de verdad lo humano en nosotros, sin el embrutecimiento de antropologías que reducen al hombre: lo reducen al sentimiento, al sexo, al afecto, a la inteligencia racionalista, a la pulsión y deseo ambicioso, etc.

Conocer lo que somos por naturaleza para luego desarrollarlo; saber lo que somos para cultivarlo pacientemente. Ésta es la pregunta sobre el hombre.


Pero hay algo más. La antropología cristiana es definitiva y última en razón de la revelación. Sabemos lo que es el hombre cuando vemos y descubrimos que ha sido creado -¿quién se da a sí mismo? ¿quién organiza el cuerpo humano? ¿de dónde le viene la libertad, la inteligencia, el deseo, la apertura de su alma?- y que ha sido redimido por Cristo, mostrando toda la verdad del ser humano. Todo halla su fuente en Cristo, Modelo y Arquetipo del hombre, porque todo hombre ha sido plasmado a imagen de Cristo y halla su plenitud humana, sobrenatural, en Cristo. Dejémoslo así sin más matizaciones.

A la hora de saber, y es urgente, qué es el hombre, su grandeza, sus límites, su vocación de eternidad, etc., sólo podemos hacerlo en Cristo y desde Cristo, a la luz de Cristo, reconociendo enteramente lo que Él nos revela y muestra en su divina Persona. Sea el Concilio Vaticano II el que diga estas sublimes verdades:

"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado... Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles" (GS 22).

 Explicando la antropología cristiana, con el lenguaje claro que le caracteriza, Pablo VI dedicó una catequesis que es hoy para nosotros, nuestra formación y catequesis; basta leerla, reflexionarla, sacar consecuencias.


sábado, 15 de octubre de 2016

Cristo con santa Teresa; Teresa con Jesucristo



La vida entera de Teresa de Jesús, así como su experiencia de la oración, la mística teresiana, etc., están marcadas por Jesucristo. Lo cristológico abarca todo en ella. Esto viene a significar algo tan elemental, aunque en ocasiones se relegue o se oculte, como que el cristianismo es la experiencia personal del encuentro con Cristo, un Acontecimiento único, que da un nuevo sentido a la propia vida y que el cristianismo no se convierte en una ética social o en una filosofía entre tantas otras. El gran papa Benedicto XVI, en su primera encíclica, ofrece la síntesis programática del cristianismo, que santa Teresa de Jesús encarnó en su vida absolutamente. Decía el Papa en la encíclica Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n. 1).



            Cristo es el centro y la medida de todo. Cristo, Hijo de Dios, es la Verdad que ilumina la inteligencia, la razón humana; es quien llena el corazón y lo sacia de su deseo de plenitud y felicidad.

            Teresa de Jesús trató con Cristo; vivió una amistad fuerte con Cristo; hablaba con Él con libertad, esponjando el corazón: “tratad con El como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra” (C 28,3). Entraba santa Teresa en su interior y allí traía presente a Jesucristo; el recogimiento teresiano es mirar a Cristo y darse cuenta del amor con que Cristo ya entonces estaba mirando: “mire que le mira el Señor” (V 13,22); “no os pido más que le miréis” (C 26,3).

viernes, 14 de octubre de 2016

Palabra y silencio, bien articuladas

El mensaje del Papa Benedicto XVI en 2012, orientada para la Jornada de los Medios de comunicación social, fue una reflexión inusual, si pensamos en el contenido y en la ocasión.

Referente al contenido, articuló la "palabra y el silencio" como complementarias y hondamente humanas, que se reclaman y se necesitan mutuamente. Fue una lección del sabio humanismo cristiano, una enseñanza espiritual de primer orden.

Y referente a la ocasión, tal vez sorprenda que refiriéndose a los medios de comunicación social, buscase crear un espacio para la palabra y para el silencio, cuando el silencio está clamorosamente ausente y la palabra se convierte no en diálogo sino en muchos mensajes unidireccionales.

Toda palabra, para que sea humana, vehículo de relación personal y comunicación de la interioridad, pide el silencio en el que es pronunciada, el silencio del cual brota; la comunicación necesita silencio interior para saber y poder acoger las palabras del otro, su confidencia, su intimidad, sus búsquedas.

Así comenzaba el Mensaje del 2012:

"Deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.

El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos.

jueves, 13 de octubre de 2016

El salmo 131



                “El Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella”. He aquí que nos encontramos con un nuevo tipo de salmo y con unas nuevas categorías para interpretarlo. Es el salmo 131. Un salmo de los que se puede llamar históricos, porque narra acontecimientos de la historia, como es en este caso, la elección que Dios hace de Jerusalén como su ciudad santa, como la ciudad, la capital, donde el rey David pone su trono, donde está al arca y donde está el Templo. Toda la presencia de Dios se condensa en la ciudad santa de Jerusalén; santa por la presencia del Señor, santa por la elección que el Señor hizo de la ciudad de Jerusalén.


