Parecería evidente, un
recordatorio casi banal, y sin embargo es necesario porque la realidad se
impone: para participar adecuadamente en la liturgia, lo primero es que el Rito
mismo se realice bien. Una liturgia llena de innovaciones constantes, de
creatividad del sacerdote o de algún catequista o miembro de una Asociación;
una liturgia realizada de manera precipitada, o con falta de unción, de
devoción, o una liturgia que ignore y desprecie las normas del Misal,
dificultará siempre la participación plena, consciente, activa, de todos los
fieles cristianos.
Por
eso, para bien participar, lo primero es celebrar bien, ajustarse al Rito
eucarístico según el Misal de la Iglesia, seguir las normas litúrgicas,
realizando la liturgia con hondura espiritual y amor de Dios. Ya el papa
Benedicto XVI, en la exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” afirmaba:
“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de
Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars
celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El
ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su
plenitud” (n. 38).
Verdadera
pastoral será cuidar lo mejor posible la dignidad y santidad de la celebración
litúrgica, el “ars celebrandi” o “celebrar bien”, para glorificar a Dios pero
también para el provecho espiritual de los fieles: “¡Gran misterio la
Eucaristía! Misterio que ante todo debe ser celebrado bien. Es necesario
que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana y que en cada comunidad se
haga lo posible por celebrarla decorosamente, según las normas establecidas” (Juan Pablo II, Carta Mane nobiscum
Domine, n. 17).
El Concilio
Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, favoreció e impulsó la
participación de los fieles en la sagrada liturgia, para que no asistiesen como
“mudos y pasivos espectadores” (SC 48). Sin embargo, precisa el Santo Padre,
“no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión
precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar
claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad
externa durante la celebración. En realidad, la participación activa deseada
por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de
una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con
la vida cotidiana” (Sacramentum caritatis, n. 52). Un recto y claro concepto de
“participación” influirá decididamente en la vida litúrgica de las parroquias y
comunidades cristianas.
Además,
ampliando la mirada a una visión de conjunto, la participación activa en la
liturgia supone e implica unas disposiciones personales previas, un tono
cristiano de vivir, una intensidad espiritual en todo lo que somos y vivimos,
que luego se verifica y se realiza en la sagrada liturgia. Estas disposiciones
previas, importantes, fundamentales, exigibles, se pueden cifrar así:
a) el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de
cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia
eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia
vida;
b) favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y
el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y,
cuando sea necesario, la confesión sacramental;
c) no puede haber una actuosa participatio en los santos
Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su
totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor
de Cristo a la sociedad[1].
La
participación en la liturgia conlleva, inexorablemente, la participación total
en la vida de Cristo, la santidad vivida en lo cotidiano, el testimonio de vida
y las buenas obras, el apostolado en el mundo, la oración habitual y el
recogimiento también antes de la celebración; el ayuno eucarístico y el recurso
frecuente al Sacramento de la Penitencia.
Todo
esto nos aleja del falso concepto, ya tratado, de interpretar ‘participación’
con ‘intervenir’, como también nos aleja de identificarla con la mera
‘asistencia’, formal, vacía, cumplidora, muda. El fruto de una verdadera
participación en la liturgia será, con palabras de san Pablo, llegar a
ofrecernos como hostia viva, santa, agradable a Dios, y ése será nuestro culto
racional (cf. Rm 12,1-2): una vida en santidad unidos a Cristo en su Misterio
pascual. “La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una
participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente
al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida,
en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero”[2].
¡¡¡Vaya!!! No puedo añadir ni una coma...
ResponderEliminarAhora en serio: orando para que así se celebre, así se participe activamente en la liturgia. Y me lo guardo para enseñárselo a más de uno.
“Cristo, cabeza, rey de los pastores, el pueblo entero, madrugando a fiesta, canta a la gloria de tu sacerdote himnos sagrados” (del himno de Laudes).
¡Qué Dios les bendiga!
Y como todo lo demás esto también es GRACIA de DIOS. Aparte de un SI o un NO, que poco más está en nuestras manos. ... Y menos mal. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
ResponderEliminarDebe ser el centro de nuestro día, que informe todo lo demás.- Por tal preparemos con esmero este Encuetro Especial diario con "EL", y así será muy positivo el encuentro con nuestros hermanos.
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