viernes, 28 de febrero de 2014

Salmo 96: El Señor reina, la tierra goza

Se nos ofrece la ocasión de contemplar un salmo de alabanza que canta admirado la gloria de Dios, el salmo 96. El que ama a Dios, cuando lo mira, o contempla sus obras, queda maravillado, asombrado, y lo único que le brota del corazón es cantar y proclamar una y otra vez la gloria y majestad de Dios.

    “El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables”; en todo el orbe de la tierra, Dios es Dios; Dios es el único Señor, en el cielo, en la tierra, en el abismo; el Señor que todo lo creó, el Señor que es poderoso.

    “Justicia y derecho sostienen su trono”. “No es un Dios parcial”, no es como nosotros. El Señor es justicia y derecho, y a la vez, misericordia, pero “justicia y derecho sostienen su trono”. Y la voluntad de Dios es una voluntad de vida, sanadora y salvadora, la santificación, y el derecho es la justicia, la salvación que Él otorga a todo hombre.

    “Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra”. Uno contempla paisajes, montañas altas, y uno se siente muy pequeño. ¡Qué grande son las montañas! ¡Qué majestuosidad! Pues ante el Señor no son nada, “se derriten como cera”, como pequeños cabos de vela que aprovechamos. No son nada comparados con la gloria y la majestad de quien es nuestro Dios y Señor. Y contemplamos los cielos, y siempre el atardecer es un paisaje evoca muchas resonancias en el alma humana, pues contemplar los cielos es ver que “los cielos”, el firmamento, “pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria”. Si tan hermoso es un atardecer, tan inmenso el cielo, tan infinito o casi infinito es el universo, mayor es Dios que los creó, el autor siempre es mayor que su obra; por eso “los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria”, viendo la belleza de la creación que ha salido de las manos de Dios.

El Señor, tan maravilloso, tan magnífico, rey de todo lo creado, sin embargo, se fija en nosotros; no es distante, no es un Dios que pone en marcha el mundo y lo deja despreocupándose de su creación; aunque respete nuestra libertad, está volcado en nosotros. Por eso “el Señor ama al que aborrece el mal”


miércoles, 26 de febrero de 2014

Magisterio: sobre la evangelización (XIV)

Para evangelizar, es necesario estar evangelizado, es decir, que el evangelio y la Persona misma de Cristo hayan configurado completamente la persona.


Algo tan simple y sin embargo se nos olvida. A veces la fuerza la ponemos en los métodos, en los organigrama pastorales, en las reuniones... cuando no en pensar que con cambiar el libro de catequesis ya estamos evangelizando. ¡Un poco simplista! A veces los mismos evangelizadores se limitan a una tarea concreta y la viven así, a tiempo parcial, para un rato semanal, sin mayor convicción ni vida interior, limitándose a la Misa dominical (sin vida de oración, sin adoración eucarística, sin más nada); simplemente realizan una tarea pastoral, lo viven como si hicieran un favor y hubiera que estarles inmensamente agradecidos y se quedan en la superficie de la fe, de la realidad, del Misterio.

La cuestión no es tanto de método o libro o programación cuanto del evangelizador, de la persona que se pone al servicio del Evangelio.

domingo, 23 de febrero de 2014

La cruz siempre es redentora

En el árbol de la Cruz floreció el mejor fruto: ¡Cristo salvando! La Cruz es el mejor árbol, árbol de la vida, que repara aquel árbol del bien y del mal que trajo la ruina al hombre.


La fe de la Iglesia cantó a este árbol de la Cruz bendito y glorioso que nos trajo la salvación; "el árbol de la cruz en que estuvo clavada la salvación del mundo". Es el himno Crux fidelis:

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.

¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!


Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

...

jueves, 20 de febrero de 2014

Adoración eucarística - I

La adoración eucarística ha sido muy recomendada por la Iglesia, por su valor litúrgico y espiritual; una gran inversión "pastoral" en parroquias, comunidades, asociaciones, cofradías, etc., será el cultivo de la adoración eucarística, los amplios momentos (horas incluso) de la exposición del Santísimo en la custodia, que permiten orar, reflexionar, contemplar, interceder.



"Porque día y noche está en medio de nosotros [Cristo], habita con nosotros lleno de gracia y de verdad; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que a Él se acercan, de modo que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no ya las cosas propias, sino las de Dios. Y así todo el que se vuelve hacia el augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad" (PABLO VI, Mysterium Fidei, n. 37).

martes, 18 de febrero de 2014

Pensamientos de San Agustín (XXIV)

En ocasiones, el paladar espiritual sólo se acostumbra a los sabores y gustos que nos ofrecen cierta literatura espiritual que se pone de moda, gracias a las librerías y a la publicidad, y nos parece que probar otros manjares suculentos se hace difícil o imposible.