              Veamos completo este salmo:



Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
                                  no niegues audiencia a tu Ungido.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

martes, 11 de octubre de 2016

Sobre la esperanza (III)

La reflexión del card. Ratzinger sobre la esperanza -tal como hemos visto en dos catequesis anteriores- ofrece su relación con las esperanzas humanas finitas y quiere mostrar su fundamento en una realidad ontológica.


Ahora, avanzando más, quiere ofrecer, según sus propias palabras, un giro "franciscano", señalando cómo la esperanza y el franciscanismo son palabras vigentes y con fuerza aún hoy, para nosotros, que hemos de esperar en el Señor y debemos aprender a esperar con la esperanza verdadera.

Sean sus palabras las que nos catequicen, es decir, ilustren la inteligencia y forjen la conciencia con nuevas y claras orientaciones.


"Las dimensiones de la esperanza.
Su componente franciscano


a. Esperanza y posesión

A primera vista, podría parecer que las afirmaciones de la Carta a los Hebreos provienen de una visión platónica del mundo en la cual, al mundo visible de las apariencias, se opone la sustancia invisible, sola y única realidad, a la que se debe aferrar. Sin embargo, cuando se sigue el avance de este pensamiento, aparece cómo este esquema se pone al servicio de una dinámica de la esperanza que no ha podido nacer más que del encuentro con Cristo resucitado, con la promesa que no se cansa de expresar, sino que es él mismo. 

domingo, 9 de octubre de 2016

El sacerdote, don de Dios a los hombres

Grandeza del sacerdocio y tensión espiritual: en íntima unión con Dios, con corazón libre, y al mismo tiempo sumergido de lleno en el contacto con los hombres, al servicio de la Iglesia.

Es un hombre de Dios: su vida, sus afectos, sus intereses, están siempre y en todo ordenados primero a Dios, con una plegaria continua, la liturgia vivida, la oración personal. Lleno de Dios, se acerca a los hombres, a los fieles cristianos, para ser testigo, padre, maestro, hermano, santificador, consuelo.


Las esencias del ministerio sacerdotal deben preservarse de todo contagio, de toda mentalidad secularista, o de la mirada horizontalista, que todo lo quiere humanizante con falso humanismo, o del activismo que rompe la unidad personal y poco bien hace.

¡Sacerdotes de Cristo para la Iglesia! Siempre son un don.

"Conocemos vuestra dedicación al ministerio  y las ansias de vuestro apostolado.

                Conocemos también el respeto y reconocimiento que suscitan en tantos fieles vuestro desinterés evangélico y vuestra caridad apostólica. También conocemos los tesoros de vuestra vida espiritual, de vuestro coloquio con Dios, de vuestro sacrificio con Cristo y vuestras ansias de contemplación en medio de la actividad. Nos sentimos impulsados por cada uno de vosotros a repetir las palabras del Señor en el Apocalipsis: “Scio opera tua, et laborem, et patientiam tuam” (2,2).

                ¡Qué conmoción, cuánta alegría nos proporciona esta visión; qué reconocimiento! Os lo agradecemos y os bendecimos, en el nombre de Cristo, por lo que sois y por lo que hacéis en la Iglesia de Dios. Vosotros sois, con vuestros obispos, sus obreros de mayor valía, sus columnas, sus maestros, sus amigos y los dispensadores directos de los misterios de Dios (cf. 1Co 4,1; 2Co 6,4).


viernes, 7 de octubre de 2016

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

jueves, 6 de octubre de 2016

Las claves de la nueva evangelización (V)

Retomemos la conferencia de Ratzinger que, mes a mes, estamos estudiando en nuestra virtual catequesis de adultos, sobre la nueva evangelización, pronunciada en el Jubileo de los catequistas, en el año 2000.

Partía de la estructura y método de la nueva evangelización (I y II) y luego comenzaba a explicar, con su estilo claro, sistemático, organizado, el contenido de la nueva evangelización: la conversión (III) y el Reino de Dios (IV). Hoy leemos el siguiente contenido de la nueva evangelización: Jesucristo (V). 


Puede parecer evidente que el contenido de la evangelización sea Jesucristo, sin embargo, en la práctica, los hechos refutan esa evidencia. ¡Cuántas veces en lugar de Jesucristo se ha sustituido la evangelización por objetivos terrenales, de progreso, humanitarios, de 'valores'! El anuncio explícito de Jesucristo se silenciaba o, en el mejor de los casos, se relegaba a lo último e insignificante, más preocupados del progreso social y de las tareas de desarrollo, entendidas de manera secularizada.

¿De qué manera, con qué intensidad, es Jesucristo el contenido de la evangelización?

"Jesucristo

Con esta reflexión, el tema de Dios ya se ha ampliado y concretado en el tema de Jesucristo. Únicamente en Cristo y por medio de Cristo, el tema de Dios se hace realmente concreto: Cristo es el Emamanuel, el Dios-con-nosotros, la concreción del "Yo soy", la respuesta al deísmo. Hoy es fuerte la tentación de reducir a Jesucristo, el Hijo de Dios, a sólo un Jesús histórico, a sólo un mero hombre. No se niega necesariamente su divinidad, pero con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un Jesús posible y comprensible dentro de los parámetros de nuestra historiografía. Pero este "Jesús histórico" es un artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen del Dios vivo (cf. 2Co 4,4s; Col 1,15).

El Cristo de la fe no es un mito. El denominado "Jesús histórico" es una figura mitológica, autoinventada por diversos intérpretes. Los doscientos años de historia del "Jesús histórico" reflejan fielmente la historia de las filosofías y de las ideologías de este período.

martes, 4 de octubre de 2016

Oramos dentro de la Comunión de los santos

El cristiano jamás ora solo, a título privado, casi con un corte intimista y subjetivo. Cuando un cristiano ora, la Iglesia entera está orando por sus labios y por su corazón. Incluso el eremita más alejado en un desierto, o el contemplativo en su celda a solas con el Solo, el bautizado que entra en su aposento y cierra la puerta, jamás es una oración privada.


Lo que somos lo somos como Iglesia, cuando oramos, oramos como Iglesia, y en la oración están todos incluidos, todos orando, todos beneficiándose de la oración personal de uno, aun cuando la soledad sea extrema. Y es que los lazos bautismales son más fuertes: nos han hecho parte de un Cuerpo, de un pueblo santo, y todo nos pertenece a todos.

Un cristiano ora, incluso estando solo, en la Comunión de los santos. Recordemos una cita de san Juan Crisóstomo:

“El Señor nos enseña –dice S. Juan Crisóstomo- a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia” (Hom. In Mat. 19,4). 

Cualquier catequesis sobre el Padrenuestro lo avala: nuestra oración se da en el seno de la Iglesia y en cuanto miembros de la Iglesia. Nuestra vida recibe luces, gracias, por vivir la Comunión de los santos, de la que siempre recibimos invisiblemente mucho, y a la que entregamos y aportamos lo que somos, hacemos, sufrimos, oramos, intercedemos.


"De aquel que reza, todos los santos son sus compañeros. Con él, todos oran; con él, incluso en el cielo, combaten, ya que interceden ante Dios y vigilan activamente a sus hermanos de la tierra. Por otra parte, como el director o el padre espiritual, atestiguan, delante de él, la obra de Cristo y la operación del Espíritu según su forma eclesial, tanto ofreciéndola en Cristo según sus carismas respectivos como ofreciéndola a Dios en la unanimidad, diciendo con una sola voz: "Santo, Santo, Santo". Nada impide pensar que este o aquel santo está particularmente unido a este o aquel fiel: el santo patrón, santo Domingo para este hermano predicador, aquel otro santo que amaría particularmente a aquel fiel, o el que este fiel escogería. Estas preferencias pueden ser interiores a una verdadera comunión.

lunes, 3 de octubre de 2016

El Bien que orienta interiormente

Vamos a partir en esta catequesis sobre la conciencia de dos textos; uno del Concilio Vaticano II citado por el Catecismo de la Iglesia Católica, el otro es un texto patrístico.

La conciencia es la voz interior de Dios en el hombre, la instancia que por su propia naturaleza está dirigida, orientada, hacia el bien y, por tanto, tiende a buscar en todo el bien, a reconocerlo. Su estructura está hecha para el bien y la Verdad.



“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal [...]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón [...]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16)" (CAT 1776).

Esa ley que el hombre no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer, está dada por Dios y sembrada en el corazón del hombre para que éste actúe por connaturalidad con el bien, lo reconozca casi por instinto, como una fuerza seminal en su interior que se va desarrollando.

El texto, delicioso, de san Basilio Magno ofrece la perspectiva de esa acción previa de Dios en el hombre:

"El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección. Por esto, nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar aesta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior (Regla Monástica, respuesta 2,1).