La misma imagen que tenemos de los Padres de la Iglesia dificultan nuestro acceso a ellos; los vemos lejanos, imaginamos que son difíciles de leer y entender, y no nos acercamos a la mesa repleta que nos ofrecen, con platos perennes, siempre de actualidad, porque los Padres, cuando se les conoce, nos llaman la atención por la actualidad de sus palabras, por su capacidad de penetración en los corazones.

San Agustín no es la excepción, sino uno más en esa cadena de Padres que siguen ofreciendo manjares que realmente nutren y deleitan. Hay que leerlo, hay que integrar las claves de su doctrina y pensamiento.

La Trinidad nos creó a su imagen y semejanza y en nuestra alma hallamos vestigios trinitarios. Entrando en el alma, conociéndola, podemos elevarnos a la Trinidad eterna y santa. Ese fue el método de san Agustín al exponer la Trinidad tanto en sus libros "De Trinitate" como constantemente en su predicación a los fieles.
¡Mira! El alma se recuerda, se comprende y se ama; si vemos esto , vemos ya una trinidad; aún no vemos a Dios, pero sí una imagen de Dios (San Agustín, De Trin. 14,8,11).
Oración, estudio y apostolado siempre están vinculados y es un trinomio que en todos se ha de dar; en unos, destacará uno de los tres polos, en otro se subrayará otra dimensión. Siempre será la caridad la que determine en cada momento y en cada circunstancia a qué hemos de dedicar más tiempo, en qué habremos de incidir más.
Si nadie nos impone la carga del apostolado debemos aplicarnos al estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone debemos aceptarla por la urgencia de la caridad (San Agustín, La Ciudad de Dios 19,19).

domingo, 16 de febrero de 2014

No sólo no hacer el mal, sino llegar a ser buenos

La página evangélica de este domingo, Sermón de la Montaña, es un comentario del Señor a algunos de los preceptos de la Ley. El Decálogo señala los derechos de Dios (los 3 primeros mandamientos) y los derechos del prójimo (los 7 restantes) que no deben ser lesionados sino respetados. Así se vive el Bien, es decir, no se hace el mal. ¡Qué menos!


Pero el Señor quiere algo más: no sólo que no hagamos el mal, sino que lleguemos a ser realmente buenos. Por eso es exigente y amplía la ley de manera que, lejos de ser un formalismo vivido como los fariseos, sea un camino mayor al amor. 

El centro está en el corazón: "ha pecado en su corazón". 

Tal vez no ha cometido el acto de adulterio, pero el corazón sí lo ha realizado; tal vez no ha matado a nadie, pero el corazón ha asesinado muchas veces condenando, juzgando, incapaz de pedir perdón y reconciliarse... Es el corazón el que ha de hacerse bueno, evitando el mal y obrando el bien. Tal vez lo primero lo hacemos, pero ¿y lo segundo? Tal vez -y sólo tal vez- no hacemos "daño a nadie", pero ¿hacemos de verdad el bien a alguien, el bien a todos?

Por ahí nos conduce el Señor y nos lleva a un mayor amor que guarda la Ley de Dios y sale del propio corazón, movido por su Gracia.

viernes, 14 de febrero de 2014

Para bien participar en la liturgia


            Parecería evidente, un recordatorio casi banal, y sin embargo es necesario porque la realidad se impone: para participar adecuadamente en la liturgia, lo primero es que el Rito mismo se realice bien. Una liturgia llena de innovaciones constantes, de creatividad del sacerdote o de algún catequista o miembro de una Asociación; una liturgia realizada de manera precipitada, o con falta de unción, de devoción, o una liturgia que ignore y desprecie las normas del Misal, dificultará siempre la participación plena, consciente, activa, de todos los fieles cristianos.


            Por eso, para bien participar, lo primero es celebrar bien, ajustarse al Rito eucarístico según el Misal de la Iglesia, seguir las normas litúrgicas, realizando la liturgia con hondura espiritual y amor de Dios. Ya el papa Benedicto XVI, en la exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” afirmaba:

“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud” (n. 38).

Verdadera pastoral será cuidar lo mejor posible la dignidad y santidad de la celebración litúrgica, el “ars celebrandi” o “celebrar bien”, para glorificar a Dios pero también para el provecho espiritual de los fieles: “¡Gran misterio la Eucaristía! Misterio que ante todo debe ser celebrado bien. Es necesario que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas” (Juan Pablo II, Carta Mane nobiscum Domine, n. 17).

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, favoreció e impulsó la participación de los fieles en la sagrada liturgia, para que no asistiesen como “mudos y pasivos espectadores” (SC 48). Sin embargo, precisa el Santo Padre, “no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración. En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana” (Sacramentum caritatis, n. 52). Un recto y claro concepto de “participación” influirá decididamente en la vida litúrgica de las parroquias y comunidades cristianas.

jueves, 13 de febrero de 2014

La Iglesia comunidad de santos (Palabras sobre la santidad - I)

Cuando san Pablo habla de los cristianos, suele llamarlos "los santos". Lo son no por méritos propios, ni siquiera por haber completado la carrera, sino porque han sido santificados y el Espíritu de Dios los ha ungido y sellado, consagrándolos para Dios, y reflejando el rostro de Cristo.


La misma Iglesia, por tanto, es una comunidad de los santos y vive de la Comunión de los santos, recibiendo la santidad de su Cabeza, Jesucristo, que se difunde a todos sus miembros. Estamos agraciados por la obra del Espíritu Santo que constituye a la Iglesia como santa. Ella es la comunidad de los santos.

martes, 11 de febrero de 2014

Los enfermos en la parroquia (pastoral de enfermos)

"Estuve enfermo y me visitasteis".

Siguiendo lo que vemos en Cristo y su palabra sobre acompañar a los enfermos, la Iglesia atendió a los enfermos, los consoló, los ayudó, incluso creó instituciones sanitarias y benéficas cuando nada de esto existía. ¡Hagamos memoria histórica de la caridad en la Iglesia!


Los enfermos forman parte de la comunidad cristiana, son sus miembros dolientes, aunque estén en casa y no se puedan desplazar.

Son realmente pobres, porque carecen de la salud. Una parroquia jamás los puede olvidar y uno de sus pilares en la acción pastoral es "la pastoral de enfermos".

"Aquí podemos ver toda la importancia de la pastoral de los enfermos, cuyo valor es verdaderamente incalculable por el bien inmenso que hace, en primer lugar al enfermo y al sacerdote mismo, pero también a los familiares, a los conocidos, a la comunidad y, por caminos desconocidos y misteriosos, a toda la Iglesia y al mundo" (Benedicto XVI, Hom. en la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 11-febrero-2010).

lunes, 10 de febrero de 2014

Abandonarse...

Para mí, y esto es una opinión muy personal, un punto fundamental de la vida espiritual es saber abandonarse. El abandono es una piedra de toque fundamental de la espiritualidad.

El abandono exige madurez, la madurez de la humildad, donde el hombre sabe caminar sin llevar las riendas, sino poniendo éstas en manos de Dios. Se trata, entonces, de hacerse niño, hacerse pequeño, pisoteando orgullo y soberbia, para dejar que Dios sea Dios en la propia existencia.


¡Cuántas veces hay que repetir: "Dios proveerá"! ¡Cuántas y cuántas veces! Él, y sólo Él proveerá. ¿Para qué angustiarnos ni agobiarnos? Lo nuestro es caminar... y Dios proveerá. Lo nuestro es confiar y reconocer al mismo tiempo la paternidad de Dios ejercida en nuestra vida concreta.

¡Abandonarse! 

domingo, 9 de febrero de 2014

La sal del sabor y la sabiduría

"Vosotros sois..."

Definiciones del Señor para sus discípulos que afectan a la verdad de nuestro ser. 

¿Qué somos? Una fuerza arrolladora del Bien en el mundo. 


Hemos sido transformados por el mismo Señor: Él nos ha dado la verdadera sabiduría que da sabor a nuestra vida. Él es la verdadera sal que ha dado sabor al mundo y se ha disuelto para penetrar más eficazmente en todas las cosas por su cruz, su sepultura y su resurrección.

Él es la verdadera Luz del mundo; quien le sigue no camina en tinieblas sino que tiene la luz de la vida. 

Él, iluminando, ha sido puesto en lo alto del candelero de la Cruz para que alumbre a todos los de casa.

Y de lo que hemos recibido, eso damos; y de lo que somos, eso mismo vamos a reflejar y entregar: ser sal y luz en el mundo, porque la vida cristiana es continua misión y presencia, vocación con un envío al mundo.

viernes, 7 de febrero de 2014

Lo ofrecido en la Comunión de los santos

Delicioso capítulo se abre ante nosotros, profundamente consolador y espiritual.

El Bautismo nos asoció a la Iglesia, incluyéndonos en la gran Comunión de los santos, donde los lazos invisibles son perdurables y santos. Cada uno de nosotros, cada uno de los bautizados, entra en la Comunión de los santos, ofreciendo y recibiendo. Recibimos de los demás invisiblemente, los santos nos acompañan, interceden, nos sostienen, rezan por nosotros. Pero nosotros, también, ofrecemos: entregamos todo al Señor para el bien de los demás.

Hay un fecundidad de lo ofrecido que fortalece la fe; llegamos más allá de lo que vemos, de lo concreto de nuestra pequeña realidad. Lo que ofrecemos llega a confines y personas desconocidos para nosotros, pero hermanos nuestros.

"Existen ciertos momentos en que un cristiano solitario, inmerso en un sufrimiento desconocido e incomprendido, cuya utilidad ofrece al Señor, se convierte en fuente de una nueva comunión... Soledad sin esperanza terrena, como tampoco la tenía ya el Crucificado; y que sin embargo hace surgir de las piedras, 'contra toda esperanza', hijos de Abraham" (VON BALTHASAR, H. U., Católico. Aspectos del misterio, Encuentro, Madrid 1988, p. 65).

miércoles, 5 de febrero de 2014

Contener la ira (Exht. a un hijo espiritual - XVIII)

"Si alguien te ha causado un mal, no te enojes ni pretendas devolvérselo, aunque esté en tu mano; al contrario, compadécete de él, porque el Señor se enojará con él. Y es que a quien soporta pacientemente el mal, se le coronará en el futuro; pero a quien lo causa, se le condenará, cual reo, en el día aciago. Que tu alma no se deje quebrantar por daños carnales, ni tu realidad, caduca como es, ablande la fuerza de la paciencia; antes bien, teme el daño si por él te retrasas en tu propósito.


Y cuando te veas sometido a los pecados, no dudes en acudir rápidamente a la penitencia: el que aquí hace penitencia, no la hará en el último día, pues a quienes se refugian en la penitencia, el Señor los acoge clemente. Pero, por fiarte de la misericordia del Señor, no acumules pecado sobre pecado, ni digas: "Mientras me lo permita la lozanía de la edad, me entregaré a la concupiscencia de la carne, y al final, en la vejez, será cuando haga penitencia por mis faltas! Que el Señor es compasivo y muy misericordioso y ya no tendrá en cuenta mis pecados".

lunes, 3 de febrero de 2014

Salmo 90: Al amparo del Altísimo no temo...


El salmo de hoy, salmo 90, lo canta la Iglesia en el rezo de Completas, el domingo, cuando en el descanso nocturno se pone en las manos de Dios. Este salmo es una plegaria de absoluta confianza en el Señor, un salmo de intimidad con el Señor, sabiendo que pase lo que pase, o mejor, viniendo los peligros que pudieren venir, el Señor nos protege. Es el Señor el que vela por nosotros.
Así es Cristo el primero el que reza este salmo; como siempre, en primer lugar la lectura cristológica del salmo; es Cristo el que reza: “Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío confío en ti”. Reconocemos aquí la voz de Cristo que confía plenamente en el Padre; Cristo vive su relación con Dios Padre encontrando en Él su refugio y su alcázar y, por tanto, confiando siempre en Él. La fe es siempre confianza, la fe es depositar nuestra vida en las manos de alguien que no somos nosotros, que son las manos de Dios.  “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío confío en ti”.

    La Iglesia le dice a Cristo: “Él –el Padre- te librará de la red del cazador, de la peste funesta”. La red del cazador hace referencia a otro salmo, el salmo 10, donde se habla de cómo han tendido una red los malvados. El demonio es el malvado, el pecado. Dios librará a Cristo de la red del cazador, el demonio no podrá con Cristo. Cristo no se quedará en la muerte, Cristo resucitará.  

“Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás. Su brazo es escudo y armadura”. También el lenguaje de los salmos utiliza esa figura de las alas, del águila, que con las plumas cubre a los polluelos para que nos les pase nada. Así es de tierno Dios con nosotros, así es el Padre con su Hijo Jesucristo. Por eso, “no temeré el espanto nocturno”, la noche siempre infunde temor, terror, es siempre recuerdo de la muerte; el día, la luz, la vida; la noche, la oscuridad, la muerte.

sábado, 1 de febrero de 2014

Interceder

Una cita de san Ambrosio vale por toda una catequesis de horas.



¿Qué es interceder?



¿Qué es pedir por los demás?



«Si oras solamente por ti, serás el único intercesor en favor tuyo. En cambio, si tú oras por todos, también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas también parte del todo. De esta manera, obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros». (San Ambrosio, Tratado sobre Caín y Abel).
Una oración que sabe interceder se hace católica, universal, integrando a todos.